sábado, 21 de marzo de 2020

Luis Box: La metamorfosis de la rana




Cuando se despertó, se sintió confuso. No sabía ni donde estaba ni lo que había pasado. No recordaba nada. Miró a su alrededor. Estaba tumbado en el suelo junto a una charca. Veía arbustos y setos. A lo lejos había una casa grande con muchas ventanas, una gran escalinata, muchas chimeneas. Se arrastró hacia la charca y, al mirarse en el agua, tuvo un sobresalto. El agua le devolvía la imagen de una rana. Volvió a acercarse y a mirarse otra vez en el agua y de nuevo vio la cara de una rana. Cerró los ojos y al abrirlos volvió a contemplar aquella imagen. Meneó la cabeza de un lado a otro y la imagen siguió el ritmo de sus movimientos.

«O sea: ¡Era él! Se había convertido en rana».

Le vino a la cabeza el recuerdo de aquel estúpido libro, ¿cómo se llamaba?, La metamorfosis o algo así, y del que lo escribió, un tal Kafka, un tío raro.

«No, no, esto es una tontería, debo de estar soñando».

Intentó dar unos pasos, pero siendo como era una rana, solamente dio algunos saltos y terminó despanzurrado en el suelo. Volvió a mirar a su alrededor. Al otro lado de la charca vio una rana pequeña que parecía hacerle señas. No entendía nada y el estúpido libro y su aún más estúpido autor no se le iban de la cabeza. Empezó a sentir angustia.

«¡Tranquilo, tranquilo! ¡Tengo que estar tranquilo! ¡Tengo que calmarme!».

Intentó concentrarse. Miró a aquella casa grande, parecía un palacio.

«¡Claro, el Palacio!», se dijo.

Después le vinieron a la cabeza algunas imágenes confusas: una figura borrosa, humana, andaba entre aquellos setos.

«¡Los setos eran los jardines de Palacio y la charca era el estanque!».

Poco a poco cayó en la cuenta. Aquella imagen era él paseando por los jardines, vestía con ropas principescas.

«¡Era el Príncipe!».

Después rememoró que se acercó al estanque y vio a aquella rana que seguía haciéndole señas. Ahora lo evocó claramente. Había tomado en su mano a la rana y ésta le había dicho que era una princesa víctima del hechizo de una malvada bruja y que, si la daba un beso, se convertiría en una bella princesa, que podrían casarse y ser muy felices.

«Y la besé, ¡claro que la besé!, como en el cuento».

De pronto se hizo la luz en su interior y comprendió horrorizado lo que había sucedido. El hechizo era verdad, pero al deshacerlo, algo había funcionado mal y en lugar de que la ranita se convirtiera en bella princesa, él, el Príncipe, se había convertido en rana.

«Me cago en Kafka, me cago en La metamorfosis, me cago en la bruja y me cago en la Princesa», exclamó lleno de furia.

Miró tristemente al Palacio, al estanque y a los setos. Ahora tendría que vivir como una rana, ir pegando saltos y comiendo moscas, y, encima, tendría que aguantar a aquella lianta que seguía haciéndole gestos provocativos. La angustia se había convertido en tristeza. Por fin, con rabia y desesperación, desde lo más profundo de su ser, acertó a croar:

«Soy un gilipollas».

En la actualidad, el Príncipe sigue viviendo en la charca con la Princesa, a la que sigue mirando con rencor. Abundan los insectos por lo que la comida no falta, han tenido varios renacuajos y sus relaciones con el resto de ranas y sapos que habitan los jardines son relativamente buenas. Sin embargo, sigue añorando las fiestas de Palacio y todas esas cosas. Pero, sobre todo, lo que peor lleva es no poder olvidarse del maldito Kafka y de la maldita novela.



© Luis Box


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