Año y medio después…
La noche estaba clara,
sin una nube a la vista. Apenas una ligera brisa corría agitando las copas de
los árboles con una suave e hipnótica melodía. Vegeta apoyó los antebrazos
cruzados en la barandilla, con la mirada perdida en los edificios dormidos de su
alrededor. Habían pasado tantas cosas… Parecía mentira que, de repente, el
mundo siguiese su curso.
Claro que, usando las
bolas de dragón, cualquiera hubiese dicho que la Tierra había estado a punto de
ser destruida. Tras la batalla, el nuevo Dios había deseado que todos los
asesinados por Célula volvieran a la vida, así que…
Vegeta apretó los
puños cuando la imagen del pecho de su hijo atravesado por un rayo golpeó su
mente con la violencia de un tifón. El Saiyan se encogió sobre sí mismo y
rechinó los dientes, soportando con esfuerzo el escalofrío que vino a
continuación. Gracias a esas bolas mágicas Trunks volvía a estar vivo; pero
Vegeta dudaba que ese momento fatal dejase de perseguirlo en sus pesadillas, al
menos durante una buena temporada.
Cuando había
aterrizado en Capsule Corp, tras escapar de la batalla y resolver que jamás
volvería a pelear, herido de gravedad en el corazón y en el orgullo, ni
siquiera había tenido valor para contarle a Bulma lo que había sucedido; a
pesar de que ella le había preguntado por Trunks repetidas veces, Vegeta solo
había sido capaz de rogarle de malas maneras que lo dejase solo y después se
había encerrado en su dormitorio personal para rumiar su dolor a solas. Pero el
momento más difícil había sido cuando su hijo había regresado por fin del
Palacio de Dios.
Al escuchar la
algarabía, Vegeta había bajado al comedor donde todos celebraban el final del
reinado de terror de Célula; y Trunks… Dios, lo había sonreído de tal manera
que el Saiyan más mayor había sentido ganas casi de vomitar. No merecía estar
allí. Lo habían superado todos ellos: Goku, Trunks… hasta Gohan. Solo de
pensarlo, sentía ganas de darse cabezazos contra la pared hasta perder el
sentido para siempre.
Pero, sin quererlo, al
observar a su hijo y sobre todo a Bulma, sentada riendo a su lado, sentía que
algo en su interior se resquebrajaba a velocidades preocupantes. Él, que se
había sobrepuesto a fuerza de voluntad y orgullo a la destrucción de su gente,
de su legado y de su planeta; que se había jurado a sí mismo que haría honor a
su ascendencia y se convertiría en un líder Saiyan digno pasara lo que pasase,
aunque fuesen cinco muertos de hambre los de su raza que aún caminaban sobre la
faz del Universo… Ahora se sentía flaquear ante aquellas dos miradas de zafiro.
Pero, para qué engañarnos: se había cansado de luchar. Y no solo en el sentido
físico de la palabra.
Por todo ello, apenas
participó de los festejos y los demás miembros de la familia Brief, a pesar de
que lo saludaron con cortesía, parecieron respetar su deseo de no intervenir;
ni siquiera tenía hambre, lo que ya era extraño en un Saiyan. Solo necesitaba
estar solo; seguir estándolo. No quería tener que perder a nadie más, no quería
volver a sentirse impotente por no poder proteger lo que…
Antes de que pudiese
materializar ese pensamiento del todo, una palabra que lo aterraba desde que lo
había perdido todo hacía varias décadas, Vegeta escuchó deslizarse la puerta de
la terraza a sus espaldas al tiempo que un perfume que conocía de sobra alcanzaba
sus fosas nasales como una caricia cómplice. Vegeta trató de mantenerse sereno
y que no le temblara todo el cuerpo, sin girarse, antes de saludar a la recién
llegada con cuatro sencillas palabras:
–¿Qué haces aquí,
Bulma?
No escuchó sus pasos,
por lo que supuso que ella se había quedado junto a la puerta.
–Quería saber cómo
estabas –repuso ella con suavidad.
Ahora sí, Vegeta la
observó de reojo cuando ella dio unos pasos y se acercó a la barandilla.
–No tienes que
preocuparte por mí –repuso él casi por costumbre, aunque no tenía fuerzas ni
para ser rudo y solo le salió un susurro agriado–. ¿Dónde está Trunks?
–Oh. Durmiendo, creo –respondió
Bulma, antes de sonreír con afecto–. Le espera un largo viaje por delante
mañana para volver al futuro. Lo cierto es que lo echaré de menos...
Vegeta tragó saliva
antes de interrumpirla:
–No hablaba de ese
Trunks –aclaró, ronco.
Bulma se calló de
golpe, algo sorprendida, a la vez que trataba de asimilar aquella pregunta tan
nueva en Vegeta. Todavía recordaba el circo que le había montado en su día
cuando le dijo que estaba embarazada; quizá por eso y porque, en el fondo,
Bulma prefería ser práctica ante todo, no le había pedido responsabilidades con
respecto a su hijo. Pero que de repente Vegeta se interesara por el bebé…
aquello era nuevo. MUY nuevo. ¿Tendría que ver con lo que le había contado
Trunks? ¿Con su reacción al verlo morir?
–Ah, eh... lo tiene mi
madre –repuso, tras recuperarse de la sorpresa y antes de intentar quitarle
importancia encogiéndose de hombros; en realidad, como hacía siempre delante de
Vegeta, aunque en el fondo su desinterés por el niño le llevara doliendo casi
dos años–. Ya sabes, le apetecía ejercer un rato de abuela...
El Saiyan inclinó la
barbilla con los ojos cerrados. La joven de pelo azul, sin quererlo, se
preocupó. Aquella actitud tan decaída no era normal en el orgulloso guerrero
alienígena; y, a pesar de que lo había intentado, Bulma no podía evitar sentir
algo muy fuerte por él desde hacía bastante tiempo.
–Vegeta… –lo llamó,
cauta, sin obtener reacción alguna por su parte–. ¿Qué…? ¿Qué te ocurre? ¿Puedo
ayudarte en algo?
Tras varios segundos
muy tensos, el aludido levantó por fin la cabeza y suspiró, para su inmensa
sorpresa:
–Lo siento, Bulma.
Por supuesto, si las
palabras tuviesen el poder de paralizar, en ese instante la joven se hubiese
convertido en una preciosa estatua. ¿Que… lo sentía? ¿Vegeta… disculpándose?
Cierto que ella había visto lados del Saiyan que nadie más conocía, pero aquello...
¿Qué estaba…?
–¿Co…? ¿Cómo? –atinó a
preguntar, insegura–. ¿Qué…? ¿Qué quieres decir?
Vegeta apretó los
dientes. Dios, era tan difícil… Y, sin embargo, ante ella consiguió reunir el
valor suficiente como para desnudar unos centímetros su alma y soltarlo de una
vez por todas:
–Siento… No haberte
contado lo que pasó. Siento… No haber sido capaz de protegerlo ni de vengarlo.
Siento… No ser el Saiyan poderoso que debería ser, ni un buen padre. Yo…
Agotado y más inundado
de emociones que nunca en su vida, Vegeta apoyó la frente en las manos y gruñó,
ocultándose de Bulma con genuina vergüenza. Como le había dicho a Gohan, en el
fondo se sentía como un lastre para todos… No…
«Eh… ¿Qué?»
Su ciclo de negatividad
se cortó con ese único pensamiento en un instante. Porque, mientras sufría,
Bulma se había aproximado y lo había abrazado. Su cabellera azul estaba apoyada
sobre el hombro de él y los brazos ceñían su cintura con firmeza. Despacio,
Vegeta se incorporó y Bulma siguió su movimiento, levantando la cabeza y
mirándolo a los ojos, pero sin soltar su cintura. El fondo de sus iris azules
era un pozo de total serenidad. No había reproche, no había odio. Tan solo…
calma. Y un cariño que el Saiyan se sentía lejos de merecer.
–Bulma… –graznó en voz
muy baja, atónito.
–Sch, no digas nada –le
pidió ella, silenciándolo con dos dedos sobre sus labios–. No quiero que sigas
compadeciéndote de ti mismo, ¿me oyes? Nunca más. Has sufrido mucho y pasado
por muchas cosas, Vegeta. Pero eso no te
hace más débil ni peor persona. Tienes cualidades muy buenas y tienes que
aprender a verlas de verdad. ¿Me oyes?
Vegeta se sintió
incapaz de responder de entrada. En ese momento, en su nebulosa de cansancio y
auto-destrucción, se limitó a clavar la mirada en los ojos azules de Bulma; los
únicos que nunca lo habían juzgado y lo habían aceptado siempre como era. Ella
tampoco añadió nada más, no era necesario. Despacio, como si fuese un baile
ensayado, los dos se aproximaron poco a poco. Sus narices se rozaron, los
brazos de él rodearon la cintura de ella y Bulma alzó los suyos para colgarse
del cuello del Saiyan.
Fue un beso que
comenzó con prudencia; pero, a medida que los segundos pasaban, fue ganando
intensidad hasta el punto de que el mundo a su alrededor pareció desaparecer.
El dolor, los malos pensamientos y el resentimiento se disiparon entre sus
labios entrelazados durante un minuto que se hizo demasiado corto. Aunque no lo
admitieran en voz alta, ambos se habían echado demasiado de menos durante aquel
maldito año y medio.
Por ello, cuando se
separaron y Bulma tomó la mano de Vegeta para conducirlo al interior del
edificio, los dos sabían que no tenía ningún sentido seguir fingiendo.
(Imagen: Pinterest. Inspiración: Dragon Ball Kai)
© Paula de Vera García
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