domingo, 15 de noviembre de 2020

Leyenda de la amatista


Se conoce desde hace miles de años. En el antiguo Egipto se utilizaba para crear joyas, sellos personales, tallas… Los antiguos celtas la mojaban con saliva y la frotaban sobre sus problemas cutáneos para curarlos. En épocas greco-romana estaba considerada como un potente antídoto contra la embriaguez, y durante la Edad Media, el cristianismo adoptó esta gema como símbolo de renuncia a los bienes terrenales y castidad.

Se cuenta que una mañana soleada, Dionisio, dios griego del vino, acampaba junto a un riachuelo en un claro del bosque.  Bajo la sombra de un roble estaba su carro cargado con barriles de vino. Centauros, sátiros y ménades acudían a llenar sus vasos y a rendir homenaje a ese bello dios que les invitaba a unirse a la eterna bacanal.

Al atardecer, Dionisio, quiso tomar un baño. Se acercó a la orilla del río, se quitó la blanca túnica y se zambulló bajo las aguas cristalinas. La corriente le llevaba voluptuosamente. En un recodo pudo ver a una bella joven bañándose, estaba completamente desnuda y Dionisio quedó extasiado ante aquella piel donde las gotas de agua rodaban por cada curva de su cuerpo. Se llamaba Amethystos.

Salió del río y ocultándose entre los arbustos se fue acercando, poco a poco, pero al querer dar otro paso pisó una rama seca, cuyo crujido espantó a la joven que cruzó hasta la otra orilla y huyó corriendo. Dionisio la siguió y a punto de darle alcance, la zagala imploró a Diana, la diosa a la que estaba consagrada, que la ayudara a salir de este trance sin ser violada, había hecho voto de castidad.

Diana, que odiaba profundamente a Dionisio, la transformó en piedra transparente. Y Dionisio, muy contrariado, rodeó con sus brazos durante toda la noche aquella roca. Las lágrimas brotaron de sus ojos, tiñendo de violeta allí donde caían. Pidió perdón a la doncella, lamentaba haber querido conseguir por la fuerza lo que pensó que hubiera sido más fácil conseguir con palabras, y llevado por el arrepentimiento, juró que, desde ese momento, donde estuviera esa roca o algún pedazo de ella, no habría posibilidad de embriaguez.

 


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