lunes, 18 de febrero de 2019

Paula de Vera García: Nuestro pequeño gran futuro: Capítulo 2







«Es tu responsabilidad»




El sonido llegaba a duras penas al otro extremo del pasillo, pero hacía un rato que Weaver se había quedado escuchando la conversación de su mejor amigo y la princesa a escondidas. Aunque quisiera, no podía dormir; la puerta del cubículo que les habían cedido a Azteca y a él en palacio para quedarse tras la celebración de la noche anterior, para bien o para mal, estaba cerca de la de los dos enamorados y estos habían ido justo a sentarse en la ventana de enfrente. ¿Casualidad?

«Qué más da eso. No tienes derecho a espiarlos», rezongó la voz de su conciencia en el fondo de su cerebro; aunque en una voz tan poco audible que Weaver pudo ignorarla casi sin problemas. Puesto que el ex soldado, a pesar de alegrarse de que Z por fin se hubiese hecho un hueco en la colonia, seguía rumiando su propia situación con cierta amargura.

Después de hablar con Cutter, casi pensaba que no tendría valor ni siquiera de contárselo a Azteca. De hecho, había estado tentado de rechazar la oferta de plano. Nunca había estado cerca de obtener aquel puesto ni siquiera por méritos propios, así que a su “yo” más racional –o rebelde, según se viera– aquella le parecía la opción más natural: decir que no. Además, si tenían que hacer caso al discurso del flamante nuevo general de la colonia, su intención era que las cosas cambiasen y la relación entre obreros y soldados dejase de ser una mera ilusión para convertirse en una práctica realidad. Weaver conocía poco a Cutter puesto que, hasta hacía nada, casi todas las órdenes las había dado Mandible; pero era cierto que el hosco ex coronel no parecía compartir sus locas ambiciones, más bien al contrario.

Cutter le había asegurado, tras llevárselo aparte de la fiesta para conversar en privado sobre aquel delicado asunto, que quería hacerlo diferente a su predecesor: más equilibrio, más cohesión, más comunicación con el resto de la colonia... En definitiva, más decisión conjunta; siempre amparado por el beneplácito de la reina, claro.

La otra parte de Weaver, sin embargo, buscaba imponer la lógica y recuperar algo de esa ilusión olvidada por su anterior cometido. A pesar de encantarle la vida de obrero –alicientes amorosos arriba o abajo–, su existencia como soldado tampoco había sido nunca tan aborrecible. De hecho, le gustaba también ese ambiente. Aunque ahora casi todos sus compañeros cercanos hubiesen sido masacrados en la guerra contra las termitas y los oficiales restantes fueran los antiguos fieles a Mandible, Weaver sentía un cosquilleo cada vez que pensaba en lo que ese mundo implicaba para él: acción, actividad física… Pero lo que más lo aterraba era: «¿qué va a pensar Azteca?»
Para su sorpresa, su amor había sido bastante pragmática al respecto. La vocecita, molesta pero melodiosa, que lo impulsaba sin querer a contemplar esa posibilidad de futuro, seguía dando guerra desde otro de sus segmentos cerebrales. Porque, si le ofrecían ayudar a mejorar la colonia desde una posición más elevada... ¿Quién no lo querría? Azteca se había mostrado casi envidiosa de poseer aquella responsabilidad… Pero, a pesar de lo bien que ella se había tomado la noticia del posible nombramiento de Weaver y cuánto lo había animado a decir que sí, la hormiga soldado seguía debatiéndose entre lo que parecía un destino impuesto y su amor por el mundo de los obreros...

El mundo de Azteca.

Weaver se volvió con un suspiro agotado y observó a la joven obrera dormir de espaldas a él. Era posible que, de haber podido, le hubiese ofrecido gustoso aquella opción; pero Azteca llevaba un par de semanas tratando de organizar de nuevo a los obreros con ayuda del capataz y Weaver no dudaba de que, si las aspiraciones sindicales de Z se veían realizadas, ella ocuparía un puesto predominante entre los obreros. Tenía talento, inteligencia, voluntad de trabajo y resistencia física. Sería una gran líder.

Claro que ahora que el hormiguero había terminado de construirse por el momento, ¿Habría suficiente trabajo para todos? Los obreros ya no tendrían que cavar, sino que se dedicarían a otros quehaceres. Quizá sí era hora de...

–Eh…

Weaver, que había vuelto a observar a la feliz pareja del pasillo mientras reflexionaba, dio un pequeño respingo y se giró de nuevo. Para su sorpresa, Azteca ya no estaba en la cama, sino a su lado, acariciándole el brazo con mimo y preocupación a partes iguales.

–Eh, amor mío –el soldado le acarició la mejilla a la joven obrera, procurando ocultar su tribulación sin éxito y utilizando su apelativo favorito para ella–. ¿Qué haces levantada? Aún falta para que amanezca.

–Lo mismo podría decirte yo a ti –repuso ella enarcando una ceja, socarrona, antes de ceñir la parte baja de su tórax con ambos brazos y pegarse a él–. Además, digamos que es fácil saber cuándo no estás en la cama.

Él río por lo bajo sin alegría antes de volver a mirar hacia el lugar donde discutían Z y Bala.

–¿Todavía dándole vueltas, cielo? –adivinó Azteca, siguiendo su mirada.
Weaver inspiró por la nariz.

–Sí. Y no sé qué hacer –admitió con pesar.

–¿Se lo has dicho a Z? –quiso saber ella, sin despegar la vista del aludido.

–Aún no –admitió Weaver. Cierto que sospechaba que su mejor amigo podría haber notado su repentina y momentánea ausencia de la fiesta, pero… Todavía no había reunido ni el tiempo ni el valor para confesárselo–. Aunque algo me dice que Bala sí lo sabe. Supongo que Cutter habrá consultado con ella antes...

Azteca alzó un brazo para acariciarle la mejilla con ternura.

–Weaver, sabes que decidas lo que decidas te apoyaré –le informó en el mismo tono–. Vamos. Tienes un alto sentido del deber y vocación por ayudar siempre que se necesita. Y, bueno, te vería menos –hizo un mohín de falso disgusto mientras se pegaba más a él– pero estoy dispuesta a soportarlo... Solo un poquito.

Su amado sonrió sin poder evitarlo y la abrazó con amor infinito antes de que el rostro de ella ascendiera y sus labios se encontraran con pasión mal contenida. Fuera como fuese, si estaban juntos podrían soportar lo que fuera. Sin embargo, una voz chillona desde el pasillo rompió el mágico momento al gritar, socarrona:

–Eh! ¡Para hacer manitas buscaros un sitio más privado!





 Estos son Fanfic de Antz (Dreamworks)



© Paula de Vera García


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