miércoles, 10 de abril de 2019

Paula de Vera García: ¡Reacciona! (Vegeta & Bulma #2)




Casi 2 años después…

Aquella noche Bulma había subido a la terraza superior de Capsule Corp a disfrutar un poco de la brisa nocturna y a intentar alejarse de todo. Su padre y su madre, así como sus amigos habían intentado hacer todo lo posible por ayudarla, pero comprendía su dilema: también eran amigos de Yamcha y, a pesar de todo, no estaban seguros de a quién debían lealtad. Bulma hizo un nuevo esfuerzo por no llorar. Habían pasado casi dos meses desde aquello y todavía le dolía como si hubiese roto con él el día anterior.

«¿Qué hago tan mal como para enamorarme siempre del hombre equivocado?», se preguntó con amargura. «Nunca encontraré al ideal…»
La puerta de la terraza se abrió en ese instante, cortando su hilo de pensamiento de golpe. La joven se irguió, alerta. Vegeta había aparecido en el hueco de acceso a la terraza, observándola con la misma expresión ceñuda de siempre. Bulma gruñó con hastío y apartó de nuevo la vista. Apenas lo había visto en aquellas últimas semanas, pero lo último que quería era volver a discutir con él como cada vez que se encontraban durante más de 5 minutos. Ya había perdido la cuenta de sus desprecios a lo largo de aquellos dos años desde que él había vuelto del espacio y, en ese preciso instante, no estaba de humor para aguantarlos más.

El Saiyan, por otro lado, pareció quedarse algo cortado al ver que tenía compañía, pero finalmente se decidió a poner los pies en la terraza y dejar que la puerta se cerrase en silencio tras de sí.

–Ah, eres tú –pronunció, como si la intrusa fuese Bulma.

Ella se giró con aire mordaz.

–Sí, qué le vamos a hacer –replicó con acidez–. Supongo que en mi propia casa es lo normal, encontrarme y esas cosas…
Vegeta pareció sorprendido de su respuesta, pero no dijo nada. Se limitó a mantener una prudente distancia con ella y a acodarse también sobre la baranda, mirando hacia el jardín.

Los dos se quedaron en silencio, con la única compañía de los grillos que chirriaban por entre los parterres florales, hasta que Bulma abrió la boca de nuevo:

–¿Puedo preguntarte algo, Vegeta?

Él enarcó una ceja, intrigado. El tono de ella ya no era agresivo, sino más bien curioso.

–¿El qué? –replicó, cauto.

Bulma, sin embargo, jugueteó con su colgante antes de decidirse a soltarlo.

–¿Existen…? ¿Existían las mujeres Saiyan? Ya sabes... Antes de...

–Sí, sé lo que quieres decir –la cortó él con rudeza, entre molesto y extrañado–; y sí, claro que existían. ¿Qué clase de pregunta es esa?
Bulma sonrió azorada. Suponía que iba a ser un tema extraño para hablarlo con Vegeta; pero, en aquel momento, no podía evitar sentir cierta curiosidad. Quizá un tema banal como ese podía distraerla de otros pensamientos más oscuros.

–¿Y… cómo eran?

Vegeta gruñó, conteniendo a duras penas el dolor del recuerdo de su propia madre o algunas compañeras de infancia, muertas a causa de Freezer.

–No tenían nada de especial –mintió al fin, procurando evitar el tema lo máximo posible, antes de apostillar por costumbre–; como las humanas, supongo.
Bulma entrecerró los ojos, sin creerlo del todo y tragándose las ganas de abofetearlo allí mismo, antes de girarse y recostar la espalda contra la barandilla.

–Confieso que me intrigas, Vegeta –admitió, casi para sí misma, mientras observaba el cielo nocturno sin interés.
Vegeta, no obstante, lo escuchó a la perfección. Sin quererlo y como Bulma suponía, el ego de él se impuso de inmediato sobre cualquier otro pensamiento racional, haciendo que el Saiyan mostrara media sonrisa complacida por aquella observación.

–Suele ocurrir –reconoció, sin mirarla, antes de agregar con sequedad–. Pero mi vida es solo mía, no le interesa a nadie.
Bulma ladeó la cabeza con cierta tristeza, mirándolo de reojo.
–No creo que eso sea cierto –repuso en tono suave. El Saiyan se giró hacia ella, intrigado. ¿Qué quería decir? La chica, por su parte, se aproximó despacio–. Has estado muy solo, Vegeta. Y sigues estando solo.

–Me gusta estar solo –rechinó él, incómodo.

Ella estaba cada vez más cerca y, con horror, el Saiyan comprobó que no era capaz de alejarse de su trayectoria. Era como si sus botas estuvieran atornilladas al suelo y no pudiese hacer nada para impedirlo.

–Eso dices, pero no es cierto –insistió Bulma. Sus ojos mostraban cansancio, pero también un brillo de dulzura que Vegeta temía desde hacía años, desde alguno de sus primeros encuentros con ella: el atisbo de su solidaridad hacia él. La joven se acercó hasta quedar a apenas diez centímetros de distancia de él, abrazándose el torso con los brazos. ¿Qué te da tanto miedo?

–¡No tengo miedo de nada! –se enfureció entonces él, apretando los puños y retrocediendo un paso–. ¡Y tú, miserable humana, no eres digna de que tenga que andar dándote...!

Se interrumpió de golpe al notar que algo suave bloqueaba sus labios, sin haberlo visto venir. Mientras él montaba en cólera, ella se había acercado del todo y lo había...

El tiempo pareció detenerse durante tres segundos antes de que Vegeta se apartase con más rudeza de la necesaria y retrocediese todavía más, mirando a Bulma como si se tratara de un insecto venenoso en vez de una joven inocente. Ella se limitó a sostenerle la mirada, temblando por dentro como una hoja y sin terminar de creerse lo que acababa de hacer, mientras él parecía tiritar sin control por el mismo motivo.

–¿Qué...? –balbuceó Vegeta, palpándose los labios–. ¿Cómo…? ¿Te has...?

Las palabras se negaban a salir de su garganta, pero antes de que pudiera serenarse, Bulma se dio media vuelta para dirigirse hacia la puerta, tras sacudir la cabeza en un gesto indefinido. Vegeta hubiese querido gritarle, insultarla o incluso hacerla pagar por aquel beso ultrajante. Pero ahí se quedó: observando cómo ella se iba y escuchando sus últimas palabras; cuando, junto a la puerta de la terraza, Bulma se giró y le dijo sin acritud:

–¿Sabes, Vegeta? Parece que sí que hay algo que te da miedo en este Universo. Pero hasta que no puedas admitirlo, te dejaré en paz.

Y dicho esto, el confundido Saiyan volvió a quedarse solo frente a las estrellas. Preguntándose, o preguntándoles, qué narices acababa de pasar y qué era ese extraño cosquilleo que tenía en la boca del estómago.

–Imaginaciones tuyas –se dijo, enfadado.

Quizá después de dormir bien, al día siguiente dejaría de pensar estupideces. Sin embargo, Vegeta fue incapaz de conciliar el sueño aquella noche y muchas de las que siguieron; mientras sus labios ardían con el fuego de aquel extraño beso. El más placentero, en honor a la verdad, que le habían dado en toda su vida.

(Imagen: RedViolett, Deviantart. Inspiración: Dragon Ball Kai)


© Paula de Vera García

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