martes, 22 de enero de 2019

José Carlos Peña: Barcos y Navegantes XII




A todo trapo

 Solemos pensar que las prisas, el riesgo y la especulación descontrolada son características exclusivas de este siglo XXI, un tanto loco, que nos ha tocado vivir; pero no es exactamente así.

 Durante la segunda mitad del diecinueve, cuando la navegación a motor empezaba a ser una realidad incontestable, los grandes veleros disfrutaron de la última oportunidad para demostrar su valía y asegurarse un puesto en la nueva era del comercio marítimo que se avecinaba.

  Eran tiempos de especulación y volatilidad en el comercio del té, y la rapidez en la entrega suponía, por primera vez, un factor determinante. Ya no bastaba con llegar a tiempo, ahora había que ser el más veloz, el primero; el mejor de todos.

  Azuzados por una competencia feroz, en Inglaterra y Estados Unidos se construyeron unos barcos de diseño revolucionario, donde primaba la velocidad por encima de cualquier otra consideración. Eran los clippers, unos veleros magníficos y majestuosos, de casco alargado y afilada proa, capaces de desplegar al viento una cantidad de vela nunca vista hasta entonces.

 Durante casi treinta años, estos barcos demostraron que podían hacer en unos pocos meses travesías que antes duraban un año, entre Londres y la desembocadura del Min, en China; entre Cantón y Nueva York, o Melbourne y Hamburgo. Mucho más rápidamente que los nuevos barcos de vapor, que necesitaban hacer frecuentes escalas para repostar combustible.

 Fue una época gloriosa, romántica y… efímera, llena de carreras memorables, gestas marineras, naufragios evitables y especulación sin precedentes. Todo hay que decirlo.

 Aquello terminó en 1.869, cuando la inauguración del Canal de Suez acortó la ruta en más de la mitad y dejaron de ser rentables las singladuras a gran velocidad por el Cabo de Hornos o el de Buena Esperanza.

 Casi todos los clippers desaparecieron entonces, solo algunos sobrevivieron convertidos en buques escuela y uno de ellos, quizá el mas popular, permanece atracado en los muelles de Greenwich como museo flotante.

 Allí, la magnífica estampa del “Cutty Shark” induce a reflexionar sobre numerosas cuestiones. Una de ellas, quizá no la menor, es si vale la pena tanto esfuerzo por ser el más veloz, el primero; el mejor de todos.

©josecarlospeña

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