(Reflexiones tras una tertulia literaria)
Galería de los Espejos. Versalles |
Cuando
en tu cabeza bullen las ideas necesitas abrir una ventana y dejarlas salir al
exterior. No hay otra solución. No existe entonces mejor forma de controlar su
evolución que volcarlas frente a ti y mostrarlas en cristalizada exposición. El
papel se vuelve de ese modo una especie de
taller para la experimentación. Es el espejo que refleja con frialdad
cada obsesión.
Cuando,
venciendo mi acostumbrada timidez, tuve la osadía de preguntar a un joven poeta,
premiado en múltiples certámenes, el destino inmediato de sus obras con esta
interrogación:
-¿Cuando
escribes lo haces pensando en tus lectores o en la hoja de papel en la que
depositas el producto de tu inspiración?
Su
respuesta fácil, contundente e inmediata, no dejó de sorprenderme.
-Creo
comprender la intencionalidad de tu pregunta –comenzó diciendo-. Cuando
escribo, dando suelta a mis pulsiones, no recuerdo a mis lectores; solo dialogo
con la cuartilla que utilizo y trato de reflejar en ella las ideas que
discurren para, de forma objetiva, analizarlas y lograr así someterlas a una
ordenada revisión. Ello, claro está, me confiere absoluta libertad de creación
y facilita la valoración de mis propias ideas; punto de vista éste desde el cual
dicha postura me resulta positiva.
-¿Y
crees que el resultado de dicho discurso puede ser calificado de literatura?
¿No valoras positivamente el aspecto de la comunicación, que supone el meollo
mismo de la creación literaria?
-En
realidad, sí que reconozco el aspecto comunicativo como esencial a la
literatura y más aún del quehacer del escritor. Pero lo cierto es que ello
repite, en la esfera de la redacción del pensamiento, los mismos antiguos
presupuestos ya planteados para otras zonas de la creación artística y/o
intelectual. Es decir, la dicotomía entre las teorías del arte por el arte y lo que se dio en llamar arte docente.
La
labor de quien escribe puede tener, evidentemente, múltiples motivaciones.
Puede ser un instrumento elaborado para influir en el desarrollo de las
concepciones de aquellos lectores quienes de modo ocasional se enfrenten a sus
obras. Puede también producirse como desahogo subjetivo de quienes utilizan el
papel para desatascar en su mente algunos demonios interiores. Ambas formas de
actuación son genuinamente válidas y en ocasiones pueden incluso llegar a ser
complementarias; aunque existen también quienes las califican de excluyentes.
Lo cierto es que, al dar al papel nuestras ideas, éstas dejan de pertenecer a
quien escribe. Tarde o temprano ellas “comparecerán” ante lectores. Algún día
han de ser juzgadas, comprendidas o minusvaloradas y en ese instante llegarán a
ser literatura.
© Ramón L. Fernández y Suárez
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