Cuando salió de La Habana
el cielo lloró.
Tanto, tanto que se inundó el
malecón, las calles, los jardines, los patios, la cocina y el agua llegó al
borde de la cama donde se encontraba llorando Zulema, la bella mulata.
Su marinero había embarcado
rumbo España. ¡Difícil predecir su vuelta! Allá en la manigua quedaron
susurros, caricias, promesas de amor.
-Volveré
-fueron
sus palabras, lo último que acariciando sus labios le oyó murmurar.
Seis meses atrás había
llegado en un barco velero, repleto de sal y nada más conocerla, prometió con
pícara mirada que la camelaría con el apreciado género que traía en sus
bodegas.
-¡Qué
adulón! ¡Qué manera de darme coba!
Él era de Torrevieja donde
se hablaba de Cuba, de su alma y sentir.
Ella con disimulo, a través de las
varillas de su abanico pudo contemplar su recia barba. Y surgió el amor.
¡Qué poco había durado la
felicidad! En un pispás había llegado la hora de regresar a España, de su
marinero.
Un runrún, un cuchicheo se
iba extendiendo.
-Vente
conmigo, hermosa cubana.
-¿Quién
ha dicho eso? -gritó
Zulema sentándose de un salto en mitad del lecho.
Una bandada de lindas
guachinangas revoloteando a su alrededor, empujaban con suavidad la cama entre
las aguas hasta llegar a la mar.
© Marieta Alonso Más
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