sábado, 19 de junio de 2021

Liliana Delucchi: Un regalo

 


Estaba un poco triste. Nos despedimos en el aeropuerto… En medio de unos abrazos de los que no podíamos separarnos me dio las llaves de su piso y me dijo que dejaba unos cuantos libros y algunas cosas que eran importantes para mí.

––Pasado mañana los nuevos dueños tomarán posesión así que ve y recoge todo lo que no nos hemos llevado ––susurró apretándome la mano.

A su marido lo destinaban a Australia, me separaban de ella y de mis sobrinos. ¡Australia! Eso está en las antípodas, más de treinta horas de vuelo, le dije cuando me dio la noticia antes de servirme una copa de brandy para digerir la novedad.

A pesar de las estancias vacías, queda el olor del que ha sido su hogar y, en medio del salón, junto a un montón de cajas con carteles donde se lee «Para Tomás» está la casa de muñecas: Lustrosa, con las cortinas limpias y todos los enseres bien colocados. Mi padre la había desterrado al desván el día en que nos vio jugando con ella.

––¿Qué haces? ––me gritó. –– Es para Elena, los varones no enredan con esas cosas.

Al día siguiente me apuntó a clases de boxeo y me hizo socio de su club de rugby. También me ordenó que me alejara de mi hermana, que juntos solo podíamos jugar al ajedrez. Ni siquiera a las damas, que era cosa de mujeres.

Ella, a la que le daba miedo el desván, lloró tanto que mi madre intercedió para que le bajaran la casa de muñecas a su habitación. Allí era donde nos reuníamos cuando el jefe de la familia estaba de viaje.

Me gustaba peinar a Elena y darle mi opinión sobre lo que ponerse cuando iba a alguna fiesta. Yo la esperaba despierto en su cama para que me contase sobre los modelos de las demás. Siempre estuvimos muy unidos y cuando me fui a la universidad nos escribíamos largas cartas o hablábamos por teléfono. En la actualidad las cosas serán más fáciles con el correo electrónico y los WhatsApps, aunque Australia sigue estando lejos.

Ahora estoy sentado en el suelo del que fuera su salón, frente a la casa de muñecas. Con un dedo hago balancear la mecedora que está en la entrada, me acerco para mirar por la ventana de la cocina. Todo está en orden. ¡Querida Elena!

Suena el timbre. Es Juan. Se sienta a mi lado. Su mano blanca y delicada acaricia el tejado. Me mira y sonreímos.

© Liliana Delucchi

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