«Es tu responsabilidad»
El sonido llegaba a duras penas al otro extremo del
pasillo, pero hacía un rato que Weaver se había quedado escuchando la
conversación de su mejor amigo y la princesa a escondidas. Aunque quisiera, no
podía dormir; la puerta del cubículo que les habían cedido a Azteca y a él en
palacio para quedarse tras la celebración de la noche anterior, para bien o
para mal, estaba cerca de la de los dos enamorados y estos habían ido justo a
sentarse en la ventana de enfrente. ¿Casualidad?
«Qué más da eso. No tienes derecho a espiarlos», rezongó
la voz de su conciencia en el fondo de su cerebro; aunque en una voz tan poco
audible que Weaver pudo ignorarla casi sin problemas. Puesto que el ex soldado,
a pesar de alegrarse de que Z por fin se hubiese hecho un hueco en la colonia,
seguía rumiando su propia situación con cierta amargura.
Después de hablar con Cutter, casi pensaba que no tendría
valor ni siquiera de contárselo a Azteca. De hecho, había estado tentado de
rechazar la oferta de plano. Nunca había estado cerca de obtener aquel puesto
ni siquiera por méritos propios, así que a su “yo” más racional –o rebelde,
según se viera– aquella le parecía la opción más natural: decir que no. Además,
si tenían que hacer caso al discurso del flamante nuevo general de la colonia,
su intención era que las cosas cambiasen y la relación entre obreros y soldados
dejase de ser una mera ilusión para convertirse en una práctica realidad.
Weaver conocía poco a Cutter puesto que, hasta hacía nada, casi todas las
órdenes las había dado Mandible; pero era cierto que el hosco ex coronel no
parecía compartir sus locas ambiciones, más bien al contrario.
Cutter le había asegurado, tras llevárselo aparte de la
fiesta para conversar en privado sobre aquel delicado asunto, que quería
hacerlo diferente a su predecesor: más equilibrio, más cohesión, más
comunicación con el resto de la colonia... En definitiva, más decisión
conjunta; siempre amparado por el beneplácito de la reina, claro.
La otra parte de Weaver, sin embargo, buscaba imponer la
lógica y recuperar algo de esa ilusión olvidada por su anterior cometido. A
pesar de encantarle la vida de obrero –alicientes amorosos arriba o abajo–, su
existencia como soldado tampoco había sido nunca tan aborrecible. De hecho, le
gustaba también ese ambiente. Aunque ahora casi todos sus compañeros cercanos
hubiesen sido masacrados en la guerra contra las termitas y los oficiales
restantes fueran los antiguos fieles a Mandible, Weaver sentía un cosquilleo
cada vez que pensaba en lo que ese mundo implicaba para él: acción, actividad
física… Pero lo que más lo aterraba era: «¿qué va a pensar Azteca?»
Para su sorpresa, su amor había sido bastante pragmática
al respecto. La vocecita, molesta pero melodiosa, que lo impulsaba sin querer a
contemplar esa posibilidad de futuro, seguía dando guerra desde otro de sus
segmentos cerebrales. Porque, si le ofrecían ayudar a mejorar la colonia desde
una posición más elevada... ¿Quién no lo querría? Azteca se había mostrado casi
envidiosa de poseer aquella responsabilidad… Pero, a pesar de lo bien que ella
se había tomado la noticia del posible nombramiento de Weaver y cuánto lo había
animado a decir que sí, la hormiga soldado seguía debatiéndose entre lo que
parecía un destino impuesto y su amor por el mundo de los obreros...
El mundo de Azteca.
Weaver se volvió con un suspiro agotado y observó a la
joven obrera dormir de espaldas a él. Era posible que, de haber podido, le
hubiese ofrecido gustoso aquella opción; pero Azteca llevaba un par de semanas
tratando de organizar de nuevo a los obreros con ayuda del capataz y Weaver no
dudaba de que, si las aspiraciones sindicales de Z se veían realizadas, ella
ocuparía un puesto predominante entre los obreros. Tenía talento, inteligencia,
voluntad de trabajo y resistencia física. Sería una gran líder.
Claro que ahora que el hormiguero había terminado de
construirse por el momento, ¿Habría suficiente trabajo para todos? Los obreros
ya no tendrían que cavar, sino que se dedicarían a otros quehaceres. Quizá sí
era hora de...
–Eh…
Weaver, que había vuelto a observar a la feliz pareja del
pasillo mientras reflexionaba, dio un pequeño respingo y se giró de nuevo. Para
su sorpresa, Azteca ya no estaba en la cama, sino a su lado, acariciándole el
brazo con mimo y preocupación a partes iguales.
–Eh, amor mío –el soldado le acarició la mejilla a la
joven obrera, procurando ocultar su tribulación sin éxito y utilizando su
apelativo favorito para ella–. ¿Qué haces levantada? Aún falta para que
amanezca.
–Lo mismo podría decirte yo a ti –repuso ella enarcando
una ceja, socarrona, antes de ceñir la parte baja de su tórax con ambos brazos
y pegarse a él–. Además, digamos que es fácil saber cuándo no estás en la cama.
Él río por lo bajo sin alegría antes de volver a mirar
hacia el lugar donde discutían Z y Bala.
–¿Todavía dándole vueltas, cielo? –adivinó Azteca,
siguiendo su mirada.
Weaver inspiró por la nariz.
–Sí. Y no sé qué hacer –admitió con pesar.
–¿Se lo has dicho a Z? –quiso saber ella, sin despegar la
vista del aludido.
–Aún no –admitió Weaver. Cierto que sospechaba que su
mejor amigo podría haber notado su repentina y momentánea ausencia de la
fiesta, pero… Todavía no había reunido ni el tiempo ni el valor para
confesárselo–. Aunque algo me dice que Bala sí lo sabe. Supongo que Cutter
habrá consultado con ella antes...
Azteca alzó un brazo para acariciarle la mejilla con
ternura.
–Weaver, sabes que decidas lo que decidas te apoyaré –le
informó en el mismo tono–. Vamos. Tienes un alto sentido del deber y vocación
por ayudar siempre que se necesita. Y, bueno, te vería menos –hizo un mohín de
falso disgusto mientras se pegaba más a él– pero estoy dispuesta a
soportarlo... Solo un poquito.
Su amado sonrió sin poder evitarlo y la abrazó con amor
infinito antes de que el rostro de ella ascendiera y sus labios se encontraran
con pasión mal contenida. Fuera como fuese, si estaban juntos podrían soportar
lo que fuera. Sin embargo, una voz chillona desde el pasillo rompió el mágico
momento al gritar, socarrona:
–Eh! ¡Para hacer manitas buscaros un sitio más privado!
Estos son Fanfic de Antz (Dreamworks)
© Paula de Vera García
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