Es uno de esos días de
invierno en que la Villa de Madrid está especialmente bella... Como cada vez
que es el cumpleaños del abuelo, ya tiene noventa y ocho, y repite: «Esta será
la última fiesta familiar a la que podré asistir». Nunca sé qué contestar, bien
pudiera ser verdad. La abuela lo manda a callar y pregunta: ¿Dónde están tus
gafas? Siempre están perdidas.
Es uno de esos días de
primavera en que la Villa de Madrid está especialmente bella... La familia al
completo va de paseo para disfrutar de la floración, el despertar de los
animales, el regreso de las aves migratorias. Es la renovación de la vida. En
esos días la música calma los ánimos. Me encanta Vivaldi y aunque mi marido
prefiera a Tristán e Isolda, no lo puedo evitar, Wagner me espanta. A mis
suegros les gusta Mozart y Strauss. Los niños se pelean por el Reguetón.
Es uno de esos días de verano
en que la Villa de Madrid está especialmente bella… Sin tanto tráfico, con
mucho calor, los días más largos y las noches más cortas. Solo echo en falta el
mar y unas gafas de sol. Para darme ánimo, mi marido me da un beso. Yo me
siento violenta si lo hace delante de los niños. El pequeño corre a abrazarnos,
quiere también un beso, pero la niña que está en plena adolescencia mira hacia
otro lado como avergonzada de esa ridiculez a nuestra edad.
Es uno de esos días de otoño
en que la Villa de Madrid está especialmente bella... Las hojas de color verde
cambian a tonos amarillos, rojos, ocres. Luego se secan y caen ayudadas por el
viento. Hoy regreso pronto del trabajo. Cuando llega mi marido con los niños
del colegio nos vamos al oftalmólogo. De allí a la óptica. Al llegar a casa nos
hacemos una foto. Ya está. Todos con gafas, menos yo, que uso lentillas.
© Marieta Alonso Más
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