viernes, 17 de junio de 2022

Paula de Vera García: Donde el corazón te lleve (Andrea y Lohse) – Parte III

 


 

Andrea no fue consciente de que se había dormido, agotada de llorar, hasta que no escuchó su puerta abrirse con cuidado. Por supuesto, no el suficiente para que un oído afinado como el suyo no escuchase el leve crujido de las bisagras. Aun así, manteniendo su espada a mano como hacía siempre que dormía fuera de la escuela por si acaso, la oficial no se movió hasta que no tuvo al intruso a escasos diez centímetros de distancia. Cuando este se inclinó apenas sobre la cama, visto y no visto, Andrea se movió y agarró del cuello de la camisa suelta con una mano. Al tiempo, la contraria alzó la espada hasta poner el filo junto al fino cuello de la intrusa.

―Está bien, jefa. Cálmate…

La oficial estuvo a punto de soltar el arma de golpe en cuanto atisbó los primeros rizos pelirrojos bajo la luz de la luna que entraba por la ventana, escuchó aquella voz felina en las sombras y olfateó ese suave perfume a flor silvestre que emanaba de la recién llegada; todo en uno. Al mismo tiempo, percibió que la mano izquierda de Lohse mantenía un puñal junto a su costado. Por supuesto, debió suponerlo después de tantas aventuras vividas juntas. Aunque lo pareciese, Lohse no era una simple trovadora.

―Creo que es el momento de dejar las hostilidades a un lado ¿no crees? ―susurró esta última, mostrando media sonrisa de rendición, pero sin retirar el puñal―. Por los viejos tiempos y eso…

Andrea aún dudó dos segundos antes de bajar su filo y apartarlo a un lado, entre la mesilla de noche y el cabecero.

―¿Qué haces aquí, Lohse? ―preguntó la oficial, sin estar segura de si quería conocer la respuesta―. Es tarde.

Pero, para su mayor sorpresa, la trovadora no respondió enseguida. Tan sólo se inclinó más sobre ella, hasta estar a una distancia insoportable de los labios de Andrea. Después, susurró:

―No lo suficiente para hacer mágica esta noche.

Y, visto y no visto, la besó. Andrea se quedó rígida al principio, sin saber qué hacer y sintiendo mil emociones correr a la vez por sus venas. Había soñado tantas veces con ese momento. Se había sentido tan decepcionada al saber que, tras su gran derrota, Mortimer y el Príncipe Rojo habían sucumbido al deseo carnal para paliar la tristeza y Lohse se había negado a hacer lo mismo con ella. ¿Habría cambiado de opinión? ¿Por qué?

No le dio tiempo a pensar más en ello. Mientras elucubraba e ignorando su tribulación, la pelirroja deslizó la mano bajo las sábanas y la camisa de dormir, sin dejar de besarla. Cuando los largos dedos curtidos de tocar el laúd rozaron sus pliegues íntimos, Andrea echó la cabeza hacia atrás y gimió entre dientes, sin querer creer que aquello estuviese sucediendo de verdad. Aunque, si era un sueño o no, acababa de dejar de importarle en absoluto. Cuando Lohse se encaramó a la cama y volvió a besarla con urgencia, Andrea se dejó hacer, enredando los dedos en sus espesos rizos de fuego. A su vez, la trovadora usó su mano libre para deshacer con pericia la larga trenza castaña de la joven oficial, que se sentía soñar mientras su espontánea amante no dejaba de acariciar entre sus piernas. Unos segundos después, ambas estaban desnudas entre las sábanas, los cuerpos enredados y las respiraciones entrecortadas. El placer era cada vez más intenso mientras las dos antiguas compañeras de armas y fugitivas de la Orden Divina descubrían y disfrutaban de cada recoveco de piel e intimidad de la otra, fuese con las manos, los labios o la lengua.

Cuando terminaron, las dos mujeres se dejaron caer sobre la cama, jadeantes y mirando al techo. Los segundos pasaron mientras ambas recuperaban el resuello. Aunque Andrea fue la primera sorprendida al comprobar que, al contrario de lo que pudiese esperar, su cabeza estaba más en paz. Cuando se giró hacia Lohse y esta sonrió, sintió un intenso cariño hacia ella como de costumbre, pero no el temor que imaginaba sentir al pensar que se iría pronto de su lado. Porque, lo quisiera o no, sabía que no podía retener a Lohse a su lado. Lo había sabido siempre.

― ¿Qué, jefa? ¿Tengo babosas en la cara?

Tras la sorpresa, Andrea se rio con relajo.

―No, nada que ver ―aseguró―. Es sólo que… Supongo que no esperaba que esto pasara.

Lohse frunció los labios, más pensativa que con enfado.

―Lo cierto es que… Cuando te vi aparecer en la taberna, sentí algo que no había sentido nunca. Es decir, siempre te he querido mucho, lo sabes ―aseguró, haciendo sonreír a la oficial con ternura―. Pero no supuse que volver a verte me daría tantas ganas de… Ya sabes…

Andrea tragó saliva y apartó la vista. Quizá no era la respuesta que esperaba, a pesar de su confesión. Pero también, por primera vez, percibía que sus sentimientos habían cambiado. Había una parte de ellos que había desaparecido… Y la joven casi se alegraba de que fuera así.

―Deberías irte, Lohse ―le dijo entonces, sin acritud y para evidente sorpresa de la trovadora―. Mañana tengo un largo día por delante y debería estar descansada.

La aludida, en vez de obedecer enseguida, se incorporó y enarcó una ceja curiosa.

―Vaya, vaya… ―susurró, no sin cierta malicia―. ¿Qué hay de ese deseo tan ferviente que tenías de estar conmigo? ¿Tan malo ha sido?

Andrea suspiró con media sonrisa sarcástica.

―Las dos sabemos que no es eso ―susurró, enigmática y sin dejar de mirar a aquellos ojos felinos y azules como el mar.

Lohse le devolvió una mirada indescifrable, aunque Andrea intuía que sabía exactamente a qué se refería. En efecto, un par de segundos después, la sonrisa de la trovadora se hizo más picuda y traviesa bajo los rizos pelirrojos.

―Has aprendido mucho, jefa. ¿Debería estar celosa?

Andrea le devolvió el gesto.

―Eso tendrás que ir descubriéndolo. ¿No crees?

Lohse resopló con una risita baja, rindiéndose, antes de bajarse de la cama.

―Supongo que tenemos mucho tiempo por delante ―repuso, como sin darle demasiada importancia. Sin embargo, cuando ya se había enfundado su camisa de dormir y estaba a punto de salir por la puerta, la trovadora se giró y le dirigió a la oficial una mirada cómplice―. Hasta la próxima vez, jefa. Ha sido un placer.

Andrea asintió con más convicción que nunca.

―Hasta la próxima, Lohse. Nos volveremos a ver.

Dicho lo cual, la puerta se cerró tras la joven trovadora y la oficial volvió a tenderse entre sus sábanas. Esta vez, sin remordimientos, sin celos, sin ataduras. Porque ahora tenía la total certeza de que, aunque Lohse y ella no volviesen a cruzarse jamás, una cosa estaba clara: sus almas hacía dos años que habían quedado unidas para siempre.

Y eso no había Fuente ni Vacío en el mundo que pudiese cambiarlo.

 

‒FIN‒

 

Historia inspirada en Lohse, personaje del videojuego “Divinity: Original Sin II”

Imagen: Lohse, pantallazo oficial del videojuego “Divinity: Original Sin II, creación de personaje

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