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Torre de La Mata |
Tengo
noventa y tres años y siempre he vivido en el mismo lugar donde nací. Estoy
ingresado en el nuevo hospital y hoy al pasar la visita el médico comenzó
diciendo que iba a ser muy claro conmigo. Y lo fue.
Al
quedarme solo sentado en la dura butaca, miré al techo y fue como si mi vida
estuviese dando marcha atrás. Mi cabeza volvió a tener cabellos negros
ondulados, mi piel escupió las arrugas y a mis piernas y brazos volvieron los
músculos. La playa turística se convirtió en la aldea de pescadores donde de
niño jugué y la campana de la iglesia, suena, suena…
La
imagen se detiene. Tengo veinticinco años.
El
aire huele a uva, a sal, a mar. Hay barcas a la puerta de las casas. Es verano y
estoy a punto de casarme con la chica de mis sueños, a la que un día en el
colegio con siete años le regalé un grillo y le pregunté si quería ser mi
novia:
-¡Bueno! -contestó
Vivo
en La Mata, una pedanía de Torrevieja. Entre los planes de Dios se incluyó que
yo naciera aquí. Me bautizaron en la única iglesia, la de la plaza, también
aquí tomé mi primera comunión y ahora estoy junto a mi madre viendo venir a mi
novia del brazo de su progenitor, familia, amigos y vecinos que la acompañan. Suena
la marcha nupcial.
Detrás
quedó la guerra civil y su sufrimiento. Comenzamos una nueva vida y todos
juntos, mayores y niños, vamos paseando por la laguna de agua salada que a tres
metros bajo el nivel del mar, tiene un perímetro de veinticinco kilómetros y
que es mi fuente de trabajo, ya que me han nombrado capataz de las salinas, sí
con un sueldo bastante escaso, aquellos eran otros tiempos muy distintos a los
de hoy, también ayudo a mi padre en las viñas que fueron del abuelo y que dan
ese vino de color dorado y fuerte graduación, mientras mi mujer cose para
ayudar a la economía familiar.
No fue
fácil. A veces cuesta trabajo salir adelante, pero pensándolo bien no ha sido
tan malo después de todo, pues mi familia ya está aquí, vienen a verme todos
los días y el último de mis biznietos me tira los brazos con una sonrisa y me
llena de babas la camisa del pijama.
© Marieta Alonso Más
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