jueves, 1 de octubre de 2020

Amantes de mis cuentos: Ventanas indiscretas



La prima Inés tenía un temperamento inquieto, una figura tipo columna y el pelo negro, rizado y provocador que ataba con una cinta roja. Le gustaba su casa impecable, y todo el trabajo lo hacía por las mañanas para tener las tardes libres.

A las cuatro en punto llegaba su vecina y amiga de la niñez, la señora Bárbara. Las dos se sentaban en arcaicas mecedoras ante un velador, y con la labor en las manos, se dedicaban a mirar por el gran ventanal y a conversar, mientras bordaban manteles, obra cumbre de sus manualidades. Unos eran a punto de cruz, otros a festón, otros deshilachados, ellas los llamaban de lagartera, otros pintados con motivos navideños. Por la destreza de tantos años no necesitaban quedarse hipnotizadas con el ir y venir de la aguja y según la sazón de la historia de quien pasara por la calle, aceleraban o interrumpían el ritmo del trabajo. 

Ya atesoraban en los arcones más de doscientos juegos completos de mantelerías con sus doce servilletas, que pensaban dejar en herencia a sus hijas. A las nueras se lo estaban pensando.

La señora Bárbara, de pronto, hizo un gesto como pidiendo tiempo.

Por la acera de enfrente el viento agitaba unos cabellos que no eran rubios ni cobrizos, tenían el color de las zanahorias. Enmarcaban una cara joven con grandes ojos de deseo, con labios imprudentes invitando al beso, que andaba muy rápido, con movimientos sinuosos, como si la calzada no estuviera desierta a esas horas.

‒Habla, Bárbara, no te dejes nada dentro.

Y despacio, con la vista baja, confesó que su hijo Javier había caído preso de otros brazos tras veinte años de matrimonio, cuando ya debería tener el cuerpo un poco más apaciguado.

‒De momento, mi nuera está en la inopia o se hace la tonta.

Si se atrevía a decírselo era por estar segura de su discreción.

‒Ya lo sabía ‒contestó la prima Inés‒ y he hecho indagaciones. Por una amiga se hace de todo. Vayamos a la habitación de al lado que tenemos otra ventana.

‒¿Para qué?

‒Confía en mí.

Y vieron a la mujer bajo el dintel de una casa abandonada haciendo cosas con un hombre que no se hacen con un amigo.

‒Ahora mismo voy y le digo…

La mandó callar. Marcó un número en la rueda del teléfono y con espantada voz, dijo:

‒Javier, a tu madre le ha dado un síncope y la tengo en el suelo. Ven de inmediato. Y colgó.

Se miraron en silencio. La prima Inés impertérrita. Bárbara asustada.

‒Ya sabes lo que debemos hacer, si es que Javier viendo lo visto se acuerda a qué ha venido. Y otra cosa este mantel tan bonito que estás terminando, regálaselo a tu nuera, que aguantar a tu hijo tiene mérito.




© Marieta Alonso Más

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