No era un trasto viejo.
Perteneció a mi bisabuela. Y cuenta mi madre que yo, su hijo mayor, con tres
años, un día amanecí dormido en ella. Al preguntarme ¿qué hacía allí? Le pedí,
primero que se sentara a mi lado, cabíamos los tres, ella, mi conejito de felpa
y yo. Entonces le conté que el lobo malo que se escondía debajo de mi cama, me
había despertado, se quería comer a Puppy y que por eso me había venido a la
mecedora porque si yo me balanceaba bien fuerte el lobo no podría subirse en
ella y mi conejito estaba a salvo.
Mi madre que es muy lista
pensó que si poníamos debajo de la ventana un trozo de carne bien grande como
los lobos tienen una poderosa capacidad olfativa y una portentosa visión
nocturna saldría de debajo de la cama, saltaría por la ventana y en este
momento con cerrarla gritaríamos: ¡Adiós, lobo!
Así lo hicimos.
Llegó el otoño y fui al
jardín de infancia. Por la tarde regresé corriendo con Puppy a cuestas, me subí
a la mecedora, llamé a mi mamá y mi conejito le fue explicando con detalle lo
que contenía mi mochila. Que si unas tijeritas para cortar, pero no el pelo,
que si la caja de lápices, ya sabía tres colores: el rojo, el amarillo y el
verde. Todo eso en unas horas.
Cada día una cosa nueva. Jamás
le conté a mamá lo que era importante para mí si no era subido en aquella
mecedora. El ruido del agua al lavar los platos debía tener poderes y hacía que
mis confidencias brotasen sin pensar. Le hablaba de lo raras que eran las chicas,
no le gustaban jugar al fútbol; de la redacción que había hecho sobre los
caballos; que había sacado «un 10», «un 10, mamá», en el examen de Historia; que
yo era el mejor corredor de la escuela hasta que llegó un nuevo alumno que
corría más que yo y nunca más volví a ganar la carrera de los cien metros. Al
cumplir once años fue en aquella mecedora donde lloré durante cinco días
seguidos cuando no me admitieron en el equipo de baloncesto por no dar la talla.
Hoy me llevé el disgusto más
grande de mi vida, cuando al llegar a casa mi mujer había comprado una nueva
mecedora y la mía, la había llevado al contenedor.
Y me pregunto: ¿Puede ser eso
motivo de divorcio?
Necesito respuestas.
© Marieta Alonso Más
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