lunes, 31 de diciembre de 2018

Francisco Guevara: El canario y el Araguaney

Araguaney








Tras un largo vuelo que había comenzado el día anterior y decidido por fin a dejar el nido de mis padres, consideré seriamente tomarme un descanso. Fue entonces que avisté un bello Araguaney totalmente floreado. Destacaba por entre el verde follaje de los Guayabos, Guanábanos y Mangos, frutos que tanto disfruté picotear cuando los paseos matutinos que disfruté con mi papá, mientras aprendía a volar.

Con sigilo me posé en una rama. El amarillo resplandeciente de sus flores, me permitieron mimetizarme fácilmente ya que mi plumaje, igual de amarillo, me permitiría un tranquilo y merecido descanso.

El suave viento de la tarde jugueteaba con las plumas de mi cara y mis alas. Me trajo recuerdos gratos de mi mamá, acariciándome mientras me enseñaba a emitir los diferentes silbidos que graciosamente repetía una y otra vez… Así me quedé profundamente dormido.

No sé cuanto tiempo había pasado cuando me desperté. El atardecer del valle de Caracas iluminó mis ojos con un festín de colores naranja, rosado y azul que presagiaba, según la tradición, un largo verano. No lejos de mí, en otra rama, escuché a otro canario que entonaba un canto que nunca había escuchado, pero heló mi corazón y crispó mis entrañas Me sentí amenazado, no entendía por qué.

El ataque fue furioso. Me protegí entre la espesura de las ramas, pero la confrontación, mi primera confrontación, fue inevitable. El canario defendería aguerridamente el espacio donde cortejaba a su pareja, hasta que me fuera de sus predios.

Seguía sin entender, pero respondí con igual fiereza. No estaba dispuesto a que me corretearan así, nada más. Trepamos al copo del Araguaney envueltos en una pelea sin cuartel. Luego de un picotazo certero de mi rival al costado derecho de mi cabeza, caí danto tumbos entre las hojas que amortiguaron mi pesado desplome. Tuve tiempo de reaccionar y recuperar el vuelo mientras me precipitaba, ya casi al monte verde que abrazaba el tronco del árbol. Le confronté nuevamente, esta vez no me agarrarían por sorpresa. Devolví los ataques con valentía que emanaba desde adentro, muy adentro de mí. Tras otros dos encontronazos, mi juventud y fuerza prevaleció y mi oponente decidió abandonar la pelea y volar hacia otros lares.

Una linda pájara se me acercó y acarició mis heridas. Su calor me abrazó cálidamente y despertaba en mí un sentimiento que nunca antes experimenté. Entendí entonces las válidas razones del hostil comportamiento del pájaro que me careó.

Fue así como aprendí, en las ramas de aquel Araguaney, el verdadero significado y fuerza del celo, el miedo, la rabia y el amor.



© Francisco Guevara

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