sábado, 3 de mayo de 2025

Amantes de mis cuentos: Historias de la niñez. El ferretero

 



A mis siete años ejercía el oficio de limpiabotas. Mi puesto de trabajo estaba en la esquina de una ferretería que vendía tornillos, sacos de cemento, herraduras y también cosas para el hogar. Cuando no tenía clientes pegaba mi nariz en el escaparate y contemplaba un precioso juego de café.

Raro era el día que el dueño no saliera a la puerta y me preguntara cómo me iba en el colegio, si sabía leer de corrido, las cuentas... Yo con la boca pequeña le decía: así, así... No me sentía con fuerzas para decirle que la mayor parte de las veces no iba a clases. Aquel hombre era conocido por todos los vecinos, pero no por su nombre, era el «Gallego». Llevaba en Cuba muchos años, más de sesenta.

Un día me preguntó si bebía café y yo le contesté que no, que solo un buchito del de mi madre.

—Entonces, te gustan los platos y las tazas.

—Tampoco.

Puso cara de extrañeza. Yo le conté que un día a mi madre se le aguaron los ojos al ver aquellas tazas tan bonitas y dándose la vuelta me había dicho: Cuando seas mayor, me comprarás uno igual ¿verdad, cariño? Desde entonces cada vez que recibía una propina la guardaba en mi alcancía.

El «Gallego» poniéndome el brazo sobre los hombros, sonrió:

—Vamos a hablar de hombre a hombre.

—Pero, yo solo soy un niño.

Hicimos un trato. Todas las tardes haría con él las tareas del colegio y leeríamos poco a poco un libro de cuentos. Si a final de curso aprobaba, ganaría un juego de café idéntico al del escaparate, pero en vez de doce, serían seis tazas, seis platos, seis cucharillas, y si sacaba sobresaliente añadiría una jarra para el café, otra para la leche y un azucarero.

—¿Estás de acuerdo?

No pude contestarle. Los ojos los tenía como platos.

Cada tarde aquel hombre me sentaba en la trastienda y allí aprendí a leer, a escribir…  Un acierto un mango, dos aciertos una timba de guayaba, por cada error un coscorrón, que no me dolía, aunque yo gritara para que pensara lo contrario.

Cuando pasé de grado, mi madre tuvo una gran sorpresa: 21 piezas de aquel juego de café con el que soñaba.

 

© Marieta Alonso Más  

 

 

 

 

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