viernes, 3 de julio de 2020

Amantes de mis cuentos: El espejo casamentero




Habían quedado en verse la noche del sábado, en la cafetería de siempre, pero él no apareció. Lo sabía. La esperanza era un sentimiento demasiado optimista, Quiso darle otra oportunidad y como la mayoría de las veces fue rechazada. Te lo dije, le recriminaba su mente. Tenías razón, contestó avergonzada, no debo hacerle caso al corazón.

Intentó llamar la atención del camarero para pagar, y tal como esperaba, miraba por encima de ella o hacia otro lado. La ignoraba. Era como si ella fuera invisible hasta que se personaba con la cuenta a punto de cerrar. No le hacía caso. El día menos pensado se iría sin pagar.

Mientras aparece, se dijo, me beberé el mojito. El primer trago en vez de pasar por la garganta buscó la salida a través de sus ojos y unas lágrimas incompatibles con su maquillaje cayeron sobre un pañuelo que surgió de la nada.

‒Gracias, muchas gracias, disculpe es que estoy resfriada ‒sollozó sin atreverse a mirar hacia arriba.

‒Posiblemente ‒oyó decir.

Con los borbotones de lágrimas el pañuelo quedó hecho un guiñapo. Llorar hizo que se sintiera mejor. Cuando se lo fue a devolver y a medida que elevaba la vista se percató de la chaquetilla blanca, y de aquel brazo donde oscilaba una bandeja.  

‒Madre mía estaré hecha un desastre.

‒Mírese en el espejo. 

No, por favor, esa superficie pulida solo trae problemas, es que usted no recuerda el cuento de Cenicienta.

Olvídese de ese cuento y piense que los espejos renacen cuando alguien se mira en ellos.

Se acercó a aquella luna con marco dorado, tan rococó, y dos imágenes se reflejaron, la de ella y la de unos ojos verdes con sed de amor.


© Marieta Alonso Más

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