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Escalera de Bramante |
Que no era una buena idea, ya me habían
advertido mi madre y mi tía. Pero este verano no tengo con quién ir de
vacaciones y la abuela insiste en conocer Roma, así que cuando me
aseguraban que era muy pesada, pensé que eran exageraciones. Debí
hacerles caso.
—Si sabes que soy agnóstica no veo por qué tenemos que visitar el Museo Vaticano.
Cuando decía que ansiaba conocer la
Ciudad Eterna se refería a la Fontana de Trevi, de la que el Bello
Marcello rescatara a una gorda rubia, protesta mientras sube las
escaleras.
—No entiendo qué ves de maravilloso en estos mármoles sin fin.
No contesto, ¿para qué? Quizás si me
mantengo callada ella hará lo mismo. Pero no. Sigue con una diatriba que
ya no escucho, porque estoy centrada en lo que me cuenta una señorita a
través de esta radio que alquilé a la entrada.
—Bueno, ya que tengo que estar aquí, llévame a ver la Capilla Sixtina, quizás pueda presenciar una fumata.
—Abuela, la fumata solo se enciende cuando finaliza el cónclave con la elección de un nuevo Papa.—
—¿Es que no piensan elegir uno ahora?
—No abuela, el actual goza de buena salud.
Está cansada, así que la dejo en el
Cortile della Pigna para que tome un poco de aire y sigo mi recorrido.
No sé cuánto tiempo ha pasado cuando regreso con los ojos y el alma
llenos de Rafael, Leonardo y tantos otros, y la encuentro conversando
con una señora de más o menos su misma edad. Me la presenta como la
Signora Rossina Carpelle, que la está invitando a merendar en su casa
esta tarde. En un español fluido comenta que vive a escasas calles del
Vaticano.
Mi abuela está encantada, durante
nuestro almuerzo no hace más que hablar de su nueva amiga que esta tarde
le va a presentar a su hermano, el Cardenal.
—¿A qué viene tanto entusiasmo, abuela? Eres agnóstica. No se te ocurrirá emprender una discusión con el Cardenal, ¿verdad?
—¿Eres tonta o qué? Pienso seducirlo, después de todo es un Príncipe de la Iglesia.
¡No puedo creerlo! Pido una grappa.
—Abuela, tienes 84 años, no sé cuántos
tendrá él, pero como tú dices, es un Príncipe de la Iglesia y ellos no
van ligando por ahí como los simples mortales.
—Querida niña, Rodrigo Borgia era
cardenal cuando se acostaba con una mujer con la que tuvo cuatro hijos a
los que reconoció. Y terminó siendo Papa.
Necesito otra grappa.
© Liliana Delucchi
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