lunes, 11 de mayo de 2020

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Fantasmas



Entró en la casa, venía de oír misa, era el Día de los difuntos y, después de doblar el velo y dejarlo junto con el misal en el cajón de la cómoda, salió al patio para calentarse al sol. Entonces, se percató de que, en un rincón, estaba sentado Isidoro cosiendo una collera con una lezna. Ella le preguntó.

─¿Qué haces aquí? Creí que habías muerto.

─Sí, estoy muerto, pero dejé cosas para hacer y he vuelto.

─¿Qué cosas? ¿La collera? Ya no quedan caballerías en la cuadra desde que comprasteis el tractor.

─Ya lo sé, pero el potro se hace daño en el cuello y ya sabes que este potrillo siempre ha sido la niña de mis ojos.

La tía Paula, que estaba sentada en una silla baja debajo del peral rajando aceitunas, terció.

─Si tu madre levantara la cabeza y te viera ahí platicando estaría orgullosa, ella pensaba, que el Señor había sido generoso al darle ocho hijos. Ahora, ya lo ves, casi todos están muertos.

─Pero todos siguen aquí, Paula, no se han ido, yo puedo hablar con todos ellos.

─Ya lo sé, niña, pero ellos ¿Quieren hablar contigo? Los muertos, a veces, no quieren trato con los vivos y desean que les dejen en paz.

─Entonces, por qué me hablas tú, Paula, estás muerta desde hace mucho tiempo, cuando yo era niña tú ya eras muy vieja.

─Me gusta venir a este patio, le tengo querencia, sé que siempre encontraré en él a los fantasmas del pasado. Cada día veo a tu madre peinarse con tus tías, hacerse el moño.  A tu padre entrar y salir de la casa y venir al patio a echar de comer a las perdices. Mira, niña, aquí en la hiedra sigue el altarcito, que hizo tu hermano antes de irse al seminario, y todos estos árboles, ahora abandonados.

─Sí, Paula, yo vengo poco a esta casa porque siento la añoranza de otros tiempos y me entristezco. Luego, vais apareciendo todos por los rincones…

─Niña, el hilo que separa a los vivos de los muertos es una tela de araña, se rompe fácilmente, pero basta un recuerdo para volver a unirlos.

─Lo sé y también que el recuerdo embellece a los muertos. Mira, mis padres son muertos antiguos como tú, pero a mis hermanos los puedo evocar en su mejor momento: Francisco el más alegre; «Ilde» el más guapo, que se fue sin saber del amor por timidez; Salvador, casi de mi misma edad, cuando murió se fue una parte de mí. A mi hermana puedo verla en todo su esplendor, me habla y me sonríe con su cara de pepona, mejillas siempre rojas, ojos azules y cabello ceniza. Va vestida con el hábito azul de la Purísima y calza unos topolinos. ¿Te acuerdas, Paula?

─Sí, tu hermana era muy guapa, pero no se casó. Tu madre al morir la dejó una carga muy pesada para sus hombros, que cuidara de todos vosotros. Fue madre sin haber sido esposa. Tu hermano el mayor sí se casó, nada más morir tu madre, ¡Lo que hubiese disfrutado ella! Que quería casaros a todos.

─Tienes razón, Paula, ella quería emparejarnos. Creía en el amor, había estado muy enamorada de mi padre.

─Pero él pronto la dejó sola en casa con los hijos y se pasaba el día en el casino, además se desentendió de los problemas económicos, que no eran pocos.

─A pesar de todo, ella siguió queriéndolo.

─Es mejor conocer el amor, niña, es mejor conocer el amor.

Mientras hablaba, Paula se iba desvaneciendo. Una nube cubrió el sol y la brisa se llevó a los fantasmas. En el patio solo quedaron los árboles abandonados y las jaulas de las perdices vacías.


© Socorro González-Sepúlveda



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