Pastel de chocolate Fotografía de Socorro González-Sepúlveda |
Ella se decía sí misma mirando los moldes perfectamente
alineados en los estantes de la cocina: Sí, me gusta cocinar, disfruto haciéndolo,
aunque nadie me comprende. Me encanta tener invitados a comer o a cenar. Me
gusta lucirme. Que se queden con la boca abierta cuando ven mis platos tan bien
presentados. Y, sobre todo, mis postres.
─Eres la mejor repostera de Madrid ─me dijo Pepe, el
amigo de mi marido que compra los dulces en la Mallorquina. ─Ya me gustaría a
mí que mi mujer cocinara como tú─. Yo sé que es un cumplido, pero me gusta
oírlo. Su mujer, que es muy guapa y profesora de inglés, me dice que aprenda
idiomas, aunque sea catalán, que va muy bien para las neuronas. ¡Qué graciosa!
Esta Navidad haré postres de mazapán y bombones caseros,
pensaba mientras batía las claras a punto de nieve. Va a flipar mi cuñada, que piensa que lo que
hago es una pérdida de tiempo. Que podría estar en el cine o leyendo un libro.
Ya voy al cine cuando una película merece la pena, que son pocas. Leer no leo
mucho. No tengo tiempo.
Una casa, si se quiere tener bien, da mucho trabajo y a la
mía no le falta detalle, como dicen mis amigas, cuando vienen a visitarme. Ellas
se fijan en las cortinas, todas hechas por mí, en las macetas con las mariposas
artificiales y en los enanitos, estratégicamente, colocados en el jardín. El
único inconveniente es que apenas tenemos sitio para poner los sillones, pero
compensa...
Ella hace el recuento del menú de Navidad: tres platos y
tres postres, ¡Ni uno menos!, sin contar las tartas y pasteles que haré para
regalar. Tengo muchos compromisos: el médico de cabecera, la enfermera, el
profesor de bailes de salón, mi consuegra… Dos semanas, al menos, para
prepararlo todo. Seremos catorce en la mesa. Sacaré la vajilla buena y el
mantel bordado. Llevo un mes pensando en la decoración. ¡Tengo que quedar bien!
El año pasado éramos dieciséis. Todos se lo pasaron muy
bien y hablaron mucho entre ellos. Yo estaba muy cansada. Se lo comieron todo.
Yo apenas comí. Nadie me dio las gracias, ni se ofreció para ayudarme a quitar
la mesa y lavar los platos. Mi cuñada, que se preocupa por mí, me dijo: «Hemos
de hablar tú y yo muy en serio. No te puedes pasar la vida haciendo pasteles
entre los enanitos como Blancanieves. Si te animas ponemos una pastelería, ¡yo
seré la socia capitalista!»
¡Nadie me comprende! ¿Tendrán razón?
©
Socorro González- Sepúlveda Romeral
Soco, me ha encantado. Sigue escribiendo que son maravillosos. besos
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