Andrea
no fue consciente de que se había dormido, agotada de llorar, hasta que no
escuchó su puerta abrirse con cuidado. Por supuesto, no el suficiente para que
un oído afinado como el suyo no escuchase el leve crujido de las bisagras. Aun
así, manteniendo su espada a mano como hacía siempre que dormía fuera de la
escuela por si acaso, la oficial no se movió hasta que no tuvo al intruso a
escasos diez centímetros de distancia. Cuando este se inclinó apenas sobre la
cama, visto y no visto, Andrea se movió y agarró del cuello de la camisa suelta
con una mano. Al tiempo, la contraria alzó la espada hasta poner el filo junto
al fino cuello de la intrusa.
―Está
bien, jefa. Cálmate…
La
oficial estuvo a punto de soltar el arma de golpe en cuanto atisbó los primeros
rizos pelirrojos bajo la luz de la luna que entraba por la ventana, escuchó
aquella voz felina en las sombras y olfateó ese suave perfume a flor silvestre
que emanaba de la recién llegada; todo en uno. Al mismo tiempo, percibió que la
mano izquierda de Lohse mantenía un puñal junto a su costado. Por supuesto,
debió suponerlo después de tantas aventuras vividas juntas. Aunque lo
pareciese, Lohse no era una simple trovadora.
―Creo
que es el momento de dejar las hostilidades a un lado ¿no crees? ―susurró esta
última, mostrando media sonrisa de rendición, pero sin retirar el puñal―. Por
los viejos tiempos y eso…
Andrea
aún dudó dos segundos antes de bajar su filo y apartarlo a un lado, entre la
mesilla de noche y el cabecero.
―¿Qué
haces aquí, Lohse? ―preguntó la oficial, sin estar segura de si quería conocer
la respuesta―. Es tarde.
Pero,
para su mayor sorpresa, la trovadora no respondió enseguida. Tan sólo se
inclinó más sobre ella, hasta estar a una distancia insoportable de los labios
de Andrea. Después, susurró:
―No
lo suficiente para hacer mágica esta noche.
Y,
visto y no visto, la besó. Andrea se quedó rígida al principio, sin saber qué
hacer y sintiendo mil emociones correr a la vez por sus venas. Había soñado
tantas veces con ese momento. Se había sentido tan decepcionada al saber que, tras
su gran derrota, Mortimer y el Príncipe Rojo habían sucumbido al deseo carnal
para paliar la tristeza y Lohse se había negado a hacer lo mismo con ella. ¿Habría
cambiado de opinión? ¿Por qué?
No
le dio tiempo a pensar más en ello. Mientras elucubraba e ignorando su
tribulación, la pelirroja deslizó la mano bajo las sábanas y la camisa de
dormir, sin dejar de besarla. Cuando los largos dedos curtidos de tocar el laúd
rozaron sus pliegues íntimos, Andrea echó la cabeza hacia atrás y gimió entre
dientes, sin querer creer que aquello estuviese sucediendo de verdad. Aunque,
si era un sueño o no, acababa de dejar de importarle en absoluto. Cuando Lohse
se encaramó a la cama y volvió a besarla con urgencia, Andrea se dejó hacer,
enredando los dedos en sus espesos rizos de fuego. A su vez, la trovadora usó
su mano libre para deshacer con pericia la larga trenza castaña de la joven
oficial, que se sentía soñar mientras su espontánea amante no dejaba de acariciar
entre sus piernas. Unos segundos después, ambas estaban desnudas entre las
sábanas, los cuerpos enredados y las respiraciones entrecortadas. El placer era
cada vez más intenso mientras las dos antiguas compañeras de armas y fugitivas
de la Orden Divina descubrían y disfrutaban de cada recoveco de piel e
intimidad de la otra, fuese con las manos, los labios o la lengua.
Cuando
terminaron, las dos mujeres se dejaron caer sobre la cama, jadeantes y mirando
al techo. Los segundos pasaron mientras ambas recuperaban el resuello. Aunque
Andrea fue la primera sorprendida al comprobar que, al contrario de lo que
pudiese esperar, su cabeza estaba más en paz. Cuando se giró hacia Lohse y esta
sonrió, sintió un intenso cariño hacia ella como de costumbre, pero no el temor
que imaginaba sentir al pensar que se iría pronto de su lado. Porque, lo
quisiera o no, sabía que no podía retener a Lohse a su lado. Lo había sabido
siempre.
―
¿Qué, jefa? ¿Tengo babosas en la cara?
Tras
la sorpresa, Andrea se rio con relajo.
―No,
nada que ver ―aseguró―. Es sólo que… Supongo que no esperaba que esto pasara.
Lohse
frunció los labios, más pensativa que con enfado.
―Lo
cierto es que… Cuando te vi aparecer en la taberna, sentí algo que no había
sentido nunca. Es decir, siempre te he querido mucho, lo sabes ―aseguró,
haciendo sonreír a la oficial con ternura―. Pero no supuse que volver a verte
me daría tantas ganas de… Ya sabes…
Andrea
tragó saliva y apartó la vista. Quizá no era la respuesta que esperaba, a pesar
de su confesión. Pero también, por primera vez, percibía que sus sentimientos
habían cambiado. Había una parte de ellos que había desaparecido… Y la joven
casi se alegraba de que fuera así.
―Deberías
irte, Lohse ―le dijo entonces, sin acritud y para evidente sorpresa de la
trovadora―. Mañana tengo un largo día por delante y debería estar descansada.
La
aludida, en vez de obedecer enseguida, se incorporó y enarcó una ceja curiosa.
―Vaya,
vaya… ―susurró, no sin cierta malicia―. ¿Qué hay de ese deseo tan ferviente que
tenías de estar conmigo? ¿Tan malo ha sido?
Andrea
suspiró con media sonrisa sarcástica.
―Las
dos sabemos que no es eso ―susurró, enigmática y sin dejar de mirar a aquellos
ojos felinos y azules como el mar.
Lohse
le devolvió una mirada indescifrable, aunque Andrea intuía que sabía
exactamente a qué se refería. En efecto, un par de segundos después, la sonrisa
de la trovadora se hizo más picuda y traviesa bajo los rizos pelirrojos.
―Has
aprendido mucho, jefa. ¿Debería estar celosa?
Andrea
le devolvió el gesto.
―Eso
tendrás que ir descubriéndolo. ¿No crees?
Lohse
resopló con una risita baja, rindiéndose, antes de bajarse de la cama.
―Supongo
que tenemos mucho tiempo por delante ―repuso, como sin darle demasiada
importancia. Sin embargo, cuando ya se había enfundado su camisa de dormir y
estaba a punto de salir por la puerta, la trovadora se giró y le dirigió a la
oficial una mirada cómplice―. Hasta la próxima vez, jefa. Ha sido un placer.
Andrea
asintió con más convicción que nunca.
―Hasta
la próxima, Lohse. Nos volveremos a ver.
Dicho
lo cual, la puerta se cerró tras la joven trovadora y la oficial volvió a
tenderse entre sus sábanas. Esta vez, sin remordimientos, sin celos, sin
ataduras. Porque ahora tenía la total certeza de que, aunque Lohse y ella no
volviesen a cruzarse jamás, una cosa estaba clara: sus almas hacía dos años que
habían quedado unidas para siempre.
Y
eso no había Fuente ni Vacío en el mundo que pudiese cambiarlo.
‒FIN‒
Historia
inspirada en Lohse, personaje del videojuego “Divinity: Original Sin II”
Imagen:
Lohse, pantallazo oficial del videojuego “Divinity: Original Sin II, creación
de personaje
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