Decíase en aquel aún pequeño Madrid del siglo
XV que, entre iglesias y conventos, casi un centenar se contaban. Campanarios,
torrecillas y cúpulas se erguían deseosas de alcanzar el azul del cielo.
Muchas
han desaparecido, bastantes, afortunadamente, se conservan, otras se levantaron
más tarde, todas tienen su historia, algunas, entrañables leyendas, patronos y
santos de profunda devoción.
Queremos
acercarnos a ellas y conocerlas y hoy empezamos con una de las más antiguas.
SAN NICOLÁS DE LOS
SERVITAS
Edificada en el siglo XII, en el que fue Madrid árabe, dentro de la
muralla, un barrio en el que mudéjares y
cristianos viejos habitaban, vivían, amigablemente.
Como ya en el siglo XVII,
la iglesia se hundía, se consolida la hermosa torre mudéjar, (aún se conserva
gran parte inferior), añadiendo un clásico chapitel. Tras diversas vicisitudes,
en 1825, es adquirida por la Venerable Orden Tercera de Siervos de María, y se
renueva culto y devoción, principalmente a Nuestra Señora de los Dolores,
preciosa imagen con el pecho traspasado por siete espadas simbólicas, a San
Pelegrín Laciosi, monje servita, modelo de santidad y, que yo sepa, único
protector de la enfermedad del cáncer.
Pero, sin duda, su imagen más conocida y
devota es San Antonio, el Guindero, protagonista de preciosa leyenda:
San Antonio de Padua Pintor: Antonio de Pereda |
Subía por la Cuesta de la
Vega un sudoroso hortelano sobre su asno, cargado además con dos grandes
serones rebosantes de rojas y lustrosas guindas que pensaba vender en el
Mercado de la Cebada, aliviando así su penuria económica. Como tenía prisa,
pinchaba y azotaba al animal que, quizá
agotado, salta, cocea y arroja al suelo amo y carga, que ruedan por el
polvoriento camino. Al ver el desastre, el
pobre hombre, llora amargamente y clama pidiendo ayuda a San Antonio, del que
era muy devoto.
Un fraile joven y sonriente se acerca y le pregunta la causa
del llanto, el hortelano contesta: “no lo ves, toda mi cosecha del año, sucia y
polvorienta y yo sin venta y sin el dinero que tanto necesito”. El fraile,
animoso y diligente, comienza a recoger las guindas y echarlas en el serón,
ante el enorme asombro del hombre que no comprende cómo pueden estar tan
frescas como recién cortadas y, agradecido le ofrece un gran puñado, pero, el
fraile le dice, que se las lleve cuando regrese a la cercana iglesia de San
Nicolás, donde él estaría.
Cuando feliz, con los
dineros en el bolsillo y una gran bolsa de guindas, el hortelano acude a la
iglesia, la encuentra vacía, decide esperar rezando, entra en una capilla, y se
queda paralizado porque en el centro del altar está la imagen de San Antonio,
¡el mismo sonriente fraile que le había ayudado! Impresionado, corre por la
calle Mayor, gritando, proclamando el milagro, que se extiende rápidamente por Madrid, así como la devoción por el
santo, llamado desde entonces San Antonio, el Guindero, y se forma una Cofradía
que, años después, junto con la imagen, pasará a la iglesia de Santa Cruz,
donde aún se venera.
© Mª Isabel Martínez
Cemillán
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