jueves, 18 de abril de 2019

Paula de Vera García: Un punto de no retorno (Vegeta & Bulma #3)





Pasaron casi dos semanas sin que Bulma y Vegeta volviesen casi a dirigirse la palabra, ante la estupefacción de todos los habitantes de Capsule Corp. Se cruzaban por el pasillo, se miraban fugazmente y pasaban de largo, como si el otro no existiera. Sin embargo, cuando ambos caían en sus respectivas camas por las noches, ninguno podía conciliar el sueño pensando en el otro.

Bulma seguía sintiéndose dolida por las traiciones de Yamcha y, al mismo tiempo, se sentía frustrada por la actitud de Vegeta. Cierto que besarlo solo había sido un intento de que reaccionara por fin y dejase caer su eterna coraza de guerrero impasible y egocéntrico, pero el resultado había sido más amargo de lo que ella esperaba. Porque, lo quisiera o no, le había gustado besarlo. Unir sus labios a los de él había sido como una descarga eléctrica más potente que cualquier rayo de energía de los que él lanzaba en las batallas. Nunca, con ninguno de sus anteriores novios, había sentido nada similar.

Por una centésima de segundo, Bulma había estado tentada de quedarse allí, aferrada a él para siempre. Pero la realidad se había impuesto de manera dolorosa y el rechazo, aunque no era inesperado y no quería darle más importancia, seguía escociendo en el fondo de su corazón como una herida abierta.

Bulma se giró entre las sábanas por enésima vez y miró hacia la pared, conteniendo el llanto a duras penas. Más allá, a escasos quince metros, dormía Vegeta, al otro lado de la pared. ¿Qué estaría sintiendo él? «Bah, y a ti qué más te da», se reprendió mentalmente con aspereza. Sin duda era el hombre más rudo, maleducado, interesado y ególatra que había conocido nunca.

Entonces, ¿por qué sentía ese cosquilleo en el bajo vientre cada vez que veía su silueta aparecer? Bulma ahogó un gemido contra la almohada. Aquello no podía estar pasándole. «No estás preparada, no estás preparada…». Ese era el mantra que se repetía una y otra vez, más si cabía después de la escenita de la terraza. No sabía por qué, pero Vegeta despertaba sus instintos más básicos, tanto en la luz como en la oscuridad. A pesar de su carácter hosco y desapegado, Bulma se sentía en la necesidad de ayudarlo desde el primer día que lo vio. Era algo que nunca había podido reprimir.

A pesar de sus protestas frecuentes cuando sus compañeros masculinos –Goku, Gohan, Krilin– no cumplían sus expectativas y deseos, Bulma jamás se había sentido capaz de negar su auxilio a quien lo necesitara si estaba en su mano poder hacer algo. Y cada vez que pensaba en Vegeta percibía que había dado dolorosamente en el blanco: bajo esa gruesa capa de indiferencia, ese ceño fruncido y esa expresión rabiosa se escondía algo más.

Bulma suspiró y se levantó de la cama. Necesitaba que le diera el aire. Por ello, no lo pensó dos veces antes de dirigirse al pasillo y abrir la puerta. Lo que no esperaba era encontrarlo a él allí.

***

–Maldita estúpida –rezongó Vegeta por enésima vez mientras se adentraba en su dormitorio, cerrando de un violento portazo.
Acababa de volver de entrenar y el enfado se había hecho patente del todo cuando había comprobado que no era capaz de concentrarse. Diferentes imágenes de Bulma volvían a su cerebro cada dos por tres, invadiendo su consciencia y haciendo que cometiese errores absurdos… y dolorosos para él. En aquellas dos horas, se había abrasado sin querer ambos brazos al intentar retener una bola de energía descontrolada sin éxito, casi se había dislocado una muñeca haciendo flexiones y se había herido un tobillo al tropezar con una piedra. En todos esos momentos, la dichosa joven de pelo azul había irrumpido en su cerebro sin avisar. Y, sobre todo, estaba esa sensación persistente sobre sus labios desde el beso en la terraza.

¿Qué diablos le pasaba? ¿Y qué demonios pretendía ella? ¿Acaso se creía que él se iba a rebajar a estar con una humana porque sí, que acaso no tenía ningún tipo de autocontrol? Cierto que ella tenía un cuerpo más que aceptable que llevaba admirando en silencio durante casi dos años, pero de ahí a pasar a mayores…

En el fondo, aunque no lo admitiría ni bajo tortura, Vegeta estaba aterrado ante aquella posibilidad. Se convencía todos los días de cuánto odiaba a los humanos y a Kakarot, su rival Saiyan que ya había conseguido pasar la barrera y evolucionar a Super Saiyan. En ese rencor sordo se escudaba a diario cuando salía a entrenar, flagelándose con esa imagen rubia de ojos claros que debía haberle correspondido a él en vez de morir como un idiota a manos de Freezer. Y si contábamos al mocoso de pelo violeta...

Apretó de nuevo los dientes con fuerza, conteniendo su rabia a duras penas. Tenía que concentrarse en no morir cuando llegaran los androides dos años después.

Tsch –refunfuñó–. Kakarot sí fue tan débil como para procrear con una humana y mira cómo le salió la jugada…

Aunque tenía que admitir que Gohan, aparte de ese inmenso poder latente que poseía y, por alguna razón, no era capaz de emplear correctamente, era un niño muy listo. Había logrado engañarlo aquella vez con el asunto del radar dragón. Vegeta resopló. Y seguía sin tener ni idea de cómo era posible que existiera otra criatura con sangre Saiyan… Aunque, si venía del futuro… ¿Sería otro hijo de Kakarot? No parecía probable: tanto él como la madre gritona de Gohan eran morenos y de ojos oscuros. ¿Entonces…?

Sacudió la cabeza, agotado. Estaba hecho un lío y las paredes del dormitorio parecían querer aprisionarlo, junto a su voluntad de dominar el mundo. Necesitaba que le diera el aire antes de convertirse del todo en un triste pelele a merced de los humanos. Tenía que ser capaz de pensar con claridad.

Pero lo que no esperaba, cuando abrió la puerta, fue que ella saliese justo de su dormitorio en ese preciso momento.

***

El tiempo pareció detenerse un instante entre ambos mientras se observaban con fijeza y sentimientos encontrados.

–¿Qué…? ¿Haces aquí?

Los dos habían pronunciado las palabras casi a la vez y la escena hubiese resultado hasta cómica, si no hubiese sido porque la tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo.

–Necesitaba que me diera el aire –se adelantó a responder Bulma, tratando de mantener una pose de fría calma que estaba muy lejos de sentir–. ¿Y tú?

Vegeta emitió un corto sonido que podía asumirse como una pequeña risa despectiva.

–No es asunto tuyo, humana.

Para su desconcierto, tras unos segundos, Bulma lo imitó y levantó los brazos en una señal que parecía de rendición.

–No, claro. Lo olvidaba –se mofó la joven, no sin cierta amargura velada–. Los asuntos de “Su Alteza” nunca son cosa mía.

Como era de esperar, ante aquella burla que además apelaba a su condición de príncipe Saiyan, a Vegeta le ardió la sangre en una milésima de segundo.

–Maldita humana –rechinó–. ¿Quién te has creído que eres para hablarme así?
Bulma, lejos de asustarse y ya inmunizada hacía tiempo contra las pataletas del Saiyan, plantó los pies con firmeza en el suelo y puso los brazos en jarras, desafiante.

–¿Quién soy, me preguntas? –lo señaló con un dedo acusador–. Te lo voy a decir, maldito arrogante. Soy la persona que te acogió hace tres años cuando nadie más daba un duro por ti; cuando cualquiera de los demás te hubiera dejado pudrirte en medio del bosque en soledad y que, en cambio, cuando se te ocurrió volver año y medio después te dio un techo bajo el que resguardarte, comida, ropa y cama…

–¡Yo no te pedí que hicieras todo eso! –se defendió él, agresivo–. ¡Y no te creas que no he olvidado mis promesas! –Vegeta dio dos pasos hacia ella, amenazante, pero Bulma se limitó a sostenerle la mirada con frialdad y a cruzarse de brazos mientras él proseguía con su diatriba–. ¡Algún día, me convertiré en Super Saiyan, venceré a Kakarot y mandaré sobre el Universo! ¡Y no podréis hacer nada para evitarlo!

Para su mayor enfado, Bulma, en vez de sentirse amedrentada, soltó una carcajada corta y mordaz.

–¡Ah, claro! ¡Lo olvidaba! –se chanceó de nuevo, haciendo que el Saiyan se pusiera aún más rojo de ira–. ¡El gran Vegeta va a seguir la tradición sanguinaria de sus antepasados y a arrasar con todo! Pues, ¿sabes qué? –inquirió, furiosa, acercándose también dos pasos.

–¿Qué? –se dejó provocar él, ciego de rabia.

Bulma apretó los puños y se acercó más a él, hasta estar a la altura adecuada para abofetearlo sin miramientos. Tras unos segundos que se hicieron eternos, Vegeta se giró para mirarla, desconcertado. La joven jadeaba, pero no había atisbo de miedo en sus ojos claros. Solo había… decepción. Y el Saiyan lo vio con una claridad tan dolorosa como si un rayo de sol calcinase sus retinas.

–Que creo que no eres lo suficientemente hombre para hacerlo –declaró entonces Bulma a gritos, sin preocuparse de que alguien la escuchara, mientras aproximaba a él su rostro contraído y cercano al llanto. Un llanto desesperado y frustrado por aquel hombre que, debió saberlo, no merecía nada por su parte, ni un triste pensamiento; pero no podía evitarlo–. En el fondo, no eres nadie y nunca lo serás. Solo eres un idiota que se cree el rey del mundo; el gallo jefe del corral y, en el fondo, lo único que das es lástima –sorbió, impotente–. ¡Maldita sea! ¡Estoy cansada de intentar ayudarte a salir adelante, de preocuparme por ti cada vez que te haces daño o de que me trates como si no fuese nadie cuando lo único que quiero es que estés bien aquí, con nosotros! –se enjugó las lágrimas con una mano y masculló, apartando la mirada y alejándose unos centímetros de él–. Mierda…

El Saiyan, mientras tanto, se quedó clavado en el sitio cuando la muchacha se irguió para irse, sin contener ya del todo las lágrimas. Hombres. Todos eran iguales. Por un absurdo segundo, se arrepintió de todo con respecto a Vegeta: de haberlo dejado entrar en su casa y en su vida; de haberle aguantado todas sus tonterías. Solo era un inútil con ínfulas, un…

–Bulma –escuchó entonces a su espalda, mientras una mano varonil aferraba su muñeca con decisión–. Espera.

La joven se giró, tratando de zafarse con cierta violencia. Pero en su nebulosa de dolor no contó con la fuerza de Vegeta… ni con lo que sucedió a continuación.

Como si se tratara de un imán, el Saiyan la atrajo de golpe hacia sí y unió sus bocas de una forma que hizo temblar a Bulma de la cabeza a los pies. No era un beso tierno, ni mucho menos. Pero desprendía tal fuerza y tal necesidad que la joven, sin pensárselo dos veces y olvidando sus lágrimas, se lo devolvió. Cuando introdujo su lengua en la boca de Vegeta, este soltó su muñeca lentamente y ella pasó los brazos por el cuello de él, enredando los dedos en su espesa mata de cabello negro como el azabache. Olía a sudor mezclado con algo indefinido, pero que sin querer le recordó al aire de Namek. De repente, mientras uno de los brazos del Saiyan se ceñía en paralelo a su espalda, apretándola más contra su pecho de mármol, Bulma decidió que aquel aroma, a pesar de todo lo ocurrido allí, le encantaba.

La pareja se quedó un buen rato allí en el pasillo, reconociendo al detalle los recovecos de la boca y el cuerpo del otro, antes de Bulma, en un jadeo, susurrara:

–Vegeta…

–¿Qué? –repuso el otro junto a sus labios, aún abrazado a ella como si fuera una roca a la que aferrarse cuando la marea trata de arrastrarte al fondo y acabar contigo.

Bulma tragó saliva.

–Creo que… deberíamos…

Aprisionada en su abrazo, gesticuló como pudo hacia la puerta de su habitación. Vegeta siguió la dirección indicada con la vista y, sin más miramientos, alzó a Bulma del suelo y la sostuvo contra su cuerpo mientras avanzaba hacia allí. Ella, tras la sorpresa inicial, abrazó el cuerpo perfectamente torneado de él con brazos y piernas mientras sus labios volvían a unirse. A ciegas, el Saiyan logró atinar para entrar por el hueco al oscuro dormitorio y cerrar tras de sí.

A partir de ese instante, la escena se convirtió en poco menos que una lucha salvaje entre dos criaturas movidas solo por un ardiente deseo que no terminaba de apagarse. Tras desnudarse con prisas y algo de falta de práctica, sus cuerpos se acoplaron sobre el colchón de Bulma entre jadeos y gemidos; una y otra vez, sin pensar demasiado en las posibles consecuencias que aquello podía acarrear.

Tendidos entre sábanas revueltas, Vegeta sujetaba y acariciaba los pechos de la joven con ambas manos, como si fueran dos joyas a punto de desaparecer de su vista. Ella mordisqueaba sus labios, los lóbulos de sus orejas y su cuello, casi al tiempo que su nombre susurrado se escapaba de entre sus labios sin que pudiera evitarlo. El cuerpo de Vegeta pasó una y otra vez bajo las yemas de sus dedos; musculado, perfecto y perlado de sudor mientras se movía sobre ella a un ritmo constante pero frenético. El placer era cada vez más intenso, por lo que Bulma pensó que se iba a desmayar sin remedio cuando el orgasmo por fin recorrió cada fibra de su ser.

Como si hubiera sido una señal, Vegeta terminó en ese instante con un gemido casi agónico. Tras unos segundos en los que apenas pudieron recobrar el aliento, con un profundo suspiro ambos se derrumbaron encima del colchón, uno al lado del otro, mirando al techo y sin atreverse a dirigir la vista hacia su amante.

–Vaya… –se sorprendió Bulma en un susurro, sonriendo sin querer y mirando de reojo a Vegeta cuando por fin fue capaz de volver a enfocar la vista.

–Sí… –repuso él, agotado, abriendo un ojo en su dirección–. Aunque los dos sabemos que esto no debería haber pasado.
Bulma se acodó de costado sobre el colchón, tapando su cuerpo desnudo con la sábana.

–¿Eh? ¿Qué quieres decir? –preguntó, curiosa.

Vegeta gruñó, inseguro, antes de acomodarse y mirar hacia el techo.

–Sé lo que ha pasado con Yamcha.

Bulma entrecerró los ojos. ¿A qué venía sacar a su ex a relucir?

–Deja a Yamcha tranquilo –espetó, algo irritada–. Esto es entre tú y yo.

–No te sigo –admitió el Saiyan sin mudar el gesto.

Ella, por su parte, puso los ojos en blanco.

–Vegeta. Los dos somos adultos –indicó, despacio– y creo que podemos darle a esto la importancia que queramos. Está claro que no somos novatos en ello, y... Yo… –la joven se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja, azorada–. Ha estado bastante bien. Pero… Puedo entender… Que tú no quieras esto...

Era una mentira y Bulma lo sabía, pero en ese instante no le importaba tanto como creía que su repentina aventura con el Saiyan fuese solo “sexo por compasión”. Sería un error; doloroso, pero un error, al fin y al cabo, del que se acabaría recuperando. Siempre lo hacía.
Vegeta por su parte apretó los puños debajo de la sábana y apartó la mirada, indeciso. Sería un idiota si no admitiera que había disfrutado con ella en la cama, pero no quería enfrentarse a la posibilidad de que se enteraran... De que lo juzgaran por ello. No podía permitírselo... ¿O sí? ¿Estaba dispuesto a ceder y dejarlo todo por una terrícola y sus preciosos ojos de zafiro?

«Podemos darle la importancia que queramos».

Por primera vez y tras reflexionar, Vegeta mostró un leve atisbo de sonrisa y se incorporó para vestirse, dándole la espalda a la joven.

–Está bien, Bulma. Le daremos la importancia justa. ¿Te parece bien?

La joven observó su espalda entrenada y el pequeño resto de su cola de simio, que destacaba como un potente foco sobre la base de su espalda bronceada, mientras él se vestía, meditando. Vegeta tampoco se giró al no obtener una respuesta inmediata. Sin embargo, cuando ya se iba a retirar del dormitorio, Bulma lo llamó:

–Vegeta –este se volvió unos centímetros, expectante. Ella se incorporó y, abrazándose las rodillas cubiertas por la sábana, le dijo una frase que cambiaría el futuro de ambos para siempre–. Vuelve cuando quieras. ¿De acuerdo?

(Imagen: Bulma, flashback durante "La Batalla de los Dioses", Dragon Ball Super).


© Paula de Vera García


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