Medio oculto tras la silueta de su
doncella personal, la Sra. Dubois descubre la imagen de su marido en el
espejo. Ya listo para salir, con los guantes en la mano, preguntó a su
esposa qué planes tenía para esa noche. Jugar a las cartas, fue su
escueta respuesta, y continuó dando instrucciones a su doncella sobre el
recogido del su cabello y la colocación de las plumas en el tocado.
Perlas en el cuello y las orejas, y un broche en el sombrero,
completarían el atuendo. Su compañera de entretenimiento sería su
hermana pequeña, a quien iba a escoltar un actor que conociera quién
sabe dónde. No es que la señora tuviese demasiados remilgos a la hora de
juzgar a los amigos de Natalie, sobre todo porque, independientemente
de los orígenes de los mismos, la divertían. Pero le llamaba la atención
que, aún después de haberse negado a seguir financiando la forma de
vida de su hermana Natalie la semana pasada, ésta volviera para jugar y,
además, acompañada. Como no había conseguido otros jugadores, aceptó la
oferta y los invitó a cenar. Suspiró tranquila. Apostar era una de las
aficiones favoritas de la Sra. Dubois que, noche tras noche, arriesgaba
unos cuantos luises.
La mesa para tres ya estaba preparada
cuando entraron en el comedor. Después de una cena ligera, disfrutaron
de un copioso postre acompañado por unos buenos espirituosos, compañeros
ideales para una noche de juego.
La partida no pudo empezar mejor. La
Sra. Dubois acumulaba monedas y copas. Decidió suspender estas últimas
porque su vista había empezado a nublarse, aunque no tanto como para no
ver que iba perdiendo.
Diestra en hacer trampas, despegó el naipe adherido debajo de la mesa para situaciones de emergencia y, tranquila, lo jugó.
—No quiero más bebida —indicó con voz grave y un ligero revoloteo de mano a su obsequiosa criada.
A pesar de su tono, la doncella insiste. Levanta los ojos hacia la joven, cuya mirada le señala al invitado.
El joven actor tiene la mano izquierda
escondida tras su espalda, pero de momento no ha ganado ni una moneda.
La señora se encogió de hombros y siguió jugando. Cerca de la madrugada
había mermado tanto su dinero, que hasta tuvo que darle la sortija de
rubíes al actor. Se despidió de ellos molesta.
Al recontar la criada los naipes, se
encontró con tres ases, que rápida mostró a la señora Dubois. Ella, al
verlos, frunciendo el ceño los arrojó al suelo. ¡Tramposa!, pensó,
comprendiendo que su hermana pequeña se había servido de un cómico para
llevarse el dinero que se había negado a darle para renovar su
guardarropa.
© Liliana Delucchi
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