martes, 11 de agosto de 2020

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Atardecer



Siempre me ha entristecido esta hora y, sin embargo, es una hora dulce en la que las casas van perdiendo los contornos y las ventanas se iluminan guardando la intimidad de sus moradores. 

Esta hora, entre dos luces, me traslada en el tiempo y en el espacio. Mi infancia, mi casa, mi pueblo. Vuelven del campo los boyeros con los toros para beber en el pilón. El pilón está adosado a la fuente con dos caños, adonde vamos a buscar el agua. La fuente está en la plaza, donde están la iglesia y el ayuntamiento, también está mi casa. Mis hermanos vuelven cansados del campo. Mi madre prepara la cena en la cocina y, los más pequeños nos recogemos, después de haber jugado en la plaza, toda la tarde sin parar.

Es la hora en que se dan cita las parejas aprovechando la semioscuridad. Salen las beatas de rezar el rosario en la iglesia, las criadas a los recados, los hombres al bar. Después de la jornada de trabajo todos están relajados, buscan la compañía y se apiñan alrededor de la lumbre o del brasero de la mesa camilla.

Fue al atardecer cuando huyeron de sus casas, para irse juntos, Rosario y el administrador de su hermano, Ismael. Aquel día, los dos disimularon delante de sus familias, él estaba casado, ella soltera, pero no por gusto, había intentado casarse varias veces, pero los novios nunca eran del gusto de sus padres. Ella dijo que iba a la tertulia del secretario, que estaba muy concurrida y a la que asistían varias mujeres, entre ellas la mujer del médico. Él dijo que no le esperasen para cenar que cenaría en el casino. Tenían un taxi esperando a la salida del pueblo, cerca del cementerio. La noche les sorprendió camino de la capital donde desaparecieron ocultándose en el anonimato.

Es la última hora del día cuando se vuelve por la larga Calle de la Lancha del cementerio, después de haber dejado al ser querido entre los muertos para no regresar.  Esa era la hora más triste. Yo viví en mi infancia ese desgarro con la muerte de mi madre y, no quisiera recordar la vuelta a casa en ese atardecer en que se apagaba para mí la luz clara del día y me esperaba en casa una sola bombilla, colgada en el portal.


© Socorro González-Sepúlveda Romeral


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