Me molesta ese afán de Rebeca por meterse en todos los charcos. No sé como puede tener tantos amigos, si a mí, ella, a veces me sobra. Ahora se le ha ocurrido pedir dinero, juguetes, comida, para entregarlos personalmente a unos desharrapados. Pretende, la ilusa, que la ayude en la entrega de los juguetes. Ella sabe perfectamente que no me gustan los niños. No los soporto. Me parecen los seres más egoístas del universo.
La tía es muy sutil. No levanta
Se lo dije: primera y última vez que me visto como un mamarracho. Y aquí me tiene a la espera de que finalice el teatro con el que se le ha ocurrido entretenerles. Ya viene a buscarme. Se me echan encima. Es por los juguetes porque a mí lo niños nunca me han hecho caso. Uno de diez años se acerca:
-Se te está cayendo el gorro y eres calvo.
Me callo a tiempo.
Siento que me tiran de
-¿Qué quieres?
Le digo de la mejor manera. Y el mierdecilla que me mira.
‒Toma un juguete. Lo coge y que se queda mirando.
‒¿Quieres caramelos?
Me extiende la mano libre. Y sigue mirándome. Para que no me oiga Rebeca me agacho y le digo al oído:
Me extiende la mano libre. Y sigue mirándome. Para que no me oiga Rebeca me agacho y le digo al oído:
‒¿Qué coño quieres? Y me suelta:
‒Un beso, Papá Noel.
© Marieta Alonso Más
Publicado en: Jonás y las palabras difíciles
Colección Nuevos Narradores. 5
Edición de Clara Obligado
Madrid 2010
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