Virginia
se ve abocada a pasar días y noches en un hospital de Valencia. Atada a la
cabecera de la cama de un hombre al que no le une más que la sangre. Lo hace
sin más, no porque sienta lo que le está pasando a su padre, si acaso, en la
esperanza de constatar algún sufrimiento en el enfermo comatoso.
Las
horas que acumula en la habitación del centro sanitario agudizan más, si cabe,
su hábito de estudiar síntomas, para ella más reales que cualquier otra cosa. Ni
palabras, ni sentimientos, ni sensaciones. Virginia todo lo traduce a síntomas.
A
través de las páginas de esta novela de Bárbara Blasco, descubrimos los
problemas de relación con el resto de la familia. No solo el rechazo que siente
hacia la figura del padre, sino las dificultades que le plantea el trato con su
madre y su hermana.
Y
por si fueran pocos los ingredientes, a esta situación se añade la perentoria
urgencia que se le ha despertado por ser madre después de haber superado un
cáncer. El anhelo de quedarse embarazada está marcando decisivamente la forma
de relacionarse con los hombres de los que no quiere más que su decisiva
aportación para la fecundación.
La
llegada de un nuevo compañero a la habitación de hospital, un hombre maduro, algo
enigmático y hasta huraño, cambia el panorama diario de Virginia. La relación
que se establece entre ambos será corta pero muy intensa.
© Julia de Castro
Mi otoño en libros
Octubre 2020
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