Para el forastero amigo
Llégate a La Solana, forastero
amigo. Estamos en feria. Pasa unos días con nosotros, entrégate con alma noble
al pueblo y el alma noble del pueblo se te entregará reventando como un clavel.
Y, ¡Cuidado!, no prejuzgues
su valía. No midas a la población por unas afueras nada bellas o por un
pedregoso o polvoriento camino. Adéntrate. El gran pueblo te acoge y vencerá
cualquier ligera impresión apriorística; ríndele tú después, forastero amigo,
el homenaje que merece por sus méritos, por su ajetreo diverso y dinámico y por
su espíritu de innata expansión afectiva.
No tendrás más remedio… Si
en tantos casos creíste tocar oro y te resultó deleznable oropel, aquí de fijo
va a sucederte lo contrario; creerías estar ante una burda imitación y has de
convencerte muy pronto que palpas oro legítimo, oro de ley, que no bruñe porque
le cubre una vieja capa de moho, a la buena de Dios, inconsciente el
preciadísimo metal de su importancia.
La feria, en cuanto fiesta,
te será grata. Este año, la disfrutaremos en el marco vegetal y vistoso del
parque. Con esta escenografía incomparable la feria cobrará rango inusitado. En
la plaza de la Iglesia y del Ayuntamiento la fiesta quedaba chata y era
eminentemente más pueblerina. Por amplitud de terreno, por estética y por higiene,
la feria ha elegido un nuevo trono. Todo ha de bailar al ritmo exigente y
renovador de los tiempos…
Ha sido aciago el año
agrícola, nervio de nuestro cotidiano vivir. La gente, eternamente esperanzada,
sufre con la espantosa realidad que trajeron las sequías; y la crisis vinícola,
con una óptima cosecha a la vista, acentúa el malestar. Pero es un malestar
íntimo, para «internos»,
que se aguanta con ejemplar entereza, y del que no se hace ostentación ni
bandera. A la chita callando, forastero amigo, se pudren los pesares en el
corazón, pero que no trascienda demasiado el disgusto, que estamos en feria y
tú, visitante, tienes que percibir en nuestros actos y gestos la más encendida
cordialidad, iluminada la faz de cariñosa simpatía. Es claro que se gastará
menos dinero, pues hay poco. Pero siempre rodará como para reiterar que La
Solana es uno de los pueblos más rumbosos y desinteresados de La Mancha.
Por cierto que si estás,
amigo, al tanto de las inquietudes regionales, sabrás que, pareja con la exaltada
reivindicación de toda La Mancha, corre veloz la reivindicación solanera. La
Solana, no obstante constituir la notoriedad de un buen granero y de una panzuda
tinaja de vino y de ofrecer a los ámbitos la gala genuina y maravillosa de su
industria hocera, era un pueblo, si no ignorado, poco o mal conocido. Hoy ya sabe
la gente que La Solana existe, que La Solana «pita»;
hoy
está en candelero, en la cúspide de las localidades provinciales. Quienes más
quienes menos, todos coadyuvamos al fomento de su mejor y más esclarecida fama
y al prestigio de sus materiales y espirituales valores.
Las visitas de calidad que
en los últimos meses nos honraron, acrecentaron nuestra personalidad y
valimiento por cuanto aquí vieron y de aquí dijeron, y aunque ya dimanaron algunas
de índole económica, todavía hemos de esperar repercusiones favorabilísimas.
Todo sea por la gloria de La Solana, el pueblo que fue víctima de una
prolongada preterición… ¡Adelante! Gritamos, y, mitad por mitad poetas y locos -como aquel Caballero que
desfacía entuertos-,
manumisos al fin de la incomprensión ajena, alzamos el vuelo audaz y
arrebatador de las águilas para situar en la prócer altitud del monte al pueblo
bienamado…
Ven, forastero amigo, y
verás lo que hay en la superficie y en el subsuelo. Verás franqueza, prestancia
y un orgullo razonable, definiciones privativas de La Solana. No faltes para
comprobarlas. Te esperamos. Tú pulsarás cuánto es este pueblo y cómo somos los
que, nacidos en él o a él adaptados, vamos a recibirte. El oro está, ¡una mina
de oro! Escarba, y te cegará su brillo, que disimulaba el moho, al sol
implacable de julio…
¡Por La Solana en sus
ferias, por los solaneros en su algazara y por los forasteros amigos que nos
acompañen, alcemos el vaso sagrado de nuestros más generosos e hidalgos deseos!
© Miguel García de
Mora
Boletín de La Solana
de Ferias, 1959
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