Frank Dicksee (1853-1928) La escena del balcón de Romeo y Julieta |
«Renunciar
a mi pasión es
como desgarrar con mis uñas
una parte
viva de mi corazón».
GABRIELE D’ ANNUNZIO
(1863-1938) Novelista
italiano
Fue en
un instante.
Su
mirada se cruzó con la mía y mi corazón súbitamente comenzó a latir con más
fuerza. No comprendía lo que sucedía. Algo en mí estaba cambiando; podía
percibir el calor de mi cuerpo emanar, aflorar, expandirse a mí alrededor
combinándolo con una inmensa luz que desde mi interior emergía.
Una
atracción intensa como un imán me impulsaba hacia él, quería percibir su olor, sentirle en mi
piel.
Sin
quererlo, suavemente como un atisbo, sus labios rozaron los míos. Mi mente se
vio confundida, perdida ante la turbulencia de nuevas sensaciones. Mi garganta
me impedía hablar, mis piernas andar y allí, frente a él, permanecí casi
petrificada ante su mirada durante unos segundos; para mí, como si hubiese sido
toda una vida.
¡Qué
sensación tan inesperada y maravillosa! Sin quererlo, mis ojos se iluminaron al
pronunciar su nombre y una franca y limpia sonrisa se desplegó en mi cara. No
podía creerlo, por fin había encontrado ese amor que me daría fuerzas para
volar formando círculos en el cielo, sin apegos y sin miedos.
Muchas
veces nos aferramos a una relación como si fuera lo único que existe; nos
negamos a ver lo que realmente pasa, omitiendo espinosos desprecios y necias
palabras.
¿Y por
qué lo permitimos? ¿Por qué lo consentimos?
¿Por qué
vivimos bajo la sombra de quien no es capaz de valorarnos, ni respetarnos, ni
querernos, ni amarnos?
Dejemos
que el corazón sea libre para amar a quien realmente merezca la pena, a quien
solo con su mirada nos haga palpitar, estremecer, a quien nos respete y nos ame
sin egoísmos, ni vagas palabras.
Dejemos
que nuestro cuerpo y mente se sumerja en esa turbulencia de emociones sin
renunciar a la pasión de ese amor que nos espera.
El carácter chino para el amor consiste en un corazón (en medio) dentro de aceptar, sentir o percibir, que muestra una emoción llena de gracia. |
© María
del Carmen Aranda
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