Tengo seis años. Estoy en la
playa con mis abuelos. Desde anoche se me mueve un poquito un diente, de los
que están delante. Mi abuela me ha dicho que es un incisivo frontal y que se
suelen caer. Si ella lo dice, bueno. Pero es mío y no quiero perderle.
Entonces me habla de un
ratoncito que colecciona dientes de niños, no de mayores, de niños, y los paga
a cincuenta céntimos cada uno. Hay que dejarlo debajo de la almohada. Viene de
noche y hace la transacción, es un comerciante honrado. Pero, ¿y si me lo trago
sin darme cuenta? La abuela no tiene respuesta a mi pregunta. Eso hace que me vaya
al rincón de pensar.
−¿Por qué no se lo preguntas
al Ratoncito Pérez? –me dijo el abuelo cuando se iba con el cubo y la caña de
pescar.
Recorro toda la casa
llamándole. Y al llegar a la cocina me parece oír un susurro que dice:
−Aquí estoy.
Su voz salía de la bolsa de
la playa y para no asustarle me acerqué despacito y vi su sombra. Entonces puse un trocito de queso en mi mano
y salió despacito. Tenía miedo. Quizás pensara que al ser tan pequeñito yo le podría
pisar. Me senté en el suelo, se posó en
mi mano, y se fue comiendo el queso a mordisquitos.
Cuando lo terminó se quedó
quieto esperando que le diera más.
−¿Qué hacías en mi bolsa?
−Me dijo un pajarito que a
una niña se le movía el diente y quería hablar conmigo. Somos socios ¿sabes? Es
un gorrión que tiene la profesión de fotógrafo. Hace retratos a los niños a
punto de caérseles un diente, me las enseña, y es así cómo los encuentro. Si
están lejos pongo una hélice en mi rabito y aterrizo donde se me necesita.
−Yo te quería preguntar qué
pasa si me trago el diente cuando esté dormida.
−¡Ah! Sin diente no hay
dinero. El negocio es el negocio.
−Vaya –y me eché a llorar.
−Todo tiene solución,
jovencita. Vete ahora mismo a tu cama. Cierra bien los ojos, que yo tiraré con
suavidad del diente y te dejaré el dinero debajo de la almohada. Pero no hagas
trampa.
El Ratoncito Pérez cumplió su
palabra. Y mi abuelo cuando vino de la pesca me acompañó al kiosco a comprar
chuches sin que lo supiera la abuela.
© Marieta Alonso Más
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