Aún no estaba segura de cómo se había dejado
convencer para acudir a aquella fiesta. La Celebración Anual de la Licantropía
no era algo que la volviese loca; pero, ahí estaba ella, en aquella aldea
perdida.
El entorno era perfecto para los enamorados de
lo medieval. Calzadas romanas, construcciones en piedra y madera, árboles
centenarios con raíces salientes, arbustos y malas hierbas, envolviendo cada
rincón. Esa noche, el alumbrado consistía en miles de velas y antorchas,
ofreciendo sombras puntiagudas y oscilantes, que además de aportar luz,
provocaban algún que otro sobresalto.
Las casetas de feriantes, engalanadas con
todos los colores del arcoíris, aportaban viveza a aquel lugar siniestro, donde
una enorme luna, sin abolladuras, se hacía la reina de la noche. Brillaba con
tal fuerza, que los colgantes de cristal que se exhibían, parecían diamantes;
los amuletos contra hombres lobo, necesarios; la lectura de la buena ventura,
palabras sabias.
Y, por allí, vagabundeaba nuestra protagonista;
sin rumbo fijo, ni compañía conocida. La persona que la había empujado a
aquella excursión, se había quedado en la pensión durmiendo la mona y ella
estaba demasiado enfadada para ser una cuidadora amable. Solo el orgullo y el
cabreo la mantenían allí, hasta que una voz honda captó su atención.
Siguió aquel rastro sonoro hasta una pequeña
carpa marfil, coronada por un estandarte con la silueta de una especie de
criatura en el centro. A sus pies, con letras intrincadas, ponía: «Trovador». Debajo,
había un hombre enorme, de mirada hostil, que como aquel extraño blasón parecía
de otro mundo, de alguno muy antiguo. O, tal vez, simplemente, aquel disfraz
era muy bueno.
Ella se sentó en un banco de madera cercano,
delante de una parejita, colocados uno encima del otro. En el tercer banco,
tres ancianas se acomodaban las faldas y sacaban una bolsa de pipas.
El trovador miró a su público: unos novios,
tres señoras haciendo ruidos con sus dentaduras postizas y una chica menuda que
le miraba con curiosidad. Posó su mirada en ella y empezó recitar:
«No crea
que esta vez va a vencer, señora mía.
En esta
cita no sucumbiré a sus ojos —que lo ven todo—, ni a los valles, ni mesetas de
vuestro cuerpo; no me va a doblegar con su halo de misterio, pese al gran poder
que tiene sobre tantas cosas.
Sé que
tenéis muchos admiradores, pero no me encuentro entre ellos. Las únicas atenciones
hacia usted, entérese bien, se concentran en resistir a su perverso encanto. ¡Cómo
me enfurece cuando mi voluntad se disipa perdiéndose entre vuestras grietas!
¡Sois
tan cambiante! Como le oí recitar a un poeta, de esos que tenéis encandilados:
¿Qué
deidad sois tan oscura y luminosa?
Que se oculta
y se muestra, caprichosa.
Me
lanzáis un guiño, con el ojo travieso,
con el único
fin de mantenerme preso.
¡Qué
sabrá él! Acaso, ¿tiene que ceñirse cordeles de plata que descarnen su
garganta, que le hagan supurar los tobillos, que enflaquezcan sus muñecas?
Apartaos
de mí, que un rubor de nube os empañe el rostro durante esta noche de embrujo.
Ya me habéis convertido en un vagabundo en mi propio castillo. ¿A quién voy a
acoger en él? Solo Anabel se atreve a darme la espalda.
¡Mis
ojos! Los iris llamean, la pupila se comba. Todo empieza a tornarse gris y nítido
a la vez. Las tinieblas se desvanecen de mi alrededor para instalarse en mi
pecho. ¿Cómo puedo verlo todo tan claro, cuando por dentro ennegrezco?
¿A qué
huele? A inocencia, no hay duda. No es fácil de confundir con otra cosa. Salvo,
tal vez, con el ser recién salido, con la entraña de la madre todavía adherida
a su piel.
¡Ya
estáis aquí! Mis huesos se astillan, se estiran, se pliegan en ángulos
imposibles. ¡Deteneos, por piedad!
¿Cómo
habéis logrado atravesar mis catacumbas?
Baltasar,
¿por qué os resistís?
—¡Salid
de mi cabeza, bruja!
Sabed
que lo hago para engrandeceros. Un guerrero como vos, ¿desdeñaría poseer una
fuerza de diez hombres, estar dotado con la rapidez y astucia de Hermes, que
vuestro costado malherido sea tan solo un rasguño?
—¿Dónde
está Anabel? ¿La puse a salvo?
¿Anabel,
la arquera? ¿La misma que guio la flecha que atravesó vuestra alma? Se acercó a
vos, ¿lo habéis olvidado? Para mí el tiempo es un suspiro, pero ese día lo
recuerdo bien; los cánticos de San Juan se corean en mi nombre durante toda la
noche. La convencí para que os quitara la armadura y el sobreveste. Y así, mi
señor, despojado de todo y con vuestro último aliento empañando el solsticio de
verano, se selló el encantamiento. Os concedí la inmortalidad. Acaso, ¿no vale un
mísero sacrificio?
—¡Ya has
desgarrado mi piel, que hecha girones me cuelga, mientras un denso pelaje se
ajusta al esqueleto que me has robado! ¿No es suficiente embargo?
La
quiero... a ella.
Mi
dolor, se torna rabia; mi lamento, aullido; la mano, garra.
Anabel,
es mi presa y, de nuevo, mi señora luna... manda.»
Ella aplaudió con ardor; era un narrador
excelente. Había sido capaz de mostrarle cada uno de los estados de ánimo de
aquel personaje imaginario: su voz había bramado desafío y cierta arrogancia al
principio; desesperación y ruego, después; sumisión y desesperanza, al final.
Se quedó allí sentada, pensando en aquel curioso
trío: Baltazar, Anabel y La Luna.
—¿Te ha gustado? — oyó que le susurraban muy
cerca. Se sobresaltó un poco, pues no le había oído llegar.
El trovador se había cambiado, ya no lucía
vestimentas de cuero, sino tejanos y un ligero jersey, pero aún así, parecía un
hombre... diferente a los que ella había conocido. Tal vez, sería por el pelo
negro, que le caía en cascada, y cuyo flequillo, casi le tapaba sus iris
plateados.
—Mucho—logró decir— ¿Lo has escrito tú?
El asistió.
—Me gustaría ser la arquera —Él pareció
sorprendido.
—¿Para que te devore un hombre lobo?
—Para salvar al caballero.
—Me muero de hambre y de... curiosidad. ¿Me
acompañas a tomar algo mientras me cuentas como lo harías? Me presento: mi
nombre es Baltasar.
—Encantada, Baltasar. Yo me llamo Anabel.
Y, mientras comían, el reflejo de la luna se posó
sobre sus cabezas.
© Blanca de la Torre
Gran historia , me as vuelto a sorprender , aunque no sea como lo anterior tu yo escrito , pero sigues con ese gran talento , habrá que seguir esperando al siguiente cuento , que espero sea igual o mejor que este , sigue haciendo soñar con esa ilusión.
ResponderEliminarMuchas gracias, Anul. Sorprender, soñar e ilusión son tres palabras maravillosas en un comentario. Espero mejorar cada día y seguir sorprendiendo, haciendo soñar e ilusionando. Un abrazo.
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