Hoy me asomé por vez
primera a este taller literario.
Alrededor de la mesa de esta coqueta librería
alcalaína compartí charla y unas letras escritas a vuelapluma con Marieta y mis
recientes compañeros de tertulia. Esta vez el protagonista era el teléfono. Una
especie de ladrillo tecnológico que sirve para mantener a personas de todo el
mundo conectadas en tiempo real. Lo cierto es que no tardó en aparecer aquél
invento del que se hablaba, aunque pronto, y no sin cierta mano izquierda,
Marieta lograría deshacerse de él y de su interlocutor.
Durante la tarde que pude
disfrutar en este rinconcito, que me recuerda a aquellas tertulias literarias
de los antiguos cafés, pude recordar algunos datos acerca de la historia de
este artilugio, que la inmediatez del día a día casi consiguió que se me
olvidaran. Conocí también, desde la experiencia de uno de mis colegas, cómo
fueron sus primeras citas con el teléfono público de Alcalá y con las señoritas
que movían sus hilos. Viajamos además al Lepe del siglo LXXXVIII, a lomos de la
improvisación desenfadada. Y así, del mismo modo en que pasamos del relato
histórico al cuento o la comedia, hubo lugar para el recuerdo de Miguel
Hernández, en el 75º aniversario de su muerte.
Gocé, en definitiva, de una
tarde de martes agradable en la librería Notting Hill, escuchando las ideas
plasmadas en papel, ya fuese a mano u Olivetti, de estos amantes de las letras,
que aun algunos quedan.
Pero uno de los aspectos que más reclamó mi atención en
la Tertulia del Teléfono fue que ninguno de ellos tuviera sobre la mesa el
suyo, esperando desesperadamente no sé bien qué clase de llamada. Ni siquiera
se encontraba sobre la mesa el teléfono de Marga.
© Alberto Martínez Ibáñez
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