lunes, 10 de junio de 2019

Paula de Vera García: Defectos y virtudes (Vegeta y Bulma #6)








Año y medio después…

La noche estaba clara, sin una nube a la vista. Apenas una ligera brisa corría agitando las copas de los árboles con una suave e hipnótica melodía. Vegeta apoyó los antebrazos cruzados en la barandilla, con la mirada perdida en los edificios dormidos de su alrededor. Habían pasado tantas cosas… Parecía mentira que, de repente, el mundo siguiese su curso.

Claro que, usando las bolas de dragón, cualquiera hubiese dicho que la Tierra había estado a punto de ser destruida. Tras la batalla, el nuevo Dios había deseado que todos los asesinados por Célula volvieran a la vida, así que…

Vegeta apretó los puños cuando la imagen del pecho de su hijo atravesado por un rayo golpeó su mente con la violencia de un tifón. El Saiyan se encogió sobre sí mismo y rechinó los dientes, soportando con esfuerzo el escalofrío que vino a continuación. Gracias a esas bolas mágicas Trunks volvía a estar vivo; pero Vegeta dudaba que ese momento fatal dejase de perseguirlo en sus pesadillas, al menos durante una buena temporada.

Cuando había aterrizado en Capsule Corp, tras escapar de la batalla y resolver que jamás volvería a pelear, herido de gravedad en el corazón y en el orgullo, ni siquiera había tenido valor para contarle a Bulma lo que había sucedido; a pesar de que ella le había preguntado por Trunks repetidas veces, Vegeta solo había sido capaz de rogarle de malas maneras que lo dejase solo y después se había encerrado en su dormitorio personal para rumiar su dolor a solas. Pero el momento más difícil había sido cuando su hijo había regresado por fin del Palacio de Dios.

Al escuchar la algarabía, Vegeta había bajado al comedor donde todos celebraban el final del reinado de terror de Célula; y Trunks… Dios, lo había sonreído de tal manera que el Saiyan más mayor había sentido ganas casi de vomitar. No merecía estar allí. Lo habían superado todos ellos: Goku, Trunks… hasta Gohan. Solo de pensarlo, sentía ganas de darse cabezazos contra la pared hasta perder el sentido para siempre.

Pero, sin quererlo, al observar a su hijo y sobre todo a Bulma, sentada riendo a su lado, sentía que algo en su interior se resquebrajaba a velocidades preocupantes. Él, que se había sobrepuesto a fuerza de voluntad y orgullo a la destrucción de su gente, de su legado y de su planeta; que se había jurado a sí mismo que haría honor a su ascendencia y se convertiría en un líder Saiyan digno pasara lo que pasase, aunque fuesen cinco muertos de hambre los de su raza que aún caminaban sobre la faz del Universo… Ahora se sentía flaquear ante aquellas dos miradas de zafiro. Pero, para qué engañarnos: se había cansado de luchar. Y no solo en el sentido físico de la palabra.

Por todo ello, apenas participó de los festejos y los demás miembros de la familia Brief, a pesar de que lo saludaron con cortesía, parecieron respetar su deseo de no intervenir; ni siquiera tenía hambre, lo que ya era extraño en un Saiyan. Solo necesitaba estar solo; seguir estándolo. No quería tener que perder a nadie más, no quería volver a sentirse impotente por no poder proteger lo que…

Antes de que pudiese materializar ese pensamiento del todo, una palabra que lo aterraba desde que lo había perdido todo hacía varias décadas, Vegeta escuchó deslizarse la puerta de la terraza a sus espaldas al tiempo que un perfume que conocía de sobra alcanzaba sus fosas nasales como una caricia cómplice. Vegeta trató de mantenerse sereno y que no le temblara todo el cuerpo, sin girarse, antes de saludar a la recién llegada con cuatro sencillas palabras:

–¿Qué haces aquí, Bulma?

No escuchó sus pasos, por lo que supuso que ella se había quedado junto a la puerta.

–Quería saber cómo estabas –repuso ella con suavidad.

Ahora sí, Vegeta la observó de reojo cuando ella dio unos pasos y se acercó a la barandilla.

–No tienes que preocuparte por mí –repuso él casi por costumbre, aunque no tenía fuerzas ni para ser rudo y solo le salió un susurro agriado–. ¿Dónde está Trunks?

–Oh. Durmiendo, creo –respondió Bulma, antes de sonreír con afecto–. Le espera un largo viaje por delante mañana para volver al futuro. Lo cierto es que lo echaré de menos...

Vegeta tragó saliva antes de interrumpirla:

–No hablaba de ese Trunks –aclaró, ronco.

Bulma se calló de golpe, algo sorprendida, a la vez que trataba de asimilar aquella pregunta tan nueva en Vegeta. Todavía recordaba el circo que le había montado en su día cuando le dijo que estaba embarazada; quizá por eso y porque, en el fondo, Bulma prefería ser práctica ante todo, no le había pedido responsabilidades con respecto a su hijo. Pero que de repente Vegeta se interesara por el bebé… aquello era nuevo. MUY nuevo. ¿Tendría que ver con lo que le había contado Trunks? ¿Con su reacción al verlo morir?

–Ah, eh... lo tiene mi madre –repuso, tras recuperarse de la sorpresa y antes de intentar quitarle importancia encogiéndose de hombros; en realidad, como hacía siempre delante de Vegeta, aunque en el fondo su desinterés por el niño le llevara doliendo casi dos años–. Ya sabes, le apetecía ejercer un rato de abuela...

El Saiyan inclinó la barbilla con los ojos cerrados. La joven de pelo azul, sin quererlo, se preocupó. Aquella actitud tan decaída no era normal en el orgulloso guerrero alienígena; y, a pesar de que lo había intentado, Bulma no podía evitar sentir algo muy fuerte por él desde hacía bastante tiempo.

–Vegeta… –lo llamó, cauta, sin obtener reacción alguna por su parte–. ¿Qué…? ¿Qué te ocurre? ¿Puedo ayudarte en algo?

Tras varios segundos muy tensos, el aludido levantó por fin la cabeza y suspiró, para su inmensa sorpresa:

–Lo siento, Bulma.

Por supuesto, si las palabras tuviesen el poder de paralizar, en ese instante la joven se hubiese convertido en una preciosa estatua. ¿Que… lo sentía? ¿Vegeta… disculpándose? Cierto que ella había visto lados del Saiyan que nadie más conocía, pero aquello... ¿Qué estaba…?

–¿Co…? ¿Cómo? –atinó a preguntar, insegura–. ¿Qué…? ¿Qué quieres decir?

Vegeta apretó los dientes. Dios, era tan difícil… Y, sin embargo, ante ella consiguió reunir el valor suficiente como para desnudar unos centímetros su alma y soltarlo de una vez por todas:

–Siento… No haberte contado lo que pasó. Siento… No haber sido capaz de protegerlo ni de vengarlo. Siento… No ser el Saiyan poderoso que debería ser, ni un buen padre. Yo…

Agotado y más inundado de emociones que nunca en su vida, Vegeta apoyó la frente en las manos y gruñó, ocultándose de Bulma con genuina vergüenza. Como le había dicho a Gohan, en el fondo se sentía como un lastre para todos… No…

«Eh… ¿Qué?»

Su ciclo de negatividad se cortó con ese único pensamiento en un instante. Porque, mientras sufría, Bulma se había aproximado y lo había abrazado. Su cabellera azul estaba apoyada sobre el hombro de él y los brazos ceñían su cintura con firmeza. Despacio, Vegeta se incorporó y Bulma siguió su movimiento, levantando la cabeza y mirándolo a los ojos, pero sin soltar su cintura. El fondo de sus iris azules era un pozo de total serenidad. No había reproche, no había odio. Tan solo… calma. Y un cariño que el Saiyan se sentía lejos de merecer.

–Bulma… –graznó en voz muy baja, atónito.

–Sch, no digas nada –le pidió ella, silenciándolo con dos dedos sobre sus labios–. No quiero que sigas compadeciéndote de ti mismo, ¿me oyes? Nunca más. Has sufrido mucho y pasado por muchas cosas, Vegeta.  Pero eso no te hace más débil ni peor persona. Tienes cualidades muy buenas y tienes que aprender a verlas de verdad. ¿Me oyes?

Vegeta se sintió incapaz de responder de entrada. En ese momento, en su nebulosa de cansancio y auto-destrucción, se limitó a clavar la mirada en los ojos azules de Bulma; los únicos que nunca lo habían juzgado y lo habían aceptado siempre como era. Ella tampoco añadió nada más, no era necesario. Despacio, como si fuese un baile ensayado, los dos se aproximaron poco a poco. Sus narices se rozaron, los brazos de él rodearon la cintura de ella y Bulma alzó los suyos para colgarse del cuello del Saiyan.

Fue un beso que comenzó con prudencia; pero, a medida que los segundos pasaban, fue ganando intensidad hasta el punto de que el mundo a su alrededor pareció desaparecer. El dolor, los malos pensamientos y el resentimiento se disiparon entre sus labios entrelazados durante un minuto que se hizo demasiado corto. Aunque no lo admitieran en voz alta, ambos se habían echado demasiado de menos durante aquel maldito año y medio.

Por ello, cuando se separaron y Bulma tomó la mano de Vegeta para conducirlo al interior del edificio, los dos sabían que no tenía ningún sentido seguir fingiendo.

(Imagen: Pinterest. Inspiración: Dragon Ball Kai)

© Paula de Vera García


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