A
lo mejor soy el tonto del pueblo.
Me
doy cuenta cuando me tratan de chico «prodigio» a la hora de mandarme hacer
recados y de «mentecato» cuando no quieren que escuche las conversaciones. Siempre
estoy de aquí para allá y de allá para acá. Tal vez me falte un hervor pero de
ahí a chuparme el dedo, va un tramo.
Las
mujeres del pueblo cuando se les olvida algo siempre tiran de mí. A mí me gusta
hacer favores pero algunas ni las gracias me dan.
Lo
que más me gusta hacer, es repetir, todo lo que oigo.
El
boticario habla conmigo de vez en cuando, me pregunta cómo me va en mis visitas
al prostíbulo. Yo le cuento todo lo que hago y él me aconseja. Es muy serio
aunque a la hora de la partida si saludo oigo reír a sus amigos. Yo nunca he hablado
de lo que mis amigas de vida alegre me comentan de él. Debe ir de incógnito
porque nunca le he visto allí.
Mi
madre siempre me dice que no divulgue nada de lo que hago, y mucho menos al
cura, pero si no lo hiciera para qué iba a ir a confesarme. El cura habla de casas
de lenocinio y me dice que no debo ir. A mi madre le parece bien, dice que así
me desahogo.
A
veces me gustaría irme del pueblo y conocer mundo pero mi madre dice que son bobadas,
que lo que tengo que hacer es buscarme un trabajo. Habló por mí en una obra y
el primer día me mandaron a cavar agujeros. Hice uno para que no dijeran. Y me
echaron. Mi madre se estremeció cuando le explicaron que no hubo forma de que
trabajara más. Me preguntó por qué lo había hecho ¿será tonta? Si trabajo son
capaces de contratarme.
©
Marieta Alonso Más
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