De
buena estatura para su edad, con movimientos a veces lentos, a veces rápidos, pero
siempre seguros.
De
cabello y tez morena, ligeramente bronceada por el sol de invierno; ojos
negros, muy vivos que una veces brillan intensamente, otras permanecen en
silencio, ausentes, lejos, en algún lugar de no sé dónde.
La
quiero con locura, la llevo en mi corazón, siempre. Siempre la esperé con
impaciencia; ella es… como es; se hace querer por todos los que la
rodean, la conocen o viven junto a ella. Una personita proclive a mostrar su afecto sin
tapujos tanto como su aversión a quien no es de su cuerda.
La
madre la observa, vive por y para ella; la mira con dulzura y piensa: Para mí no
hay nadie más. Vino al mundo después de nuestro
primer hijo, sabíamos que era niña y…
Su
rostro, ¿a quién se parecería?, pensé entonces; y su mirada, su sonrisa, su
manera de moverse… el mayor era como su padre, y soñé “¿y si ella fuese como yo?”, o "¿por
qué no parecerse a su abuela?", en fin… mil y un pensamientos.
Por las
noches palpaba suavemente
mi vientre con casi de siete meses de gestación, deseando que notase mi
cariño a través de la caricia, le hablaba, le contaba cosas, cosas mías de una
madre a una hija que está a punto de llegar y así me quedaba dormida noche tras noche. La veía en mis sueños y
nuestras risas juntas se mezclaban con el ruido de la vida, el sonido de la
naturaleza, la voz de su padre o el reclamo de mi querido hijo mayor.
Parecía
como si llegase hasta mí su aroma; percibía su olor particular a bebé, una
mezcla de leche, jabón y colonia, y… el mío propio, también. Y… qué delicia! Soñaba
apasionada con la idea de volver a experimentar todo eso de nuevo, como cuando
tuve a su hermano.
Se llevarían
cuatro años, quizás demasiados pero… ¿qué importa eso?, con el tiempo se iría
equilibrando esa distancia. Los presentía juntos, muy unidos. Se ayudarán, se
apoyarán, se pondrán uno de parte del otro cuando tengan que defender algo frente
a nosotros. Difícil será, pero… qué gratificante lo imaginaba a pesar de todo.
Bueno, todavía falta mucho para eso.
Lo
primero serán noches sin dormir, pañales que cambiar, y… el pecho, bueno… nunca
me gustó demasiado amamantar a un hijo, pero con ella será diferente, lo haré
aunque mi dedicación al trabajo fuera de casa lo haga complicado.
Todo
estaba listo para su llegada. Miraba los cajones con su ropa, su cuna, y
pensaba… ¿será suficiente?… todo se le quedó pequeño al mayor en muy poco
tiempo. Reparé en el jersey tejido por mí, un tanto raro había quedado pero…
era mi regalo de bienvenida, se lo pondría nada más que la tuviese en mis
brazos.
¡Qué bonitas
sensaciones tiene la vida!, y… ¡qué felicidad
la de ser madre!, no se paga con nada. Han pasado unos años y… cuantas alegrías
y satisfacciones me ha dado. La he visto crecer, formarse, ir avanzando en su
desarrollo no sin dificultad, claro, por cómo es ella. Pero… ahí estamos,
juntas, nos tenemos la una a la otra.
La
oigo, parece que me llama, a su manera; voy corriendo, está entretenida con sus
cosas, sus juguetes, sus dibujos… me mira con dulzura y me sonríe,
me dice «su mami», y alguna palabra más; es feliz y yo con ella siempre, a su lado .
Mi hija
sigue y seguirá siendo una niña, aunque mañana cumplirá 37 años.
© Caleti Marco
Precioso. Me encanta lo bien escrito que está.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por su comentario. Un saludo
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