domingo, 9 de noviembre de 2014

El lápiz




¿Con qué escribes?

En la antigüedad los hombres empleaban pinceles, plumas de ganso, estiletes para raspar el papiro. Pero un día…

Unas fuentes dicen que fue en 1564, otras que en 1600 y aquellas que en 1665, cuando una tormenta abatió un árbol cerca Borrowdale, en Cumberland (Inglaterra) y las grandes raíces del árbol dejaron al descubierto una sustancia negra de aspecto mineral.

Los pastores de la localidad utilizaron pedazos de aquella materia para marcar a sus ovejas. Luego comenzaron a cortarlo en forma de varitas y las vendían en las calles de Londres con el nombre de piedras de marcar.

La química en aquella época aún estaba en pañales y se consideró que esa sustancia era una forma de plomo, por eso a la mina del lápiz en inglés se le llama “lead” (plomo). Hoy se sabe que los lápices no contienen plomo en sus componentes, por lo tanto, el grafito o plombagina de una mina de lápiz no es venenosa. Su consumo es inofensivo.

En el siglo XVIII el rey Jorge II incautó la mina de Borrowdale y comenzó a explotarla como monopolio de la Corona. Parece ser que el grafito resultaba indispensable para moldear con precisión las balas de cañón. El Parlamento aprobó una ley por la que se condenaba a la pena de horca a quien robara grafito de la mina.

Las primitivas varitas se rompían con facilidad y manchaban las manos. Algún genio resolvió el problema rodeando con un cordel toda la varita y soltándolo a medida que se gastaba el grafito. En 1761 Kaspar Faber, artesano de profesión y químico por afición, solucionó el problema de la fragilidad, al mezclar el grafito en polvo de azufre, antimonio y resinas. Eran mucho más sólidas que el grafito puro. Ahora era necesaria una envoltura.

En 1790 Napoleón Bonaparte dio la orden a Nicolás-Jacques Conté, un militar francés, para que se hiciera de cuanto grafito francés pudiera encontrar y fabricara lápices. El grafito francés era escaso y de calidad inferior que el inglés. Conté añadió arcilla a modo de complemento y coció la mezcla en un horno dando lugar a la mejor varita de marcar del mundo. Más aún, variando la cantidad de arcilla que se mezclaba con el grafito, Conté produjo diversos tipos de dureza desde el más duro para líneas finas, al más suave para trazos gruesos.

Tras la guerra de 1812 entre Inglaterra y los Estados Unidos, William Monroe, ebanista e inventor de Concord (Massachusetts) fabricó una máquina que producía estrechas tablillas de madera de dieciséis a dieciocho centímetros de longitud. A lo largo de cada tablilla el aparato hacía una estría, precisamente de la mitad del grosor de un delegado cilindro de grafito moldeado. A continuación se pegaba con cola las dos secciones de madera estriada, uniéndolas estrechamente en torno al grafito. El primero que agregó goma de borrar al lápiz fue Lipman en 1858, dado que Joseph Priestly, un químico inglés, había observado que la savia endurecida de los llamados árboles de la leche borraba las marcas dejadas por el grafito. Así dejó de usarse la miga de pan para borrar.

¡Y nació el primer lápiz! Jamás ha existido nada tan útil.

Dicen que el mejor grafito procede de Sri Lanka, Madagascar y México; la mejor arcilla de Alemania, la goma para los borradores viene de Malasia; la cera de Brasil; la madera de los cedros de California.

La ciudad de Keswick, cerca de Borrowdale, tiene un Museo del Lápiz. El lápiz más viejo llegado a nuestros días es un lápiz alemán de carpintería que data del siglo XVII y se encuentra en la colección de Faber-Castell y Lyra Industrial.

Muchas cosas comienzan con un lápiz: 

Un libro de cuentos, una novela, el diseño de un vestido, el desarrollo de una teoría...  






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