Pasaron casi dos
semanas sin que Bulma y Vegeta volviesen casi a dirigirse la palabra, ante la
estupefacción de todos los habitantes de Capsule Corp. Se cruzaban por el
pasillo, se miraban fugazmente y pasaban de largo, como si el otro no
existiera. Sin embargo, cuando ambos caían en sus respectivas camas por las
noches, ninguno podía conciliar el sueño pensando en el otro.
Bulma seguía
sintiéndose dolida por las traiciones de Yamcha y, al mismo tiempo, se sentía
frustrada por la actitud de Vegeta. Cierto que besarlo solo había sido un
intento de que reaccionara por fin y dejase caer su eterna coraza de guerrero
impasible y egocéntrico, pero el resultado había sido más amargo de lo que ella
esperaba. Porque, lo quisiera o no, le había gustado besarlo. Unir sus labios a
los de él había sido como una descarga eléctrica más potente que cualquier rayo
de energía de los que él lanzaba en las batallas. Nunca, con ninguno de sus
anteriores novios, había sentido nada similar.
Por una centésima de
segundo, Bulma había estado tentada de quedarse allí, aferrada a él para
siempre. Pero la realidad se había impuesto de manera dolorosa y el rechazo,
aunque no era inesperado y no quería darle más importancia, seguía escociendo
en el fondo de su corazón como una herida abierta.
Bulma se giró entre
las sábanas por enésima vez y miró hacia la pared, conteniendo el llanto a
duras penas. Más allá, a escasos quince metros, dormía Vegeta, al otro lado de
la pared. ¿Qué estaría sintiendo él? «Bah, y a ti qué más te da», se reprendió
mentalmente con aspereza. Sin duda era el hombre más rudo, maleducado,
interesado y ególatra que había conocido nunca.
Entonces, ¿por qué
sentía ese cosquilleo en el bajo vientre cada vez que veía su silueta aparecer?
Bulma ahogó un gemido contra la almohada. Aquello no podía estar pasándole. «No
estás preparada, no estás preparada…». Ese era el mantra que se repetía una y
otra vez, más si cabía después de la escenita de la terraza. No sabía por qué,
pero Vegeta despertaba sus instintos más básicos, tanto en la luz como en la
oscuridad. A pesar de su carácter hosco y desapegado, Bulma se sentía en la
necesidad de ayudarlo desde el primer día que lo vio. Era algo que nunca había
podido reprimir.
A pesar de sus
protestas frecuentes cuando sus compañeros masculinos –Goku, Gohan, Krilin– no
cumplían sus expectativas y deseos, Bulma jamás se había sentido capaz de negar
su auxilio a quien lo necesitara si estaba en su mano poder hacer algo. Y cada
vez que pensaba en Vegeta percibía que había dado dolorosamente en el blanco:
bajo esa gruesa capa de indiferencia, ese ceño fruncido y esa expresión rabiosa
se escondía algo más.
Bulma suspiró y se
levantó de la cama. Necesitaba que le diera el aire. Por ello, no lo pensó dos
veces antes de dirigirse al pasillo y abrir la puerta. Lo que no esperaba era encontrarlo
a él allí.
***
–Maldita estúpida
–rezongó Vegeta por enésima vez mientras se adentraba en su dormitorio,
cerrando de un violento portazo.
Acababa de volver de
entrenar y el enfado se había hecho patente del todo cuando había comprobado
que no era capaz de concentrarse. Diferentes imágenes de Bulma volvían a su
cerebro cada dos por tres, invadiendo su consciencia y haciendo que cometiese
errores absurdos… y dolorosos para él. En aquellas dos horas, se había abrasado
sin querer ambos brazos al intentar retener una bola de energía descontrolada
sin éxito, casi se había dislocado una muñeca haciendo flexiones y se había
herido un tobillo al tropezar con una piedra. En todos esos momentos, la
dichosa joven de pelo azul había irrumpido en su cerebro sin avisar. Y, sobre
todo, estaba esa sensación persistente sobre sus labios desde el beso en la
terraza.
¿Qué diablos le
pasaba? ¿Y qué demonios pretendía ella? ¿Acaso se creía que él se iba a rebajar
a estar con una humana porque sí, que acaso no tenía ningún tipo de
autocontrol? Cierto que ella tenía un cuerpo más que aceptable que llevaba
admirando en silencio durante casi dos años, pero de ahí a pasar a mayores…
En el fondo, aunque no
lo admitiría ni bajo tortura, Vegeta estaba aterrado ante aquella posibilidad.
Se convencía todos los días de cuánto odiaba a los humanos y a Kakarot, su
rival Saiyan que ya había conseguido pasar la barrera y evolucionar a Super
Saiyan. En ese rencor sordo se escudaba a diario cuando salía a entrenar,
flagelándose con esa imagen rubia de ojos claros que debía haberle
correspondido a él en vez de morir como un idiota a manos de Freezer. Y si
contábamos al mocoso de pelo violeta...
Apretó de nuevo los
dientes con fuerza, conteniendo su rabia a duras penas. Tenía que concentrarse
en no morir cuando llegaran los androides dos años después.
–Tsch –refunfuñó–. Kakarot sí fue tan débil como para procrear con
una humana y mira cómo le salió la jugada…
Aunque tenía que
admitir que Gohan, aparte de ese inmenso poder latente que poseía y, por alguna
razón, no era capaz de emplear correctamente, era un niño muy listo. Había
logrado engañarlo aquella vez con el asunto del radar dragón. Vegeta resopló. Y
seguía sin tener ni idea de cómo era posible que existiera otra criatura con
sangre Saiyan… Aunque, si venía del futuro… ¿Sería otro hijo de Kakarot? No
parecía probable: tanto él como la madre gritona de Gohan eran morenos y de
ojos oscuros. ¿Entonces…?
Sacudió la cabeza,
agotado. Estaba hecho un lío y las paredes del dormitorio parecían querer
aprisionarlo, junto a su voluntad de dominar el mundo. Necesitaba que le diera
el aire antes de convertirse del todo en un triste pelele a merced de los
humanos. Tenía que ser capaz de pensar con claridad.
Pero lo que no
esperaba, cuando abrió la puerta, fue que ella saliese justo de su dormitorio
en ese preciso momento.
***
El tiempo pareció
detenerse un instante entre ambos mientras se observaban con fijeza y
sentimientos encontrados.
–¿Qué…? ¿Haces aquí?
Los dos habían
pronunciado las palabras casi a la vez y la escena hubiese resultado hasta
cómica, si no hubiese sido porque la tensión en el aire podía cortarse con un
cuchillo.
–Necesitaba que me
diera el aire –se adelantó a responder Bulma, tratando de mantener una pose de
fría calma que estaba muy lejos de sentir–. ¿Y tú?
Vegeta emitió un corto
sonido que podía asumirse como una pequeña risa despectiva.
–No es asunto tuyo,
humana.
Para su desconcierto,
tras unos segundos, Bulma lo imitó y levantó los brazos en una señal que
parecía de rendición.
–No, claro. Lo
olvidaba –se mofó la joven, no sin cierta amargura velada–. Los asuntos de “Su
Alteza” nunca son cosa mía.
Como era de esperar,
ante aquella burla que además apelaba a su condición de príncipe Saiyan, a
Vegeta le ardió la sangre en una milésima de segundo.
–Maldita humana
–rechinó–. ¿Quién te has creído que eres para hablarme así?
Bulma, lejos de
asustarse y ya inmunizada hacía tiempo contra las pataletas del Saiyan, plantó
los pies con firmeza en el suelo y puso los brazos en jarras, desafiante.
–¿Quién soy, me
preguntas? –lo señaló con un dedo acusador–. Te lo voy a decir, maldito
arrogante. Soy la persona que te acogió hace tres años cuando nadie más daba un
duro por ti; cuando cualquiera de los demás te hubiera dejado pudrirte en medio
del bosque en soledad y que, en cambio, cuando se te ocurrió volver año y medio
después te dio un techo bajo el que resguardarte, comida, ropa y cama…
–¡Yo no te pedí que
hicieras todo eso! –se defendió él, agresivo–. ¡Y no te creas que no he
olvidado mis promesas! –Vegeta dio dos pasos hacia ella, amenazante, pero Bulma
se limitó a sostenerle la mirada con frialdad y a cruzarse de brazos mientras
él proseguía con su diatriba–. ¡Algún día, me convertiré en Super Saiyan,
venceré a Kakarot y mandaré sobre el Universo! ¡Y no podréis hacer nada para
evitarlo!
Para su mayor enfado,
Bulma, en vez de sentirse amedrentada, soltó una carcajada corta y mordaz.
–¡Ah, claro! ¡Lo
olvidaba! –se chanceó de nuevo, haciendo que el Saiyan se pusiera aún más rojo
de ira–. ¡El gran Vegeta va a seguir la tradición sanguinaria de sus
antepasados y a arrasar con todo! Pues, ¿sabes qué? –inquirió, furiosa,
acercándose también dos pasos.
–¿Qué? –se dejó
provocar él, ciego de rabia.
Bulma apretó los puños
y se acercó más a él, hasta estar a la altura adecuada para abofetearlo sin
miramientos. Tras unos segundos que se hicieron eternos, Vegeta se giró para
mirarla, desconcertado. La joven jadeaba, pero no había atisbo de miedo en sus
ojos claros. Solo había… decepción. Y el Saiyan lo vio con una claridad tan
dolorosa como si un rayo de sol calcinase sus retinas.
–Que creo que no eres
lo suficientemente hombre para hacerlo –declaró entonces Bulma a gritos, sin
preocuparse de que alguien la escuchara, mientras aproximaba a él su rostro
contraído y cercano al llanto. Un llanto desesperado y frustrado por aquel
hombre que, debió saberlo, no merecía nada por su parte, ni un triste
pensamiento; pero no podía evitarlo–. En el fondo, no eres nadie y nunca lo
serás. Solo eres un idiota que se cree el rey del mundo; el gallo jefe del
corral y, en el fondo, lo único que das es lástima –sorbió, impotente–.
¡Maldita sea! ¡Estoy cansada de intentar ayudarte a salir adelante, de
preocuparme por ti cada vez que te haces daño o de que me trates como si no
fuese nadie cuando lo único que quiero es que estés bien aquí, con nosotros!
–se enjugó las lágrimas con una mano y masculló, apartando la mirada y
alejándose unos centímetros de él–. Mierda…
El Saiyan, mientras
tanto, se quedó clavado en el sitio cuando la muchacha se irguió para irse, sin
contener ya del todo las lágrimas. Hombres. Todos eran iguales. Por un absurdo
segundo, se arrepintió de todo con respecto a Vegeta: de haberlo dejado entrar
en su casa y en su vida; de haberle aguantado todas sus tonterías. Solo era un
inútil con ínfulas, un…
–Bulma –escuchó
entonces a su espalda, mientras una mano varonil aferraba su muñeca con
decisión–. Espera.
La joven se giró,
tratando de zafarse con cierta violencia. Pero en su nebulosa de dolor no contó
con la fuerza de Vegeta… ni con lo que sucedió a continuación.
Como si se tratara de
un imán, el Saiyan la atrajo de golpe hacia sí y unió sus bocas de una forma
que hizo temblar a Bulma de la cabeza a los pies. No era un beso tierno, ni
mucho menos. Pero desprendía tal fuerza y tal necesidad que la joven, sin
pensárselo dos veces y olvidando sus lágrimas, se lo devolvió. Cuando introdujo
su lengua en la boca de Vegeta, este soltó su muñeca lentamente y ella pasó los
brazos por el cuello de él, enredando los dedos en su espesa mata de cabello
negro como el azabache. Olía a sudor mezclado con algo indefinido, pero que sin
querer le recordó al aire de Namek. De repente, mientras uno de los brazos del
Saiyan se ceñía en paralelo a su espalda, apretándola más contra su pecho de
mármol, Bulma decidió que aquel aroma, a pesar de todo lo ocurrido allí, le
encantaba.
La pareja se quedó un
buen rato allí en el pasillo, reconociendo al detalle los recovecos de la boca
y el cuerpo del otro, antes de Bulma, en un jadeo, susurrara:
–Vegeta…
–¿Qué? –repuso el otro
junto a sus labios, aún abrazado a ella como si fuera una roca a la que
aferrarse cuando la marea trata de arrastrarte al fondo y acabar contigo.
Bulma tragó saliva.
–Creo que… deberíamos…
Aprisionada en su
abrazo, gesticuló como pudo hacia la puerta de su habitación. Vegeta siguió la
dirección indicada con la vista y, sin más miramientos, alzó a Bulma del suelo
y la sostuvo contra su cuerpo mientras avanzaba hacia allí. Ella, tras la
sorpresa inicial, abrazó el cuerpo perfectamente torneado de él con brazos y
piernas mientras sus labios volvían a unirse. A ciegas, el Saiyan logró atinar
para entrar por el hueco al oscuro dormitorio y cerrar tras de sí.
A partir de ese
instante, la escena se convirtió en poco menos que una lucha salvaje entre dos
criaturas movidas solo por un ardiente deseo que no terminaba de apagarse. Tras
desnudarse con prisas y algo de falta de práctica, sus cuerpos se acoplaron
sobre el colchón de Bulma entre jadeos y gemidos; una y otra vez, sin pensar
demasiado en las posibles consecuencias que aquello podía acarrear.
Tendidos entre sábanas
revueltas, Vegeta sujetaba y acariciaba los pechos de la joven con ambas manos,
como si fueran dos joyas a punto de desaparecer de su vista. Ella mordisqueaba
sus labios, los lóbulos de sus orejas y su cuello, casi al tiempo que su nombre
susurrado se escapaba de entre sus labios sin que pudiera evitarlo. El cuerpo
de Vegeta pasó una y otra vez bajo las yemas de sus dedos; musculado, perfecto
y perlado de sudor mientras se movía sobre ella a un ritmo constante pero
frenético. El placer era cada vez más intenso, por lo que Bulma pensó que se
iba a desmayar sin remedio cuando el orgasmo por fin recorrió cada fibra de su
ser.
Como si hubiera sido
una señal, Vegeta terminó en ese instante con un gemido casi agónico. Tras unos
segundos en los que apenas pudieron recobrar el aliento, con un profundo
suspiro ambos se derrumbaron encima del colchón, uno al lado del otro, mirando
al techo y sin atreverse a dirigir la vista hacia su amante.
–Vaya… –se sorprendió
Bulma en un susurro, sonriendo sin querer y mirando de reojo a Vegeta cuando
por fin fue capaz de volver a enfocar la vista.
–Sí… –repuso él,
agotado, abriendo un ojo en su dirección–. Aunque los dos sabemos que esto no
debería haber pasado.
Bulma se acodó de
costado sobre el colchón, tapando su cuerpo desnudo con la sábana.
–¿Eh? ¿Qué quieres
decir? –preguntó, curiosa.
Vegeta gruñó,
inseguro, antes de acomodarse y mirar hacia el techo.
–Sé lo que ha pasado
con Yamcha.
Bulma entrecerró los
ojos. ¿A qué venía sacar a su ex a relucir?
–Deja a Yamcha
tranquilo –espetó, algo irritada–. Esto es entre tú y yo.
–No te sigo –admitió
el Saiyan sin mudar el gesto.
Ella, por su parte,
puso los ojos en blanco.
–Vegeta. Los dos somos
adultos –indicó, despacio– y creo que podemos darle a esto la importancia que
queramos. Está claro que no somos novatos en ello, y... Yo… –la joven se pasó
un mechón de pelo por detrás de la oreja, azorada–. Ha estado bastante bien.
Pero… Puedo entender… Que tú no quieras esto...
Era una mentira y
Bulma lo sabía, pero en ese instante no le importaba tanto como creía que su
repentina aventura con el Saiyan fuese solo “sexo por compasión”. Sería un
error; doloroso, pero un error, al fin y al cabo, del que se acabaría
recuperando. Siempre lo hacía.
Vegeta por su parte apretó los puños debajo de la sábana y apartó la mirada, indeciso. Sería un idiota si no admitiera que había disfrutado con ella en la cama, pero no quería enfrentarse a la posibilidad de que se enteraran... De que lo juzgaran por ello. No podía permitírselo... ¿O sí? ¿Estaba dispuesto a ceder y dejarlo todo por una terrícola y sus preciosos ojos de zafiro?
Vegeta por su parte apretó los puños debajo de la sábana y apartó la mirada, indeciso. Sería un idiota si no admitiera que había disfrutado con ella en la cama, pero no quería enfrentarse a la posibilidad de que se enteraran... De que lo juzgaran por ello. No podía permitírselo... ¿O sí? ¿Estaba dispuesto a ceder y dejarlo todo por una terrícola y sus preciosos ojos de zafiro?
«Podemos darle la
importancia que queramos».
Por primera vez y tras
reflexionar, Vegeta mostró un leve atisbo de sonrisa y se incorporó para
vestirse, dándole la espalda a la joven.
–Está bien, Bulma. Le
daremos la importancia justa. ¿Te parece bien?
La joven observó su
espalda entrenada y el pequeño resto de su cola de simio, que destacaba como un
potente foco sobre la base de su espalda bronceada, mientras él se vestía,
meditando. Vegeta tampoco se giró al no obtener una respuesta inmediata. Sin
embargo, cuando ya se iba a retirar del dormitorio, Bulma lo llamó:
–Vegeta –este se
volvió unos centímetros, expectante. Ella se incorporó y, abrazándose las
rodillas cubiertas por la sábana, le dijo una frase que cambiaría el futuro de
ambos para siempre–. Vuelve cuando quieras. ¿De acuerdo?
(Imagen: Bulma, flashback durante "La Batalla de los Dioses", Dragon Ball Super).
© Paula de Vera García
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