domingo, 5 de febrero de 2017

Ramón L. Fernández y Suárez: El espejo de papel


  (Reflexiones tras una tertulia literaria)

Galería de los Espejos. Versalles



Cuando en tu cabeza bullen las ideas necesitas abrir una ventana y dejarlas salir al exterior. No hay otra solución. No existe entonces mejor forma de controlar su evolución que volcarlas frente a ti y mostrarlas en cristalizada exposición. El papel se vuelve de ese modo una especie de  taller para la experimentación. Es el espejo que refleja con frialdad cada obsesión.

Cuando, venciendo mi acostumbrada timidez, tuve la osadía de preguntar a un joven poeta, premiado en múltiples certámenes, el destino inmediato de sus obras con esta interrogación:

-¿Cuando escribes lo haces pensando en tus lectores o en la hoja de papel en la que depositas el producto de tu inspiración?

Su respuesta fácil, contundente e inmediata, no dejó de sorprenderme.

-Creo comprender la intencionalidad de tu pregunta –comenzó diciendo-. Cuando escribo, dando suelta a mis pulsiones, no recuerdo a mis lectores; solo dialogo con la cuartilla que utilizo y trato de reflejar en ella las ideas que discurren para, de forma objetiva, analizarlas y lograr así someterlas a una ordenada revisión. Ello, claro está, me confiere absoluta libertad de creación y facilita la valoración de mis propias ideas; punto de vista éste desde el cual dicha postura me resulta positiva.

-¿Y crees que el resultado de dicho discurso puede ser calificado de literatura? ¿No valoras positivamente el aspecto de la comunicación, que supone el meollo mismo de la creación literaria?

-En realidad, sí que reconozco el aspecto comunicativo como esencial a la literatura y más aún del quehacer del escritor. Pero lo cierto es que ello repite, en la esfera de la redacción del pensamiento, los mismos antiguos presupuestos ya planteados para otras zonas de la creación artística y/o intelectual. Es decir, la dicotomía entre las teorías del arte por el arte y lo que se dio en llamar arte docente.

La labor de quien escribe puede tener, evidentemente, múltiples motivaciones. Puede ser un instrumento elaborado para influir en el desarrollo de las concepciones de aquellos lectores quienes de modo ocasional se enfrenten a sus obras. Puede también producirse como desahogo subjetivo de quienes utilizan el papel para desatascar en su mente algunos demonios interiores. Ambas formas de actuación son genuinamente válidas y en ocasiones pueden incluso llegar a ser complementarias; aunque existen también quienes las califican de excluyentes. Lo cierto es que, al dar al papel nuestras ideas, éstas dejan de pertenecer a quien escribe. Tarde o temprano ellas “comparecerán” ante lectores. Algún día han de ser juzgadas, comprendidas o minusvaloradas y en ese instante llegarán a ser literatura.

                                                                                          
  

© Ramón L. Fernández y Suárez

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