jueves, 18 de marzo de 2021

Amantes de mis cuentos: Ventanas de par en par (Versión francesa)

 


LES FENÊTRES OUVERTES

 

J’aime les fenêtres ouvertes. Ainsi les rayons du soleil me réveillent les jours ensoleillés, ou bien je m’endors encore davantage avec  cette lumière opaque des jours nuageux. Ainsi je vois quand les nuages, pendant les temps de pluie, font des clins d’œil aux petits nous encourageant à inventer des jeux comme celui de te mouiller, je t’éclabousse, je t’asperge, en te montrant avec des faits que la saison sèche est arrivée à sa fin; ainsi j’entends le chant des oiseaux saluer un nouveau jour, ou le bruit lointain d’une voiture qui s’approche, nous annonçant que c’est papa qui revient.

J’aime les fenêtres ouvertes. Par où se glisse à petits pas l’odeur de la terre mouillée, de la tasse de lait au chocolat et de ces toasts au beurre et à la confiture d’orange amère, c’est maman qu’ on entend remuer dans la cuisine, ou des fruits qu’on vient de cueillir de cette branche qui se courbait par le poids.


J’aime les fenêtres ouvertes.  Pour écouter le vent arriver et bercer les feuilles dorées tombées comme si elles dansaient, peu importe que la brise vienne de l’est ou de l’ouest, ou quand j’entendais mon chien éternuer pour ensuite  remuer la queue en m’invitant à courir. Je me vois à ma fenêtre de bon matin quand j’ai appris à siffler et le maire est venu le soir en montrant un papier avec la signature de tous les voisins pour que j’ arrête de le faire, et j’ai défendu mes droits en lui joignant un autre papier pour que le voisin s’arrête de ronfler toute la nuit  comme une scie.


Pour moi, les fenêtres ouvertes renvoient vers le bonheur, nous attrapent par les émotions, avec le souvenir de l’odeur des pieds d’un bébé, ou en ouvrant un livre neuf, ou en mordant le bout de la baguette bien chaude. En revanche, quand les fenêtres sont fermées, elles conduisent à penser aux adieux, à la solitude, au manque de foi, à l’étourdissement qu’on ressent en entendant sonner la sirène d’une ambulance.

 

Traducida con todo cariño por: 

María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia. Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa. 

Un millón de gracias María.                           


Ventanas de par en par 

Me gustan las ventanas abiertas. Así los rayos del sol me despiertan en los días soleados, o me adormece aún más esa luz opaca de los nublados. Así veo cuando las nubes, en las épocas de lluvia, hacen guiños a los pequeños animándonos a inventar juegos como ese de te mojo, te salpico, te empapo, mostrando con hechos que ha llegado a su fin la época seca; así oigo el trino de los pájaros saludando un nuevo día, o el ruido lejano de un coche que se acerca levantando polvo, y es papá que regresa.

Me gustan las ventanas abiertas. Por donde se desliza pasito a pasito el olor a tierra mojada, al Cola Cao y a esas tostadas que por encima tienen mantequilla y mermelada de naranja amarga, es mamá que se la oye trastear en la cocina, o el de la fruta acabada de coger de esa rama que se comba por el peso.

Me gustan las ventanas abiertas. Para oír al viento llegar y mecer las hojas doradas del suelo como si bailaran, da igual que la brisa sea del este o del oeste, o cuando escuchaba a mi perro estornudar y luego movía el rabo invitándome a correr. Me veo asomado a mi ventana aquella madrugada en que aprendí a silbar y vino el alcalde al anochecer mostrando un papel con la firma de todos los vecinos para que dejara de hacerlo, y defendí mis derechos al conminarle a llevar otra lista al vecino para que dejara de roncar como un serrucho.

Para mí las ventanas abiertas mueven hacia la felicidad, a cuando te atrapan las emociones, con el recuerdo del olor de los pies de un bebé, o al abrir un libro nuevo, o al dar un mordisco a la punta de la barra del pan caliente. En cambio, cuando las ventanas están cerradas llevan a pensar en los adioses, en la soledad, la falta de fe, al aturdimiento que se siente al oír la sirena de una ambulancia.   

 

 © Marieta Alonso Más


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