domingo, 10 de marzo de 2019

Paula de Vera García: Nuestro pequeño gran futuro: Capítulo 3






«Lo haremos… Pero juntos»



Ante el grito, Weaver y Azteca se separaron de un brinco, como si les hubiera dado calambre. Pero el semblante de ambos cambió de la sorpresa al falso enfado cuando comprobaron de quién venía la reprimenda.

–¡Oh, discúlpeme, Alteza! –chinchó la hormiga hembra a Z mientras tomaba la mano de Weaver y ambos se dirigían hacia donde estaban Bala y el “héroe del día”–. No queríamos importunar.

–Ja, ja –ironizó el aludido, sarcástico–. Muy graciosa.

–¿Qué? –se defendió Azteca con una sonrisa triunfante, al tiempo que ella y la hormiga soldado se acomodaban en un repecho próximo a la ventana, enfrentando a los otros dos–. Asúmelo, es lo que serás dentro de poco.

–Sí. Pero, ¡que no se te suba a la cabeza o tendremos que bajarte de ahí! –rio Weaver, pasando un brazo por la cintura de Azteca.

Aquel gesto ya le resultaba tan simple como respirar. Sin embargo, al comprobar la mirada entre extrañada y cargada de ambigüedad que les dirigía Z, el soldado casi estuvo tentado de retirarse. No habían hablado abiertamente de ello, pero no estaba seguro de cómo podría tomárselo Z. Siendo como era de paranoico, cualquiera sabía…

La que abrió la boca para comentarlo, por el contrario, fue Azteca y sin separarse un milímetro del soldado.

–¿Qué ocurre, Z? ¿Es que tenemos algo en la cara?

El interpelado, de un segundo para otro, mudó el gesto sin saber dónde meterse. Cierto que aún le chocaba ver a sus dos mejores amigos en actitud tan… “íntima”; pero, por otro lado, no podía hacer otra cosa que alegrarse interiormente de que las cosas hubieran ido así. Al fin y al cabo, ¿no era aquel el sueño cumplido de Weaver? ¿Salir con una obrera?

–¿Qué? ¿Yo? No… Qué va… –carraspeó, incómodo–. ¿Qué podríais tener que me llamase tanto la atención que me quedase mirándoos como un idiota…? Bueno, que no quiero decir que no tengáis ambos vuestro atractivo, claro. Pero, bueno, en fin… –Z quería que se lo tragase la tierra. Siempre le ocurría lo mismo cuando se ponía nervioso. Bala se volvió en ese instante, los miró alternativamente y soltó una risita tapándose la boca con la mano, pero no dijo nada. Weaver y Azteca observaban a Z con sendas cejas enarcadas, a la espera de una respuesta mejor y sin dar signos ni de ofensa ni de halago en ningún momento por lo balbuceado hasta entonces por la pobre obrera–. Oh, vale, está bien. Qué demonios. Si en algún momento tenía que soltarlo…

–¡Z! –lo apremió Azteca, poniendo los ojos en blanco y empezando a perder la paciencia–. ¡Suéltalo de una vez, hombre!

Z se calló de golpe, los miró… Sopesó sus posibilidades, inspiró hondo y arrancó:

–Vale. Tú lo has querido, Azteca –la señaló. Ella y Weaver intercambiaron una mirada cómplice antes de que la pregunta del millón llegase por fin–. Me podéis explicar…Cómo… ¿¿Cómo diantres han acabado juntos mis dos mejores amigos??

Los aludidos, como era de esperar, se rieron con fuerza y algo de pudor mal disimulado. Pero fue Azteca la que, tras recuperarse, respondió con falsa inocencia:

–Oh. Lo siento Z. Pero creo que eso es enteramente culpa tuya.

Ahí fue el turno de Z de alzar las cejas, sorprendido.

–¿Culpa mía? ¿Cómo que culpa mía?

–Sí, ya sabes… –apuntó Weaver con sorna–. ¿Quién fue el que me suplicó que le cambiara el sitio para ir a ver a no sé qué princesa en una inspección real?
La boca de Bala se abrió en un gesto de divertido estupor cuando las piezas, de cómo Z había llegado hasta ella tras la batalla con las termitas, encajaban en su cabeza con un agradable clic. El acusado, por otra parte, trataba de mantener la compostura a duras penas, invadido de vergüenza.

–Eh, ¿recuerdas que eso dijimos que sería un secreto entre nosotros? –susurró, escondiendo su boca con la mano e inclinándose hacia su amigo en ademán conspirador.

Sin embargo, no contaba con que Bala tenía un oído perfectamente afinado; más aun estando sentada al lado suyo.

–Bueno, Z. Solo hacía falta sumar dos y dos para saber lo que había pasado. No te sientas tan culpable… –bromeó con media sonrisa, enredando un dedo en su antena mientras él la abrazaba sin poder evitarlo.

–Sí, la princesa tiene razón… –empezó Azteca.

–Oh. Llámame Bala, por favor –pidió la otra joven con sorprendente humildad–. No creo que a estas alturas debamos andarnos los cuatro con formalidades, ¿no creéis? –la duda se reflejó en los rostros de Weaver y Azteca, pero Bala tenía preparada la forma de tranquilizarlos–. Vamos. Sois los mejores amigos de Z. No podría haceros eso.

Las dos hormigas amantes intercambiaron una mirada dubitativa antes de sonreír y asentir al tiempo.

–Está bien –aceptó Azteca, mirándola de nuevo–. Entonces, Z –prosiguió, volviéndose hacia este–. Lo que decía es que creo que Bala tiene razón. Y, la verdad –dirigió de nuevo la vista hacia Weaver con elocuencia–, debo admitir que agradezco tu “experimento” de incursión en las fuerzas armadas.

–Sí, y yo también –corroboró Weaver, abrazando a una sonriente Azteca–. Lo cierto es que creo que de verdad se equivocaron cuando nos asignaron tareas al nacer…

–Oh, por favor. Yo jamás habría desarrollado ese tórax… –se chanceó Z–. Y aunque me alegre mucho de que estéis juntos, de verdad, lo cierto es que creo que lo mío no termina de ser el ejercicio físico…

–Bueno, quién sabe… –dijo entonces Bala, sorprendiendo a Z. En sus ojos violeta brillaba una extraña determinación mientras hablaba–. Quiero decir que… Supongo que es cierto que en algunas cosas llevamos mucho tiempo siendo demasiado rígidos… –la princesa se recostó en el asiento y los cuatro se quedaron pensativos un instante ante aquella afirmación, sabiendo que era bastante acertada. Al menos, hasta que Bala alzó de nuevo la cabeza y señaló a Weaver con la barbilla–. ¿Y tú, Weaver? ¿Has decidido qué responder a Cutter? –el soldado solo se sorprendió ligeramente, puesto que sospechaba que Bala lo sabía, pero esta lo confirmó por si acaso–. Sí, sé que el nuevo general ha hablado contigo. No me mires así –sonrió, pacífica–. Hay pocas cosas que no pasen ahora por mis oídos de futura reina…

Weaver sonrió a medias. Aliviado en parte, pero atenazado de nuevo por las dudas. No obstante, cuando se disponía a responder un segundo después, otra voz más aguda se interpuso, atónita:

–¿El general? –intervino Z, mirándolos alternativamente y sin creérselo del todo–. Pero… ¿Qué te ha dicho? Y, ¿por qué no me habíais contado nada?

–Tranquilo, Z. Ha sido en la fiesta de antes, en realidad –aseguró Weaver, aunque con cierto aire reflexivo. No sabía cuándo habría hablado el general con Bala, pero todo a su tiempo. Prefería calmar las aguas con su mejor amigo en primera instancia. Para su sorpresa, no le tembló apenas la voz al confesar–. Cutter me ha pedido que sea uno de sus segundos al mando de cara al desarrollo del nuevo hormiguero.

–Pero, eso… ¡Es fantástico! –se alegró Z, antes de percatarse del rostro atribulado de su compañero–. Aunque… Quizá no es lo que quieres, claro… Pero, ¡semejante ascenso! ¡Es increíble!

Weaver bufó con suavidad, pero no contestó. Sí, desde luego que era una gran oportunidad, incluso considerando que sería subir varios puestos en la jerarquía de un solo plumazo. Pero temía tanto salir de su actual zona de confort…

–Yo creo que es una buena oportunidad para él –apostilló entonces Azteca, mirando a su amado con dulzura y haciendo que las turbulencias de su mente se diluyeran un poco, ante la visión de sus ojos de miel–. Y creo que lo hará de diez. ¿No es cierto, cielo?

Weaver suspiró y, tras un instante de vacilación, sonrió a medias.

–Mientras no te olvides de mí allá abajo haciendo de líder sindicalista me vale…

Azteca se rió y lo abrazó con fuerza. Casi seguro, eso era un sí; y ella no podía estar más orgullosa. La colonia jamás encontraría un soldado más leal y eso Weaver debía saberlo. Por su parte, Z y Bala los miraron con ternura, igualmente enlazados los brazos de él con el torso de ella.

–¿Sabéis? Creo que algo sí tenemos claro, todos nosotros –comentó entonces la princesa, reclamando de golpe la atención de los tres que la rodeaban: su amado y sus dos nuevos amigos. Sin quererlo, en pocas semanas había pasado de sentirse totalmente sola a tener todo lo que podría casi desear en la vida. Se sentía plena. Con una fuerte responsabilidad en su futuro inmediato, pero segura de que todo saldría bien–: queremos conseguir un futuro mejor para la colonia. Y eso es lo más importante.

Azteca sonrió y adelantó una mano con la palma boca abajo. Z adivinó su intención y colocó la suya encima, seguido de Weaver y, por último, de una extrañada Bala. Pero, cuando los cuatro estuvieron unidos, Azteca pronunció:

–Por un futuro mejor… Juntos y unidos por aquellos que más nos importan.

Y así, repetido por los otros tres, su juramento se alzó hacia el alto techo del pasillo y recorrió el pasillo, la sala del trono, los corredores que llevaban a los cuarteles y al resto del hormiguero. Un deseo colectivo compartido por todas las hormigas que dormían entre sus recodos mientras un nuevo día amanecía sobre Central Park.





 Estos son Fanfic de Antz (Dreamworks)

© Paula de Vera García

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