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Araguaney |
Tras un largo vuelo que había
comenzado el día anterior y decidido por fin a dejar el nido de mis padres,
consideré seriamente tomarme un descanso. Fue entonces que avisté un bello
Araguaney totalmente floreado. Destacaba por entre el verde follaje de los
Guayabos, Guanábanos y Mangos, frutos que tanto disfruté picotear cuando los
paseos matutinos que disfruté con mi papá, mientras aprendía a volar.
Con sigilo me posé en una
rama. El amarillo resplandeciente de sus flores, me permitieron mimetizarme
fácilmente ya que mi plumaje, igual de amarillo, me permitiría un tranquilo y
merecido descanso.
El suave viento de la tarde
jugueteaba con las plumas de mi cara y mis alas. Me trajo recuerdos gratos de
mi mamá, acariciándome mientras me enseñaba a emitir los diferentes silbidos
que graciosamente repetía una y otra vez… Así me quedé profundamente dormido.
No sé cuanto tiempo había
pasado cuando me desperté. El atardecer del valle de Caracas iluminó mis ojos
con un festín de colores naranja, rosado y azul que presagiaba, según la
tradición, un largo verano. No lejos de mí, en otra rama, escuché a otro
canario que entonaba un canto que nunca había escuchado, pero heló mi corazón y
crispó mis entrañas Me sentí amenazado, no entendía por qué.
El ataque fue furioso. Me
protegí entre la espesura de las ramas, pero la confrontación, mi primera
confrontación, fue inevitable. El canario defendería aguerridamente el espacio
donde cortejaba a su pareja, hasta que me fuera de sus predios.
Seguía sin entender, pero
respondí con igual fiereza. No estaba dispuesto a que me corretearan así, nada
más. Trepamos al copo del Araguaney envueltos en una pelea sin cuartel. Luego
de un picotazo certero de mi rival al costado derecho de mi cabeza, caí danto
tumbos entre las hojas que amortiguaron mi pesado desplome. Tuve tiempo de
reaccionar y recuperar el vuelo mientras me precipitaba, ya casi al monte verde
que abrazaba el tronco del árbol. Le confronté nuevamente, esta vez no me
agarrarían por sorpresa. Devolví los ataques con valentía que emanaba desde
adentro, muy adentro de mí. Tras otros dos encontronazos, mi juventud y fuerza
prevaleció y mi oponente decidió abandonar la pelea y volar hacia otros lares.
Una linda pájara se me acercó
y acarició mis heridas. Su calor me abrazó cálidamente y despertaba en mí un
sentimiento que nunca antes experimenté. Entendí entonces las válidas razones
del hostil comportamiento del pájaro que me careó.
Fue así como aprendí, en las
ramas de aquel Araguaney, el verdadero significado y fuerza del celo, el miedo,
la rabia y el amor.
© Francisco Guevara
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