De nuevo volvemos a la leyenda de la Ilíada. La acción se desarrolla al final de la guerra de Troya, pero esta vez la historia se cuenta desde un punto de vista diferentes, ni héroes, ni guerreros, ni reyes, ni estrategas. La voz que nos cuesta esta historia es la de las mujeres troyanas, esclavas de una guerra que lo único que les provoca es dolor y miedo.
Una mujer, Elena es la excusa
para una guerra que dura ya nueve años y digo excusa y no causa, que las
guerras siempre son y han sido por poder, orgullo, bienes, territorios, etc.
Nunca por amor y menos amor a una mujer.
Briseida, esposa del rey
Mines de Lirneso, es entregada como botín de guerra a Aquiles, el héroe de los
ejércitos aqueos, cabeza de los Mirmitones. Con la caída de su ciudad, su vida
sufre un cataclismo, de esposa de rey a esclava, un ser con menos valor que un
caballo. El asesino de sus hermanos y su marido es ahora su dueño.
Solo uno de aquellos
guerreros mostrará cierta humanidad con Briseida, Patroclo, amigo íntimo,
confidente, alter ego del gran Aquiles.
Pero la guerra no está solo
de cara a las puertas de los troyanos, también entre las filas aqueas. Las
envidias, los celos y la prepotencia, marcan la vida del resto de los
habitantes del campamento militar. El enfrentamiento de Agamenón y Aquiles por
la joven Briseida, la convierte en el foco de la ira y el odio del resto de los
hombres que la consideran culpable de las diferencias entre ambos y de la
decisión que Aquiles toma de no volver a luchar, lo que provoca cientos de
muertos en sus filas y la pérdida de la moral y el sentimiento de ser
invencibles.
Siglos y siglos de voces
silenciadas, de vidas sin valor. La mitad de la población cosificada y usada
como un objeto más al que se tiene derecho, por parte de la otra mitad.
Esta guerra no ha acabado
todavía, aún millones de mujeres sufren este mismo destino en pleno siglo XXI.
La historia y la fuerza de
los sentimientos y sensaciones que despiertan me han atrapado desde el primer
momento. Desde mi propia perspectiva me sublevaba ante la mansedumbre de las
respuestas, solo hay que pararse a pensar un poco, no había más opción,
esclavitud o muerte.
¿Quién puede juzgar la
actitud de cada una de ellas sin ponerse en su piel?
© Julia de Castro
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