No pido milagros ni visiones, Señor, pido fuerza para la vida diaria. Enséñame el arte de los pequeños pasos.
Hazme hábil y creativo, para
notar a tiempo la multiplicidad y variedad de lo cotidiano, los conocimientos y
experiencias que me atañen personalmente.
Ayúdame a distribuir
correctamente mi tiempo: dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo
secundario.
Te pido fuerza, autocontrol y
mesura para no dejarme llevar por la vida, sino más bien organizar
sabiamente cada momento de la jornada. Ayúdame a enfrentar lo mejor posible lo
inmediato, y a reconocer que esta hora es la más importante.
Otórgame la lucidez para
reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades
para crecer y madurar.
Envíame en el momento justo a
alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor. Haz de mí un ser
humano que se sienta unido a los que sufren. Permíteme entregarles en el momento
preciso un instante de bondad, con o sin palabras.
No me des lo que yo pido,
sino lo que necesito.
¡Enséñame el arte de los
pequeños pasos!
¡Así sea!
Antoine de Saint-Exupéry, autor
de «El Principito» el 31 de julio
de 1944, a las 8:45 horas, despegó a bordo de un Lightning P-38 para una misión
de reconocimiento sin armamento de una base aérea en Córcega, con una autonomía
de vuelo de seis horas. No regresó jamás.
En un período particular de
su vida, escribió esta bella oración al Señor para pedirle un regalo raramente
invocado: aquel de la sencillez y de la fidelidad tranquila y serena en las
pequeñas decisiones de cada día.
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