martes, 7 de enero de 2020

Juan Ángel Juristo: Entrevista a Jorge Eduardo Benavides



Jorge Eduardo Benavides: «Lavapiés se asienta sobre un polvorín»


Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú, 1964) es uno de los escritores peruanos más representativos de la generación que surgió en ese país a caballo entre dos siglos, una generación marcada por el terrorismo de Sendero Luminoso y la corrupción generalizada de los gobiernos de Alan García y Fujimori. Desde 1991 vive en España y ha publicado lo mejor de su obra en nuestro país, una obra influenciada en cierta manera por el tono con que se toma el oficio literario, por escritores como Mario Vargas Llosa aunque bien es cierto que el mejor Cortázar, el de la invención desenfrenada de lo fantástico, está presente en los comienzos de su carrera literaria.

Con El enigma del convento, a Benavides se le otorgó el Premio Torrente Ballester de Narrativa. Era una novela donde se combinaba felizmente el género del thriller con el de la novela histórica. Con su última novela, El asesinato de Laura Olivo, un thriller divertido y fascinante ambientado en Lavapiés, narración que ha conseguido el Premio Fernando Quiñones, Benavides ha conseguido darle la vuelta a la novela policíaca: la asesinada es una agente literaria y los asesinos... escritores, lo que en principio parece inverosímil por lo poco atractivos que parecen estos si los comparamos con criminales de verdad, que esos sí son lobos. Sobre las razones habidas en esta novela, sobre la ambientación en el barrio de Lavapiés y otras cuestiones hemos hablado en esta entrevista con el autor. No será la última.

Después de una novela como El Enigma del convento, donde combinaba el thriller con el género histórico, una novela de corte policial y con un detective de lo más atractivo como personaje. Parece que tenía ganas de hincarle el diente al género aunque tratado de una manera muy original...

—Yo soy lector de novela negra y me gusta mucho el perfil más clásico del género, ese que no olvida una buena trama o una pesquisa interesante e intentar llevar al lector a la resolución del crimen hasta la última página. La novela negra suele tener un cierto componente social y de denuncia pero creo que no debe olvidar en ningún momento que su naturaleza es, precisamente, el crimen en cualquiera de sus infinitas posibilidades. Sin embargo nunca se me ocurrió incursionar en el género porque me parecía –y me parece—muy difícil. Ha sido una temeridad literaria.

Creo que la creación del detective Larrazabal es un hallazgo, me recuerda en cierta manera por su proximidad emocional al Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán. Lo cierto es que es personaje que da para varias narraciones... ¿Lo tuvo en cuenta a la hora de crearlo?

— En realidad este personaje, Larrazabal, ya era protagonista de una pequeña historia, un cuento largo o una nouvelle muy breve, que apareció en Lima por encargo, para acompañar un suplemento dominical. Se llamaba “El último caso del Colorado Larrazabal” y el título creo que da buena cuenta de mis reticencias respecto a continuar con el personaje… pero bueno, unos cuantos años después surgió nuevamente en mi imaginario –o quizá nunca desapareció-- y encontró una nueva trama donde continuar existiendo. De manera que Larrazabal ya tenía cierto bagaje existencial.

Una de las características de su modo de abordar los géneros es que respeta el canon de los mismos pero los transforma de una u otra manera. Por ejemplo, aquí, con el asesinato de una agente literaria.

— Lo fascinante de la novela de género es que se estructura en torno a pautas muy concretas, directrices o fórmulas que son su thelos, aquello que la conduce a desarrollar su propia naturaleza. De manera que hay que respetar esas pautas y no salirse de ciertos lineamientos esenciales. Pero a su vez, respetar escrupulosamente esos mismos lineamientos nos llevan al cliché, a la repetición o peor aún: al adocenamiento literario. Y, para mí, ese es el desafío de la novela de género. Como escritor me interesan los desafíos estilísticos. Incursionar en el género policíaco ha sido un reto y por lo tanto un gran estímulo, asunto indispensable para poder escribir.

Creo que en realidad este libro puede ser leído como una metáfora de la literatura, también de su lado oscuro, pero tratado con humor e ironía...

— Sí, efectivamente, la novela es en realidad una historia sobre el mundo de la literatura y todo lo que ocurre fuera del alcance de la vista y oídos del lector. Pese a la imagen socorrida del escritor como un lobo solitario o un misántropo encerrado en su torre de marfil, creo que el nuestro es un oficio de naturaleza bastante gremial. Nos conocemos casi todos, nos leemos o sabemos lo que hacen nuestros colegas, coincidimos en tertulias, lecturas, conferencias… de manera que hay allí todo un universo muy rico a desentrañar. Pero lo que tenía claro era que debía tratarse con cierta ironía porque sinceramente es un ambiente que se presta mucho a lo humorístico o, si se prefiere, a lo tragicómico. Y lo más tragicómico es el escritor que se trata así mismo con solemnidad.

No conozco ningún thriller cuyo tema sean los escritores como probables criminales... en cualquier caso proclives a ello... quizá alguna novela de la Christie, pero escribió tantas... ¿Cómo se le ocurrió el tema? ¿Quizá esté la respuesta en lo que pensaba Laura Olivo de los escritores?

— Precisamente ese ambiente literario del que hablo me resultaba desde hace mucho muy sugerente, muy lleno de sombras y equívocos que rara vez están al alcance del lector. La relación entre los autores y los agentes son particularmente interesantes porque, dejando de lado a los autores que venden mucho y tienen éxito, la “clase trabajadora” de la literatura suele tener relaciones frágiles con sus agentes. No es infrecuente que los escritores muestren su decepción con sus representantes y que estos hagan lo propio. Basta leer Lo peor no son los autores , de Mario Muchnik o Egos revueltos de Juan Cruz para percatarse de lo que digo. Laura Olivo, además, es un personaje que ya aparece en Un asunto sentimental, una novela sobre las fronteras entre lo real y lo ficticio que publiqué hace ya algunos años. Y ya perfilaba su comportamiento de mujer dura, fría, lleno de desprecio para con sus autores.

¿Por qué la creación de ese personaje tan increíble como el escritor ecuatoriano, que nadie conoce y sin embargo imprescindible en movimientos como el boom. ¿Se inspiró en personajes reales? Porque supongo será mezcla de varios... Creo que es uno de los hallazgos, vistos desde una óptica irónica, de la novela, que tiene muchos...

— Marcelo Chiriboga, el novelista que se sacaron de la chistera José Donoso y Carlos Fuentes porque Ecuador no tenía escritor que lo representara en los años más luminosos del Boom, me parece un personaje fantástico e “injustamente olvidado” en España. El escritor ecuatoriano Diego Cornejo Menacho tiene una estupenda novela sobre él, Las segundas criaturas e incluso hay un documental sobre esta suerte de Josep Torres Campalans (que, como sabemos, se inventó Max Aub) sudamericano. De manera que Chiriboga forma parte ya del imaginario de muchos lectores como el escritor ecuatoriano del Boom. Me pareció buena idea centrarme en él y en una hipotética novela suya desaparecida.

Las referencias al boom, los cameos donde aparecen personajes como Jorge Edwards dando una charla en Casa de América... la verdad es que se lo ha pasado en grande...

— No soy un escritor de un solo mundo literario pero me gusta que mis personajes interactúen en distintas novelas. Es el caso de Laura Olivo y Albert Cremades, que vienen de Un asunto sentimental, o el marido de Olivo, Costas, que aparece en un pequeño cuento mío…Y por otro lado, me fascina la tenue línea que separa lo que consideramos realidad de lo que consideramos ficción, mentira o fantasía. Por eso incluí a Chiriboga en una novela que cruza datos y personas de la realidad como Jorge Edwards, y de la ficción, pero no sólo de la mía propia sino de la de otros. Es el caso --además de Marcelo Chiriboga-- de Nuria Monclús, que es una agente literaria inventada por José Donoso y que aparece en su novela El jardín de al lado. Y sí, resultó muy divertido hacer esa mezcla un poco loca de realidad, ficción propia y ficción ajena.

Otro de los hallazgos de la novela, por lo menos para mí, es la justeza con que retrata barrios como Lavapiés, prescindiendo de fantasmagorías como todo eso de las arcadias multiculturales. Su descripción del barrio es justa, exacta, lúcida... ¿Por qué cree que, al contrario, se dan hoy día ese tipo de fantasmagorías que no se producían antes? Parecería que somos incapaces de ver las cosas tal y como se nos presentan y tenemos que mediatizarlas con prejuicios sobrevenidos...

— Me alegra que lo vea así. Es quizá en lo que más reflexioné y trabajé antes de empezar la novela: En crear un barrio que fuera un reflejo del barrio real –o al menos al que se ajusta a lo que yo conozco, pues vivo muy cerca—y que prescindiera de una visión arcangélica que no tiene que ver con la realidad. Lavapiés es un barrio con una buena convivencia vecinal hasta el momento, pero todos sabemos que esa convivencia se asienta sobre un polvorín.

Usted es uno de los grandes escritores peruanos de su generación pero lo cierto es que lleva muchos años residiendo en España y ha publicado lo mejor de su obra en este país. Testigo privilegiado de las dos orillas, ¿cómo ve la literatura peruana actual? ¿ Y la de aquí, a pesar de ciertos agoreros?

— Le agradezco la generosidad del trato pero creo que me quedo simplemente en “escritor que lleva muchos años residiendo en España”. Efectivamente, en breve cumpliré más años viviendo en España que en el Perú. Digo esto porque aunque procuro estar al día de las novedades literarias de mi país de origen a menudo se me hace difícil. Es una literatura muy rica, eso sí, de muchas propuestas y de distintas ambiciones. Los años oscuros y terribles del terrorismo de Sendero Luminoso (años ochenta y noventa) han marcado de manera especial el rumbo de nuestra literatura pero naturalmente hay otras voces y otros temas más globales, por decirlo así. En mi otro país, que es España, hay magnífica literatura y buenísimos escritores que siguen contribuyendo a su tradicional vigor, pese a los agoreros. Y además en distintas generaciones que coexisten en dicha riqueza y variedad; desde Luis Mateo Diez y Javier Marías hasta Pérez Zuñiga y Sara Mesa o Sergio del Molino, pasando por Benjamín Prado o Rosa Montero. Creo que hay una lista enorme de buenos escritores.

¿Podría decirnos en que está trabajando ahora?

— En unos meses aparecerá una novela histórica, El collar de los Balbases, ambientada en el Madrid del duque de Osuna y Luis Candelas, el célebre ladrón de la Villa y Corte. Transcurre durante la primera guerra carlista y tras una intriga muy pintoresca pretende contar esa sociedad convulsa en la que hoy podemos vernos reflejados. Pero ahora mismo estoy trabajando en una novela muy distinta a las escritas hasta el momento y desde el punto de vista de una mujer.


Juan Ángel Juristo
Cultura Libros

4 de mayo de 2018

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