Ilustración de Carl Offterdinger
(1829-1889)
Tras
su divorció, emigró con sus siete hijos a la capital en busca de libertad,
bienestar y sobre todo poner tierra por medio entre el agresivo de su marido y
ellos. La ristra de hijos comprendía desde los nueve años del mayor hasta los seis
meses del pequeño, cabían debajo de una canasta. Todas las mañanas salía a
trabajar como asistenta. De lunes a viernes, los de edad escolar a clases y los
otros una vecina se los cuidaba. Los sábados los mayores cuidaban de los pequeños
durante
Desde
un banco del parque una mujer les observaba. Pensaba que la vida era injusta,
que Dios le daba barba al que no tenía quijada porque aquella mujer sin medios
económicos tenía siete hijos, en cambio, ella que lo tenía todo era estéril.
Los
miraba de reojo, de frente, intentaba oír la charla infantil e ideaba la forma
de ganarse la confianza de la madre y de los niños. Y así fue. Llegó a ser la señora
de las chuches.
Un
sábado por la mañana tocó a la puerta de la casa de los niños y dijo que les
traía bocadillos. Tenían prohibido abrir la puerta, contestó el mayor.
—Pero
si soy yo, vuestra amiga.
—No,
no podemos abrir, cantaron a coro.
—Lástima,
tendré que tirar los bocadillos.
—¿Por
qué no nos lo llevas al parque?
—Es
que esta tarde no voy a poder ir.
Mientras
tanto el mayor iba trayendo libros al pie de la puerta para subirse en ellos y
mirar por
—Le
voy abrir, pero solo un momentico.
Dicho
y hecho. Nada más abrir la puerta se arrepintió. La señora traía una cuerda y
fue amarrando uno a uno menos al mayor que había salido corriendo a esconderse
y al pequeño que lo llevaba en brazos. Ella no perdió tiempo en buscarle. Se
marchó con los otros seis.
Al
llegar la madre se sorprendió al ver la puerta de par en par. Histérica comenzó
a llamar por sus nombres a sus hijos. Nadie contestaba. Fue de habitación en
habitación. Al llegar a la cocina…
—¡Mamá!
—¿Dónde
estás?
—Aquí.
Y
siguiendo la voz le encontró casi morado metido en el frigorífico. Llamó a la
policía mientras lo llevaba al Hospital. La policía ya estaba al tanto. La
vecina que cuidaba por las mañanas a los pequeños lo había visto y oído todo y
estaba a cargo de los seis pequeños. Tras las rejas, una mujer, gritaba que
eran sus hijos.
©
Marieta Alonso Más
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