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Queridísimo Pedro:
Aunque no tengo noticias tuyas, sé que estás vivo. Lo sé
porque yo sigo viviendo y no podría hacerlo sin ti. Desde que te fuiste, los
días son más largos y más fríos. Estamos en abril, pero nieva y hiela como si
fuera invierno. Este frío a destiempo –dice tu madre─ es triste como la muerte de un
niño.
A pesar del tiempo transcurrido, no puedo acostumbrarme a
tu ausencia. Durante el día la urgencia del trabajo hace que me olvide un poco,
pero por la noche, la siento como un mordisco en el centro del pecho. Tu padre
maldice continuamente esta absurda guerra, tu madre reza a escondidas por ti y
tu hermano, a pesar de su cojera, intenta suplir tu trabajo como puede, pero
sospecho que hubiese preferido ir a la guerra contigo. Es muy joven y tiene
la cabeza llena de fantasías.
En el pueblo la tierra está abandonada; crece la hierba donde
antes crecía el trigo y la cebada. Empieza escasear el pan y la carne. Los que quedamos mujeres, viejos, niños y el
cura, que va de una parte a otra del pueblo intentando consolar, vivimos
pendientes del correo y de los partes de guerra. Nos ha dejado el tío
Francisco, se lo ha llevado el frío y la soledad, también ha muerto la yegua de
los vecinos y el perro del pastor. Todos envían recuerdos para ti. Tu madre no
para de hacer recomendaciones: que te abrigues, que reces, que comas. Dice que la guerra la han
inventado los hombres.
Recibe todo el amor
de tu mujer. Teresa.
Querida Teresa:
No he podido escribir antes, ahora apenas puedo hacerlo.
No, no he muerto, pero ha muerto el hombre que
conocías. Soy otro, Teresa, física y moralmente. Me han herido, he
pasado hambre, frío, calamidades sin fin,
y sobre todo, he pasado miedo,
mucho miedo al principio… Luego, me he acostumbrado a esta guerra y me he
endurecido para sobrevivir.
Me confieso contigo. He estado con mujeres que no se
parecían a ti. He robado comida y otras muchas cosas… He matado sí, he matado,
no solo en defensa propia, he matado y luego he dormido a pierna suelta. Soy
otro hombre, sin esperanza. Cuida de mis
padres, no dejes que mi hermano vaya a la guerra. Si no vuelvo recuérdame como
era antes.
Recibe todo el amor
que aún pueda quedarme.
Tu marido, Pedro.
©
Socorro González- Sepúlveda Romeral
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