lunes, 21 de enero de 2019

María del Carmen Aranda: Iluminando caminos tan solo por amor







Una luz amarillenta y tenue centelleaba dentro del opaco cristal colgado en el esquizado de una humilde casa.

La noche helaba las lágrimas. El Sol del día se ocultó tembloroso de ser secuestrado por la mastodóntica nube gris azulina, huésped del terror. Mientras, las calles de piedras y cemento, se engalanaban de una fina y fría capa cristalina alentada por los fortísimos e insensibles vientos.

El silencio y la oscuridad reinaba los tristes momentos del alma.

‒Mamá ‒dijo una pequeña y dulce voz desde el interior de la casa‒. Tengo frío.

Casi al unísono, otra voz susurraba a su oído:

‒Y yo miedo madre, tengo mucho miedo. 

La madre abrazó a sus dos pequeños con tanto amor que muy pronto se quedaron dormidos olvidándose del dolor, del frío y del temor, sintiendo en sus cuerpos el calor de su madre y protección.

María, mientras abrazaba a sus hijos, cerró los ojos y con vehemencia imploró:

‒Da fuerzas Señor a este agotado y castigado cuerpo. Y el Universo conmovido por sus palabras, se lo concedió.

Un nuevo lienzo se dibujó en el horizonte. El Sol demostró toda su fuerza y la tormenta acechante con suprema cobardía, se difuminó.

Madres, mujeres, heroínas en el tiempo, faros de luz que cada día con sacrificios y esfuerzos iluminan con colores de azafrán los ojos de la tristeza.

Ellas son ese faro cuya luz titilante en tenebrosos y fríos días, iluminan caminos entregando sus vidas, vidas entregadas tan solo por amor.

© María del Carmen Aranda

2 comentarios:

  1. Precioso, Mari Carmen. Me ha encantado tu pequeña historia.

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    1. Gracias Blanca por tu comentario está escrito con el corazón de una madre y el sentimiento de un hijo.

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