Ilustración de Russel-Morgan 1899 |
Tengo
un gran amigo que el pobre tiene muy mala suerte. Con treinta años aún no ha
pasado el ecuador de sus estudios universitarios. Estudia Derecho. Sus padres
no son de estos tiempos y le exigen que se ponga a trabajar de una vez, pero
con los tiempos que corren, es difícil. Él les decía que tuvieran paciencia,
pero se les acabó la tolerancia y el mes pasado le invitaron a que se fuera de
casa y se buscase la vida.
Llevaba
una semana durmiendo en la calle cuando me lo encontré y me contó sus penas.
¿Qué podía hacer? A un amigo hay que apoyarle en sus momentos difíciles y le
animé a que se viniese a casa conmigo y con mi madre viuda. Vio los cielos
abiertos.
Todos
los días durante el desayuno le insto a salir en busca de algo qué hacer, pero
la televisión le ata al sofá.
Debe
estar deprimido porque de vez en cuando le suelta cada cosa a mi madre que yo
me quedo pasmado:
−Señora,
me parece que lo que es en esta casa no entra el cordero ni el marisco.
−Señora,
anoche estuvo con la luz encendida hasta las tres de la madrugada y no me dejó
conciliar el sueño.
−Señora,
ronca usted como una sierra.
Mi
madre es de esas personas que solo se enfadan una vez al año. Así que hoy se
levantó y le puso la mochila en las narices y le señaló la puerta diciendo que
se necesita mucho dinero para darse el lujo de ser vago.
Se
quedó petrificado y mi madre le dio un empujoncito para que circulara. Quise
interceder por él, hablando de lo que es la caridad, pero mi madre se volvió
hacia mí y me dijo que el siguiente sería yo como no limpiase mi habitación, no
llevara la basura al contenedor y no buscara de inmediato un empleo.
Me
quedé callado porque mi madre es capaz de cumplir lo que promete.
©
Marieta Alonso Más
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