domingo, 3 de abril de 2022

Amantes de mis cuentos: Mi vida entre libros

 



Era una librería vieja, revieja, como yo ahora, donde las obras que no estaban en las estanterías se amontonaban en las esquinas. Siempre olía a jazmines. Me entretenía en buscar el búcaro, que nunca estaba en su sitio, y las encontraba agonizantes como si hubiesen pasado toda la noche leyendo y el cansancio las dejara mustias.

Su propietario, Paco el de Euqueria, era un joven alto, delgado, con gafas redondas con las que intentaba tapar sus grandes ojos azules. Un intelectual, decían en el barrio. Yo era un niño que ante los humanos me sentía violento, me atragantaba cuando me rodeaban más de tres personas, daba igual que fueran adultos como niños. Con él me sentía a mis anchas porque me recomendaba libros que leía con avaricia, sentado sobre una torre de tomos contrapuestos.

Mi primera lectura fue «El principito». Paco me dijo que su autor, un tal Antoine, había nacido un 29 de junio, como nosotros dos. Me prometí leerlo cada año en ese día, promesa que cumplí a rajatabla. ¡Y eso que ya tengo noventa años!

El librero se echó una novia en invierno, Laura, era preciosa. Fui el primero en conocerla y lo celebré leyendo «Corazón». Se casó el otoño siguiente mientras descubría las aventuras de «Sandokan».

Al nacer su primer hijo, ¡cuánto alboroto!, me encontraba inmerso en «La vuelta al mundo en 80 días». Gracias a él en mi juventud leí todos «Los episodios nacionales» y me enamoré de Galdós, perdón, de la forma de escribir de ese gran escritor.

La muerte de Paco, por un maldito accidente, me pilló con «Los miserables». Cruzaba la calle cuando le arrolló un coche. Como yo no tenía oficio ni beneficio, y Laura, su mujer, quedó con cuatro hijos pequeños, me pidió que regentara el negocio.

Así fue como obtuve mi primer empleo. Imagino que mi edad o Paco desde arriba me ayudaron a vencer la timidez. Con los adultos seguí siendo algo borde, en cambio, con los niños me llevaba muy bien. Eran ellos los que tiraban de sus madres para entrar en la librería. Pedían que les recomendara cuentos y novelas y les hablara de personajes literarios que les hiciesen soñar. 

En memoria de aquel librero que tanto bien me hizo ponía jazmines en el escaparate, y regalaba el día de nuestro cumpleaños «El principito» al primer niño que entrara por la puerta.

Hoy, al cabo de los años, el mayor de los hijos de Paco sigue la tradición.



© Marieta Alonso Más

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