sábado, 19 de abril de 2025

Liliana Delucchi: El viaje

 


El día que encontré a Anastasio en la playa tumbado boca arriba, el aire estaba limpio y corría la brisa de principios de septiembre. Levanté la mirada y pude ver algunas cometas bajo las nubes. Como a él le habría gustado.

La noche anterior hizo mucho calor. Pese a la oscuridad, se intuía un cielo amenazador y el bochorno presagiaba la tormenta que no tardó en descargar una lluvia torrencial. Alrededor de medianoche, cuando estaba leyendo, oí unos ladridos que venían de la terraza. ¡Imbécil de mí! Tom se había quedado fuera.

Abrí el ventanal para que entrara, pero no lo hizo. En vez de eso, se dirigió hacia la baranda, bajó los escalones hasta el jardín y me condujo a los pies de la higuera. Yo estaba empapado y mi perro también, pero aún más mi vecino.

—¡Por el amor de Dios, Anastasio! ¿Qué haces aquí?

Por toda respuesta, el hombre se escondió entre las matas que rodeaban el árbol.

Al acercarme intenté moverlo para ver si estaba herido. Pensé llamar a emergencias, pero había dejado mi móvil en el salón y mi fiel can no era de especial ayuda. Lamía la cara del hombre mientras escarbaba la tierra de su alrededor.

No tengo una constitución fuerte, más bien soy canijo, pero me he dado cuenta de que ante situaciones difíciles el ser humano saca fuerzas de donde no las tiene. Todavía me veo cargando los casi noventa kilos de Anastasio a través del jardín hasta depositarlo sobre la tumbona de la terraza. Lo examiné para determinar si estaba herido. No. Solo roñoso y mojado. Limpié su cuerpo lo mejor que pude con una toalla húmeda y le cambié la ropa. Mi hermano, quien tiene más o menos su misma talla, había dejado un chándal de deporte con el que yo intentaba vestir a mi vecino.

—¡Ayúdame un poco, hombre! —decía mientras forcejeaba para ponerle los pantalones.

Me hizo caso y levantó una pierna. En ese momento vi una triste sonrisa en su rostro y pude escuchar un leve «gracias».

—Esta mañana vi cometas en la playa —dijo.

Yo no era capaz de comprender el significado de esas palabras, pero no era momento de insistir. Ya hablaría si ése era su deseo.

—Necesitas algo fuerte. Vuelvo ahora mismo.

Me dirigí a la cocina a preparar un poco de café, aunque pensándolo mejor, lo cambié por un whisky. Lo bebió de un trago.

Para ese momento, Tom había subido a la tumbona y restregaba sus pelos mojados contra el chándal seco. Mi cachorro no me ayudaba. Pensé ordenarle que bajase, pero al ver a mi vecino acariciándolo, no lo hice.

No recuerdo cuánto tiempo permanecimos a resguardo de esa tormenta. En silencio. Anastasio y el can en la tumbona, yo en una silla, mirándolos, a la espera de una explicación.

—Me hubiera gustado volar con ellas. Con las cometas —dijo incorporándose y extendiéndome el vaso. Lo rellené con un poco más de whisky.

—Siempre me gustó volar —continuó mientras hundía sus dedos en la pelambre del perro—. A Lucía también le gustaba. Tanto —rió sarcástico— que me dejó por un piloto.

—¿Lucía se ha marchado?

—Esta tarde.

—Lo siento.

—No tanto como yo —volvió a reír. Pero esta vez sin sarcasmo, aunque su voz tenía el eco del alcohol.

—En casa no tomamos, así que no hay bebidas. ¿Me puedo llevar esta botella?

—Me parece imprudente, sobre todo si no estás acostumbrado.

—Sé que no lo dices por tacañería, pero una buena borrachera ayuda a dormir. Y yo lo necesito esta noche.

Mientras lo acompañaba hasta su casa, pensé que no me había dicho qué hacía en mi jardín, pero no era momento de preguntárselo. Lo haría al día siguiente, cuando fuera a ver cómo estaba.

Y lo vi. Pero no en su casa porque no estaba, sino en la playa. Tumbado en la arena boca arriba, con un frasco de barbitúricos en la mano y los ojos abiertos. Parecía contemplar las cometas.

Buen viaje, querido amigo.

© Liliana Delucchi

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