Esta mañana, sin saber por qué, me vino el recuerdo de un día muy lejano en la destartalada buhardilla de la casa de tus padres. Aquel día, con la música de una conocida habanera, me hablaron, como nunca lo habían hecho, tus más íntimos sentimientos.
Hasta entonces aquella
habanera me había parecido de un romanticismo un poco empalagoso, pero al oírla
junto a ti en tu renqueante tocadiscos, me sonó con un encanto muy especial, con
una gracia insospechada y un valor añadido que nunca pudo soñar su creador. Tú
me dijiste que esa música, de no haberse adelantado su autor, la habrías compuesto
tú. Lo dijiste con un poco de timidez, como temiendo una burla por mi parte.
Pero yo, bien lo sabes, allá donde estés, si guardas como yo algún vago recuerdo
de aquella tarde de nuestra adolescencia, no me reí.
Lo que quizás no
sepas es que el respeto casi reverencial con que la escuché no era fingido. La habanera
estaba sonando en mis oídos, en aquel instante, como algo nuevo. Tu pueril
confesión hizo que la sintiera como nunca hasta entonces. Porque en ella te
veía a ti. Y estaba convencido, completamente convencido, de que aquella música
era tuya, que aquella música eras tú.
© Javier Bañares
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