Amodorrada, con la cabeza hundida aun en
entre los almohadones, Clarisa escucha las campanas. El sonido llega
suave y la niña busca a tientas a su muñeca en medio de las sábanas. Es
temprano, la luz que se cuela a través de las persianas pinta rayas
sobre el suelo, líneas que van creciendo hasta adueñarse de la cómoda y
la estantería. Todavía no se oyen ruidos en el jardín, pero pronto
empezarán los empleados que contrató mamá para adornar el parque y que
todo esté listo al anochecer.
Serán muchos los invitados, la ocasión lo merece, es el aniversario del matrimonio.
Clarisa se levanta y se acerca al
pequeño ropero donde guarda los vestidos de Amanda. Te pondré guapa, un
vestido blanco como el mío, y podrás asistir a la fiesta. Te sentarás a
mi lado y todos podrán ver lo importante que eres. Con un diminuto peine
arregla los rizos de su muñeca y le pone un sombrero. Hoy hará calor y
es bueno que te protejas, eso dice mamá, hay que cuidar la piel del sol.
Después de desayunar sale al jardín. Es
un hervidero de gente. Unos señores están poniendo luces en los árboles,
otros tienden farolillos de un extremo al otro del patio. Llegan
personas con cajas muy grandes y casi se llevan por delante a la niña;
su hermana mayor le ordena que vaya a su cuarto de juegos, pero Clarisa
responde que prefiere ir a visitar a don Mateo, el campanero, aquel que
la despierta todas las mañanas.
Cuando llega a la iglesia encuentra a don Mateo sentado a la sombra de un árbol, comiendo una manzana.
—¿Quieres un poco?
—Gracias, don Mateo, ya he desayunado.
—¿Y tu muñeca, no querrá?
—A ella no le gustan las manzanas, prefiere las ciruelas.
Clarisa se acomoda junto al anciano que
le cuenta la historia del almendro que los cobija. Lo plantó su padre
hace muchos años, y él siempre sabe cómo será la primavera de acuerdo
con la cantidad de flores que llenen su copa.
—Esta noche celebramos el aniversario de
boda de mis padres y han preferido que me marchara para no molestar.
Pero se está cometiendo una injusticia. Verá, en mi casa se festejan
todos los cumpleaños, pero nadie se acuerda del de Amanda.
—¿Y tú sabes cuándo es su aniversario?
—Sí, mañana. Desde que me la regalaron
duerme conmigo, me abraza cuando tengo miedo y me cuenta historias.
Amanda es una gran cuenta cuentos, seguro que de mayor será escritora.
Don Mateo sugiere que si es una
injusticia debería remediarla y organizar una celebración, pero Clarisa
cree que nadie iría, porque su familia siempre tiene prisa.
— Yo quiero algo más.
—¿Algo más? ¿Cómo qué?
—Que todo el mundo lo sepa, que el pueblo se entere.
—Déjalo de mi cuenta.
Después de una noche de fiesta en que
permitieron a Clarisa quedarse hasta más tarde de lo habitual, la niña
despierta con el tradicional sonido de las campañas, aunque esta vez es
diferente, parece más fuerte y con una melodía distinta.
Se asoma a la ventana. Enganchada a la
campana de la iglesia ve una pancarta con una leyenda que la emociona:
Feliz cumpleaños, Amanda.
© Liliana Delucchi
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