jueves, 11 de febrero de 2021

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Los primeros tacones

 


Eran los primeros tacones que estrenábamos. Para Semana Santa, nos habíamos mandado hacer, en la tricotosa del pueblo, unos conjuntos de punto, falda y chaqueta, mi amiga y yo. El mío era azul eléctrico, el de mi amiga azul pálido. Ella era morena y muy guapa, tenía el pelo negro, rizado y abundante y, dos lunares, uno en cada mejilla que le hacían muy graciosa. Yo era más fea, pero tenía mejor tipo y de eso presumía. Mi pelo también abundante, era rubio como las mieses maduras, eso me dijo un día la mujer del médico, aquella señora elegante que sabía mucho y, dirigía las obras de teatro que hacíamos en la parroquia. Yo era muy buena actriz y, esto lo supe después, era por mi timidez. En el escenario me olvidaba de mí y, me metía en el papel tan de lleno que lo bordaba.

Mi amiga Carmen y yo no era la primera vez que nos hacíamos algo igual o parecido. Cuando éramos pequeñas nos hicieron a las dos unos abriguitos de borrego con bolsillo de pollito iguales, solo diferían en el color el de ella era beis, el mío rosa.

Ese año por Semana Santa, también nos habíamos comprado los primeros tacones de nuestra vida. Eran tacones de aguja demasiado altos para ser los primeros y, como no estábamos acostumbradas, íbamos como encaramadas en zancos y con mucho cuidado al pisar, como pisando huevos. Nosotras no lo sabíamos, pero al entrar en la iglesia, casi todo el mundo nos miraba y comparaba. Era nuestro debut, la puesta de largo de las chicas de pueblo, los primeros tacones y las medias de cristal con costura. Otras amigas nuestras también estrenaban tacones, un poco más discretos que los nuestros. Nos volvieron a mirar cuando fuimos a comulgar. Yo estaba roja como la grana, ya he dicho que era muy tímida y en ese momento hubiese deseado que la tierra me tragara.

Debíamos tener, por entonces, unos quince años, seguramente para mí era el final del luto, pues mi madre murió cuando yo tenía doce y los lutos eran muy largos. Me recuerdo, vestida de negro hasta los lazos de las trenzas. El luto había acabado y ahora vestía de azul, los tacones de aguja me hacían mucho más alta. Tenía una trenza gruesa que me peinaba hacia un lado y un flequillo que se ondulaba y me tapaba un ojo de la cara y, eso creía yo, me hacía parecer interesante.

¿Quién no es guapa a los quince años? Nosotras lo éramos y lo sabíamos, a pesar de los complejos, timideces y otras carencias. Lo peor fue que las dos nos enamoramos del mismo chico, cosa muy natural, pues teníamos los mismos gustos, pero eso ya es otra historia.

 


© Socorro González-Sepúlveda

 

 

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