A todo trapo
Solemos pensar que las prisas, el riesgo y la
especulación descontrolada son características exclusivas de este siglo XXI, un
tanto loco, que nos ha tocado vivir; pero no es exactamente así.
Durante la segunda mitad del diecinueve,
cuando la navegación a motor empezaba a ser una realidad incontestable, los
grandes veleros disfrutaron de la última oportunidad para demostrar su valía y
asegurarse un puesto en la nueva era del comercio marítimo que se avecinaba.
Eran tiempos de especulación y volatilidad en
el comercio
del té, y la rapidez en la entrega suponía, por primera vez, un factor
determinante. Ya no bastaba con llegar a tiempo, ahora había que ser el más
veloz, el primero; el mejor de todos.
Azuzados por una competencia feroz, en Inglaterra
y Estados
Unidos se construyeron unos barcos de diseño revolucionario, donde
primaba la velocidad por encima de cualquier otra consideración. Eran los clippers,
unos veleros magníficos y majestuosos, de casco alargado y afilada proa,
capaces de desplegar al viento una cantidad de vela nunca vista hasta entonces.
Durante casi treinta años, estos barcos
demostraron que podían hacer en unos pocos meses travesías que antes duraban un
año, entre Londres y la desembocadura del Min, en China;
entre
Cantón y Nueva York, o Melbourne y Hamburgo. Mucho más rápidamente
que los nuevos barcos de vapor, que necesitaban hacer frecuentes escalas para
repostar combustible.
Fue una época gloriosa, romántica y… efímera,
llena de carreras memorables, gestas marineras, naufragios evitables y
especulación sin precedentes. Todo hay que decirlo.
Aquello terminó en 1.869, cuando la
inauguración del Canal de Suez acortó la ruta en más de la mitad y dejaron de
ser rentables las singladuras a gran velocidad por el Cabo de Hornos o el de Buena
Esperanza.
Casi todos los clippers desaparecieron
entonces, solo algunos sobrevivieron convertidos en buques escuela y uno de
ellos, quizá el mas popular, permanece atracado en los muelles de Greenwich
como museo flotante.
Allí, la magnífica estampa del “Cutty
Shark” induce a reflexionar sobre numerosas cuestiones. Una de ellas, quizá
no la menor, es si vale la pena tanto esfuerzo por ser el más veloz, el
primero; el mejor de todos.
©josecarlospeña
Muy interesante, JC.
ResponderEliminarInteresantísimo.
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