Aquella mañana Bulma
se levantó como si se tratase de cualquier otro día. Se estiró en la cama,
sonrió ante el sol radiante que entraba por la ventana y bajó los pies al suelo
despacio, tanteando con los dedos en busca de sus zapatillas. Sin quererlo, su
vista tornó hacia el otro lado de la cama y después hacia la puerta. Como de
costumbre, Vegeta había abandonado el lecho antes de que ella se durmiera.
Bulma suspiró
hondamente, reflexiva. Cierto que solo llevaban un par de meses acostándose y
que el Saiyan parecía dos personas totalmente diferentes cuando estaba con ella
y frente a la galería, pero la joven seguía sintiendo que había algo que no iba
bien. Las noches que podían reunirse en su habitación, o las ocasiones en que
podían engañar a los Brief para hacer alguna escapada a algún rincón remoto de
los alrededores, eran tan idílicas que Bulma casi dejaba de sentir que estaba
en el mundo real. No es que Vegeta fuera un dechado de romanticismo, más bien
al contrario; pero si el deseo satisfacía toda su necesidad de estar juntos sin
tener que usar demasiadas palabras…
Cierto era que la
joven sí había intentado ir algún paso más allá y tener, al menos, una
conversación con él; intentar, ¡no sé!, que él abriera un poco más su corazón y
así conocerlo mejor. Pero resultaba algo frustrante ver que, con casi todos los
temas, Vegeta se terminaba cerrando como una ostra y, hasta que no volvía a
subir la temperatura entre ellos, se quedaba tenso y con la mirada ausente. De
hecho, habían tenido una pequeña discusión un par de semanas antes cuando Bulma
por fin se atrevió a encararlo y decirle que dejase de tratarla como un simple
objeto sexual. Después de eso, él había estado dos días sin dirigirle la
palabra y ella había hecho otro tanto. Hasta que ambos habían vuelto a caer en
la tentación, claro.
Desde entonces, Bulma
asumía que Vegeta podía ser una distracción adecuada mientras su corazón
superaba las sucesivas traiciones de Yamcha, tratando de no hacerse ilusiones
más allá. Pero la pregunta del millón era: ¿por qué le aleteaba el estómago y
se le encendían las mejillas solo con verlo aparecer? ¿Por qué estaba deseando
que, fuera como fuese, él regresara de entrenar todas las noches y pudieran
entregarse el uno al otro sin importar nada más?
Bulma se frotó los
ojos con cansancio antes de decidirse por fin a levantar el trasero del
colchón, vestirse, asearse un poco frente al espejo y encaminarse hacia la
salida del dormitorio. Decidido: aquella noche hablaría con Vegeta y si tenía
que acabarse su aventura, que así fuera. Sin embargo, cuando llegó a la cocina
y vio a todos los presentes –su padre, su madre, Puar, Yamcha– Bulma se sintió
casi como si llevara la culpa pintada en la cara.
–Hija, ¿estás bien? –preguntó
el Dr. Brief, preocupado, acercándose a ella–. Ven, siéntate y toma algo.
–Eh, sí. Gracias, papá
–aceptó Bulma, mientras su radar interno seguía buscando a la persona que menos
y más, al mismo tiempo, deseaba ver en ese momento–. ¿Alguien ha visto a
Vegeta?
Por la mirada que le
dirigieron los demás, Bulma quiso que se la tragase la Tierra de inmediato. «Lo
saben…», gimió para sus adentros. «Ya está. Verás…»
–Creo que ha salido
temprano esta mañana a entrenar, como siempre –dijo entonces el Dr. Brief con
calma–. No creo que vuelva hasta el anochecer.
–¡Es tan guapo!
¿Verdad, Bulma?
Aquel comentario de su
rubia madre sacudió el cuerpo de la aludida como una descarga eléctrica, al
tiempo que enrojecía como una granada madura.
–¿QUÉ? ¿CUÁ…? ¿Guapo?
¡Venga ya! ¿Qué...? ¿Qué dices? ¡Ni siquiera me gusta…! ¡En fin, ya sabéis…! –Bulma
se dio cuenta, tarde, de que su intento por disimular estaba casi causando la
impresión opuesta a la que pretendía. Por ello, finalmente optó por cruzarse de
brazos y apartar la nariz en falsa actitud desdeñosa, temblando por dentro como
una hoja–. Ese idiota malencarado no merece ni un segundo de mis pensamientos.
Los otros cuatro
intercambiaron una mirada de extrañeza, pero optaron por dejarlo correr. Al fin
y al cabo, no es que aquel fuera el concepto menos extendido sobre el Saiyan en
aquella casa. Bulma, tratando de mantener la compostura a duras penas,
agradeció entonces que su madre le aproximara una taza de café. Justo lo que
necesitaba. Sin embargo, en cuanto el olor de la bebida, otras veces agradable
e inspirador, alcanzó sus fosas nasales, la joven notó un fuerte retortijón en
el estómago; seguido de una intensa náusea que le hizo salir corriendo de la
cocina en dirección al aseo más cercano.
El vómito fue casi
nulo, pero Bulma notó cómo se mareaba más y más por momentos. ¿Qué estaba
pasando? Por suerte, los demás la habían seguido con urgencia hasta el aseo y
su padre fue el primero que acudió cuando vio que la muchacha trataba de
incorporarse sin éxito, sosteniéndola cuando casi volvía a dar con las rodillas
en el suelo.
–¡Bulmita! ¡Cariño! –se
asustó su madre–. ¿Estás bien?
La aludida, con
esfuerzo, esbozó lo que pretendía ser una sonrisa tranquilizadora.
–Sí, mamá. No te
preocupes. Supongo que algo me habrá sentado mal de la cena de ayer.
–Vamos, te acompaño a
tu cuarto para que descanses y te haré algunas pruebas –indicó el Dr. Brief,
solícito.
Bulma asintió, no sin
antes detectar un extraño gesto en su padre que la escamó sobremanera. ¿Qué
pensaba su padre que podía ser?
***
La noche ya caía sobre
Capsule Corp. cuando Vegeta volvió, orgulloso como un pavo real, de un día de
entrenamiento que se podría calificar como redondo. Quién iba a decir que el
hecho de tirarse a Bulma de vez en cuando le pudiera levantar tanto el humor.
La verdad era que hacía tantos años que no disfrutaba de un placer como aquel,
ni mucho menos con alguien tan entregado y servicial como ella, que casi se
había creído incapaz de seguir el ritmo. Pero, ¡qué demonios! ¡Él era el
príncipe de los Saiyan! ¿Quién podría dudarlo?
Tan enfrascado iba en
su nebulosa de ego incrementado que ni al entrar en el edificio, ni al salir de
la ducha ni al encaminarse hacia su pasillo notó que algo no iba bien. Solo
cuando se cruzó con Yamcha en las escaleras y este casi lo arrolló, sumido en
sus propios pensamientos, Vegeta volvió a la realidad, pagándolo con su odiado
y antiguo rival por las atenciones de Bulma.
–¡Eh, escoria! ¡Mira
por dónde vas!
Yamcha se giró
despacio, como si no hubiese oído bien. Vegeta se sonrió, anticipando la
posibilidad de darle su merecido de una vez por todas a aquel mocoso mujeriego;
pero el ex de Bulma, tras unos segundos de sostenerle la mirada con frialdad,
sacudió la cabeza y se dio la vuelta para marcharse como si no hubiese pasado
nada. A Vegeta, por supuesto, le hirvió la sangre ante aquel desplante.
–¡Eh, oye! ¡No te
atrevas a dejarme con la palabra en la boca, miserable! –lo increpó, soberbio–.
¡Mírame cuando te hablo!
Durante un tenso
segundo, Yamcha pareció que ni siquiera lo había oído. Pero, entonces, frenó
despacio, giró apenas la barbilla para mirar al engreído Saiyan por encima del
hombro y le espetó:
–Francamente, Vegeta:
aquí y ahora eres la menor de mis preocupaciones.
En condiciones
normales, el príncipe alienígena hubiera saltado encima de él y lo hubiese
reventado a puñetazos. Pero un súbito escalofrío, leve como una brisa invernal,
ascendió por su espina dorsal ante las palabras de Yamcha, provocando una
sensación muy desagradable. De repente, tenía un mal presentimiento.
–¿Qué has querido
decir? –preguntó, intranquilo por dentro, pero esforzándose por mantener la
entereza de puertas para afuera–. ¡Eh! –lo increpó al ver que Yamcha estaba a
punto de emprender camino de nuevo, sin hacerle ni caso–. ¡Yamcha!
El joven artista
marcial ahí sí se detuvo y se giró del todo.
–¿Qué? –replicó, frío
como el hielo.
Vegeta resopló,
tratando de mantener el autocontrol a duras penas.
–¿Qué… ha… pasado? –fue
capaz de articular, entre dientes.
Yamcha continuó
mirándolo con la misma escarcha relumbrando en sus ojos oscuros.
–¿Quieres que te lo
diga, entonces? –preguntó Yamcha, disfrutando por dentro al ver la frustración
del Saiyan cuando este asintió despacio. Jamás le hubiese atribuido
sentimientos más allá del desprecio por cualquier otra criatura, pero verlo
sufrir de incertidumbre era un premio jugoso en pago por haberlo asesinado
hacía casi cinco años–. Pues te lo diré. Esta mañana Bulma ha caído enferma.
Pero supongo que eso a ti te da igual, como todos en esta casa.
Vegeta se quedó
paralizado, a la vez que una desagradable gota de sudor caía desde su cabello
hasta su nuca, deslizándose por toda su columna vertebral. ¿Bulma, enferma?
Apretó los puños y se giró, no queriendo que Yamcha viese la tormenta de
emociones que debía estar reflejándose en su rostro. «Maldita sea», pensó,
airado. «¿Así tenía que estropearme el día esa maldita…?»
Quería haber pensado
una palabra fuerte como, por ejemplo, “fulana”. Pero si unas semanas antes
hubiese sido capaz de hacerlo con naturalidad, ahora era como si su cerebro se
negase en redondo a hacerlo. Vegeta sacudió la cabeza mientras se alejaba por
el pasillo, ignorando el “¡De nada!” avinagrado de Yamcha y encaminándose como
un autómata a las escaleras de subida al piso superior. ¿Qué le estaba pasando?
Solo cuando alcanzó la
puerta de su dormitorio se dio cuenta de que había llegado corriendo. En ese
instante, el Dr. Brief salió de la habitación de Bulma y sus miradas se
cruzaron. Vegeta trató de que su rostro no dejase traslucir nada de lo que
sentía, pero debió de hacerlo terriblemente mal; puesto que el buen doctor le
dijo, al pasar a su lado y en un extraño tono que a Vegeta le erizó el vello de
la nuca:
–Bulma tiene que
descansar, así que déjala tranquila por hoy. ¿De acuerdo?
El Saiyan se quedó
como petrificado en medio del pasillo, sin ser capaz de retornar a la
normalidad hasta que no llevaba varios minutos allí plantado, como una farola
atónita, con los ojos clavados en la puerta de Bulma. Su interior se debatía, sin
motivo aparente, entre hacer caso al padre de Bulma y meterse a dormir en su
propia habitación… O entrar a verla. «¿Tú estás tonto?», le gritó su parte más
oscura, incrédula. «Probablemente», replicó él para sus adentros, al tiempo que
sus pasos lo encaminaban unos metros más allá y echaba la mano al picaporte.
(Imagen: Anónimo. Inspiración: Dragon Ball Kai)
© Paula de Vera García
Me encanta, donde puedo leer más.
ResponderEliminarSaludos
Hola! Están todos los relatos aquí subidos, puedes encontrar el listado completo en mi web pauladeveraescritora.com. Gracias por comentar!!
EliminarIncreíble, me encantó tu trabajo, saludos!!!
ResponderEliminarMuchas gracias!!! *_*
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