-Los pirómanos deberían morir carbonizados.
-Creo que llevas razón. Ellos son causantes de nuestra
desgracia presente y de las calamidades de nuestro futuro. Pero no veo yo que
la acción de la justicia se enfrente a dicho tema con la contundencia
necesaria. ¿Qué hacemos con mandarlos a la cárcel, si con ello no van a
restituirnos lo que hemos perdido y jamás volveremos a recuperar? Habría que
hacerles trabajar para devolvernos cuanto su actuación nos ha quitado.
-Mi marido y yo hemos trabajado durante más de cincuenta
años en esta tierra escasa y dura para sacar los neños adelante. Nadie nos ayudó a levantar la casa y el granero.
Nadie nos protegió de las inundaciones, de las enfermedades de las bestias, de
las sequías ni de las artimañas de los compradores. Ahora él está bajo la
tierra y yo sola en este albergue. ¡Ay, Dios mío! ¿Quién iba a decirlo? No hay
justicia bajo el sol.
-Al menos pudimos escapar con vida, pero bajo el humo y
la ceniza se quedaron todos mis ahorros. ¡Qué horror, Señor! A nuestra edad,
¿quién podría ahora ayudarnos?
Tras
esta última frase se abrió un tiempo de lágrimas y de silencio. Una mano
compasiva les acercó unos tazones blancos algo descascarillados con sendas
raciones de un pote muy aguado que por el camino había perdido su temperatura.
Maruxa y Belarmina lo aceptaron mas, sin probarlo, los hicieron descansar sobre
una desconchada caja de madera que les servía de mesa improvisada entre las
camas del albergue que en dependencias de una escuela había sido habilitado por
las autoridades del concejo.
Todo
el entorno había quedado reducido a carbón humeante y a cenizas.
Un
denso olor a humo reinaba en todas partes. El fuego provocado llevaba ardiendo
más de cuatro días. Terriblemente vivo y amenazador desde el principio. Sus
propulsores, cumpliendo su cometido con ahínco, dieron buen uso a las monedas
que estimulaban su delito; para ello supieron escoger la dirección del viento
en el mejor momento para causar mayor y más rápido perjuicio. Ahora todo era
desolación en los alrededores, pero bajo las piedras calcinadas y las
edificaciones destrozadas ardían aún brasas y rescoldos que bomberos,
protección civil, UME y voluntarios no podían dar por apagados.
Era
el segundo intento tras seis años. Algunas siniestras fuerzas clandestinas
bregaban en silencio con la complicidad de los autores sobornando voluntades
para dar culminación a la catástrofe. No solamente bosques y cosechas, también
las bestias y el resto de la fauna habían sucumbido a aquel desastre vilmente
provocado. Desde las ahora desnudas madrigueras emergía el putrefacto olor a la
carne de conejos y topillos muertos por la acción del humo. Cabras y gallinas
aparecían por doquier en forma de rotos esqueletos calcinados…
Al
amanecer, tras un rápido y mal dispuesto desayuno, se trasladó a los refugiados
a otras distantes dependencias improvisadas por el gobierno provincial. Desde
las ventanillas del autocar que las alejaba definitivamente de su paisaje
original, las dos vecinas, en unión de otros afectados, contemplaban con dolor
la desolada imagen que tras de sí dejaban. Con sus pertenencias habían perdido
la noción de la esperanza. No les quedaba tiempo vital para pensar en la
restauración de aquel paisaje. En su desesperación no eran capaces de meditar en
la erosión, la desertización y el cambio climático que esas acciones criminales
estaban generando para las nuevas generaciones.
©Ramón
L. Fernández y Suárez
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